Encuentro mundial en Egipto

Esperpento en Sharm el-Sheikh: un día en la cumbre del clima que parece un festival

La gran cita sobre políticas climáticas se celebra en un recinto sin contenedores de reciclaje y con plástico de un solo uso

Las escenas de las negociaciones oficiales se intercalan con situaciones surrealistas

Centro Internacional de Convenciones de Sharm el-Sheikh durante la conferencia sobre el clima COP27

Valentina Raffio

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Vista desde dentro, la cumbre del clima de Sharm el-Sheikh es incluso más caótica de lo que parece desde fuera. El evento, de hecho, recuerda más a un festival de música que a un encuentro diplomático para discutir las políticas que marcarán el futuro del planeta. El exterior del recinto que acoge el evento está adornado con luces de colores, letreros de neón y 'stands' de comida siempre repletos de colas. En el interior, en la zona de pabellones, cada país despliega su pequeño escenario para hablar de su agenda climática. Y como si de un festival se tratara, miles de personas han viajado hasta la ciudad egipcia para escuchar en primera fila el sonido de sus 'cabeza de cartel'. 

Los días en la cumbre del clima de Sharm el-Sheikh son cuanto menos esperpénticos. En la entrada del recinto, justo antes de los controles de seguridad y la mesa de acreditaciones, cada día desde hace ya una semana se puede ver a un grupo de activistas gritando a todo pulmón el lema "Let’s get vegan" ("Hazte vegano"). El líder de los cánticos luce un elegante traje negro, una camisa bien abrochada y un peluche de un pollo en la cabeza. Le acompaña otra activista vestida como una vaca que sostiene un cartel de "Don’t eat me" ("No me comas") y un grupúsculo de manifestantes con enormes pancartas que vocifera durante horas y horas la misma frase en bucle

Una vez dentro de la cumbre, el panorama es el siguiente. El recinto acoge decenas, por no decir cientos, de eventos simultáneos. Mientras en una sala se discute sobre cómo hacer frente a los estragos climáticos, en la de al lado se celebra un pequeño convite con comida, música y hasta actuaciones en directo. Este martes por la mañana, justo en el momento en el que Europa anunciaba su plan para recortar aún más sus emisiones de gases de efecto invernadero, en el patio central de la cumbre un oso polar, un plátano gigante, un grupo de activistas 'crossfiteros' y un científico dado al rap cantaban una versión ecologista de 'I need a hero' de Bonnie Tyler. 

Pulseras y souvenirs

Como si de un festival se tratara, este año en la cumbre del clima se pueden ver muchas pulseras de colores en las muñecas de los asistentes. En este caso, estas insignias no sirven para saltarse las infinitas colas que, por cierto, también invaden los puestos de café, las casetas de comida rápida y la entrada de los (pocos) baños del recinto. Se trata de las pulseras que entregan los 'resorts' turísticos de la zona para identificar a sus huéspedes y que, a su vez, sirven para recordar que el evento diplomático más importante del año sobre crisis climática se celebra en una metrópolis turística que ha desplegado mil piscinas en el desierto


Esta última cumbre de clima, como todo buen espectáculo que se precie, también tiene su retahíla de souvenirs excéntricos. Uno de los más extendidos son los tetrabriks azules de "agua mineral alcalina" que los organizadores reparten de manera gratuita para aplacar el calor del desierto. Los envases, de un distintivo color azul, destacan en grandes letras las características 'ecofriendly' del producto y, en un cuerpo más pequeño y discreto, añaden que se trata de agua recolectada en los Alpes italianos, envasada en un pueblo cerca de Milán y que ha recorrido más de 3.000 kilómetros de distancia hasta llegar a Sharm el-Sheikh.

Imposible reciclar

Pero no todo lo que ocurre en Sharm el-Sheikh se parece a un festival. Este año, por ejemplo, el recinto que acoge la cumbre del clima apenas tiene contenedores de reciclaje. Los que hay se sitúan en las zonas abiertas del recinto y, en el mejor de los casos, ofrecen un contenedor para el plástico, otro para el cartón y uno más para las latas metálicas. Ni rastro, por ejemplo, de un lugar para reciclar los restos orgánicos. Tampoco hay lugar para desechar las botellas de cristal de refrescos que, paradójicamente, pertenecen a la empresa que patrocinan la cumbre. Así que en estos días no es extraño ver botellas de Coca-Cola, Fanta y Sprite amontonadas por las esquinas o, en su defecto, lanzadas a los contenedores de papel. 

Otra gran pista para saber lo que se celebra en Sharm el-Sheikh no es un festival de música son los vasos que se ven por el recinto. Mientras que en los encuentros musicales se apuesta cada vez más por los sistemas de copas reutilizables, los cafés de la cumbre de clima se sirven en vasos de un solo uso. Con tapa de plástico incluida. Lo mismo ocurre con las comidas. La gran mayoría de opciones que se sirven en el recinto se entregan en recipientes de plástico. Y hablando de plástico, también llama la atención que las zonas nobles del recinto, como la entrada al plenario de Naciones Unidas, estén adornadas con palmeras de plástico de apariencia rudimentaria.  

Este esperpéntico escenario es, en estos momentos, el epicentro de una de las negociaciones más importantes para el futuro de la humanidad. Entre estas cuatro paredes se debate sobre cómo frenar el avance de la crisis climática, adaptarse a los extremos meteorológicos y hacer frente a los estragos medioambientales. Aunque la puesta en escena indique lo contrario, las conversaciones que están teniendo lugar en Sharm el-Sheikh podrían ser muy importantes para el planeta. O al menos esa es la esperanza con la que, hoy por hoy, siguen adelante las negociaciones climáticas en Egipto. 

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