El Tren de la Historia

¿Por qué brindamos?

La mayoría de culturas tienen bebidas alcohólicas, que suelen relacionarse con cuestiones religiosas

brindis

brindis / Shutterstock

Xavier Carmaniu Mainadé

Xavier Carmaniu Mainadé

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Siguiendo con las tradiciones navideñas, ahora toca dar la bienvenida al año nuevo. Las celebraciones comienzan por la noche con las uvas y las campanadas y continúan (si la resaca lo permite) con alguna comida familiar para compartir el primer día de enero. O sea, una nueva tanda de comidas 'carpantiásicas' para poner a prueba nuestro sistema digestivo. Y el hígado. Porque es habitual acompañar la comida con una buena bebida. Y cuando se dice lo de “buen beber” no suele pensarse en agua sino más bien en algún tipo de bebida con alcohol. Una de las cosas más fascinantes de la historia es que la mayoría de las culturas tienen este tipo de brebajes que, además, suelen relacionarse con cuestiones religiosas.

En nuestro tiempo, en el que todo es globalizado y podemos encontrar una cantidad infinita de productos en cualquier humilde tienda de comestibles, tenemos bebidas alcohólicas de todos los gustos y colores, pero tradicionalmente, se consumían las que se fabricaban con los productos que la gente tenía a su alcance. En el caso del Mediterráneo se obtenían de la fermentación del zumo de uva. O sea el vino. Después vendría también eso que algunos llaman champán y otros cava, que no deja de ser un tipo de vino pero con burbujas.

Según nos ha explicado el ingeniero agrícola e historiador Josep Maria Puiggròs en el pódcast de El Tren de la Historia, la humanidad domesticó la vid, al igual que hizo con el trigo y el resto de cereales, y de paso descubrió las virtudes (y los efectos) de ingerir el zumo fermentado que se obtenía al prensar los frutos. Esto habría ocurrido hace unos 10.000 años en la zona que ahora ocupan Georgia, Armenia y Azerbaiyán. De allí se habría extendido al Oriente Próximo para avanzar hacia el Mediterráneo, desde la zona más oriental hasta llegar a la península ibérica.

En Catalunya los arqueólogos han encontrado que las primeras evidencias del cultivo del viñedo y de la producción de vino datan de hace 2.700 años. Sus introductores habrían sido los fenicios, la civilización comercial por antonomasia, que con su navegación de cabotaje, saltando de puerto en puerto, llegaron a la zona del actual Cádiz y desde allí subieron por la costa levantina.

Fenicios y griegos, los propagadores

Los otros grandes propagadores del vino fueron los griegos. Además, al tener una cultura tan potente que duró tantos siglos, ayudaron a consolidar una serie de rituales vinculados a la ingesta de este brebaje. Ellos, al igual que nosotros, se reunían para celebrar, y para darle trascendencia a la cosa bebían vino.

Tal y como explica en El Tren de la Historia la catedrática de griego de la Universidad de Barcelona Francesca Mestre, aquellas reuniones se llamaban simposios. Eran una especie de encuentros reservados a los hombres (algún día habrá que empezar a hablar sin tapujos de la misoginia griega) que inicialmente sólo practicaban los oficiales en los campos de batalla, pero que después se fue popularizando. Así, lo que inicialmente eran conmemoraciones de victorias militares, se convirtió en celebraciones de bodas, nacimientos, nombramientos de nuevos cargos o triunfos deportivos en los Juegos Olímpicos. Sin embargo, no eran una simple fiesta sino una ceremonia que seguía un ritual específico.

Para empezar, se solían organizar en espacios reservados que los templos ya tenían previstos a tal efecto. Allí se reunían los invitados, habitualmente siete, que se tumbaban apoyados con el brazo izquierdo, en una especie de diván llamado 'kline'. El recipiente con el vino (rebajado con agua) presidía la sala y se repartía entre los asistentes. Cuando todo el mundo tenía la copa llena, el primer trago se dedicaba a Zeus y el segundo a los héroes que les habían precedido. A partir de ese momento empezaban a beber mientras escuchaban música o un actor recitaba versos, a veces escritos expresamente para el encuentro.

Como es fácil imaginar, ronda tras ronda, los efluvios alcohólicos hacían su función. Era lo que buscaban. Como nos explica en nuestro pódcast la profesora Mestre, creían que el vino les ponía en contacto con el dios Dionisio para ayudarles a hablar con más franqueza y no quedarse encerrados en sus propios pensamientos. El vino, por tanto, facilitaba el intercambio de ideas y opiniones. Eso sí, como remarca la catedrática de griego, debían hacerlo con respeto y sin insultar.

Aunque con el paso de los siglos los simposios fueron desapareciendo, la idea de utilizar el vino como elemento de celebración quedó y aquí estamos, llenando las copas y pidiendo a los dioses que el 2023 sea un buen año.