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Lluïsa Vidal, punta de un iceberg

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La obra de la pintora modernista catalana empieza a ocupar el lugar que se merece un siglo después de su muerte

Autorretrato de Lluïsa Vidal

Autorretrato de Lluïsa Vidal / EL PERIÓDICO

Xavier Carmaniu Mainadé

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Si tuviéramos que hacer una lista de artistas del modernismo catalán, enseguida nos vendrían a la cabeza los nombres de Ramon Casas, Santiago Rusiñol, Miquel Utrillo... todos hombres... Y es que lo eran todos, excepto una: Lluïsa Vidal, la única capaz de hacerles sombra. La diferencia es que mientras la historia del arte a ellos siempre les ha recordado, a Lluïsa Vidal se la dejaba de lado. De hecho, desde su muerte en 1918, con el paso de los años había quedado completamente olvidada hasta que, un siglo después, su obra comienza a ocupar el lugar que merece.

Lluïsa Vidal Puig nació el 2 de abril de 1876 en el número 13 de la calle Trafalgar de Barcelona. Allí vivía el matrimonio formado por Francesc Vidal y Mercè Puig. Él, además de ser ebanista y uno de los diseñadores de muebles más importantes de la época, también hacía de comerciante de arte. A su mujer el arte también le gustaba; le venía de familia porque descendía del músico de Vic, Bernat Calbó Puig. A la pequeña LLuïsa, nacida con los aires de la primavera, aún le gustaría más. En parte gracias a que sus padres le procuraron una buena educación tanto a ella como a sus hermanas, que se dedicaron a la música.

Cuando apenas era adolescente, Lluïsa Vidal ya destacaba por sus habilidades con el dibujo y la pintura. Por eso su padre, aprovechando un viaje a Madrid por trabajo, se la llevó a visitar el Museo del Prado. Ahora que con un solo clic tenemos a nuestro alcance las grandes obras de la historia del arte gracias al mundo digital, cuesta hacerse una idea de la importancia que tenía para los jóvenes artistas visitar los grandes museos. No se trataba sólo de mirar, sino también de copiar y profundizar en el conocimiento de las técnicas de los grandes maestros.

Estudiar en París

Ahora bien, por más que los cuadros del Prado le entusiasmaran, la capital artística era París y Lluïsa Vidal logró un hito extraordinario por su época: ir allí a estudiar sola. La diferencia es que mientras los hombres artistas vivían el ambiente de la bohemia de los cafés de Montmartre, ella tuvo que moverse en círculos más convencionales. No porque no tuviera ganas de descubrir todos los rincones de la ciudad, sino porque estaba mal visto que una chica “decente” de 25 años se dejara ver en según qué sitios.

Después de la estancia parisina regresó a Barcelona, donde empezó a consolidar su carrera y lo hizo con una idea muy clara: no pintar flores. A ella le gustaban los retratos. Sólo había un pequeño detalle: en aquella época las mujeres tenían vetada la pintura de figuras humanas porque para aprender era necesario estudiar anatomía y eso habría significado tener que practicar con modelos desnudos. ¡Qué escándalo habría sido que las chicas hubieran contemplado un cuerpo sin ropa! Esto las relegaba a la segunda fila del mundo artístico porque todos los considerados grandes temas pictóricos (la historia, la mitología, la religión...) requerían de figuras humanas.

En definitiva, si eras hombre tenías carta blanca para pintar lo que quisieras, pero ay si eras mujer... entonces sólo te quedaban los jarrones y las naturalezas muertas. Y al ser temas menores, nadie les prestaba atención. Por suerte contamos con estudiosas como Consol Oltra, que acaba de publicar 'Quan les dones havien de pintar flors' (Salvatella), que ha recuperado el nombre de pintoras muy desconocidas. Oltra es una de las invitadas al podcast del Tren de la Historia porque es la máxima especialista en esta pintora modernista a la que dedicamos el episodio de esta semana. Escuchar la conversación es un buen prólogo sonoro para adentrarse en la lectura de su libro 'Lluïsa Vidal, la mirada d’una dona, l’empremta d’una artista', también publicado por Salvatella.

Ella también se ha encargado de realizar la biografía de esta pintora modernista para el libro “102 artistes” (Univers), coordinado por la historiadora del arte Elina Norandi, y que también nos acompaña en el Tren de la Historia, porque es la comisaría de la exposición 'Feresa de silenci. Les artistes a la revista Feminal' que acoge el Museo de Arte de Girona hasta febrero de 2023. Feminal fue una revista feminista fundada en 1907 por iniciativa Carme Karr y en la que colaboraron más de setenta mujeres. Entre ellas, Lluïsa Vidal que gracias a este trabajo pudo profesionalizarse, un hito inalcanzable para las artistas de entonces. Pero, cuidado, Vidal es sólo la punta de un iceberg profundísimo, muy desconocido para nosotros. Por suerte, investigadoras como Oltra y Norandi no paran de explorarlo.