Entrevista

Josep Maria Esquirol: "La filosofía debería ser parte de la formación de los médicos"

El filósofo reflexiona sobre cómo la pandemia aumenta la sensación de desamparo, que a su vez se expresa en forma de enfermedad mental en una sociedad donde las humanidades cuentan cada vez menos

Josep Maria Esquirol

Josep Maria Esquirol / Laura Guerrero

Beatriz Pérez

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La Facultad de Filosofía de la Universitat de Barcelona (UB) celebró recientemente su décimo congreso de filosofía y salud mental. Lo organizan cada año la Fundació Sant Pere Clavé y el grupo de investigación de la UB Aporía, en cuyo frente está el filósofo Josep Maria Esquirol (Sant Joan de Mediona, Alt Penedès, 1963). El grupo, en el que destacan también nombres como el de la profesora Begoña Román, explora las relaciones existentes entre la medicina y la filosofía, "entre el cuidar y el pensar".

¿Qué puede aprender un médico de un filósofo?

La filosofía remite a una acción fundamental, que es la de pensar. El pensar surge como un intento de orientar la vida. Pensamos porque necesitamos orientarnos. Necesitamos, de alguna manera, construir nuestra vida y darle forma, y encontrar cosas que valgan la pena y tengan sentido. Pensar es una forma de cuidarnos: el pensamiento puede ser un cobijo, dado que el cobijo no solo tiene que ver con las estructuras materiales, sino también con las palabras. Así, también las palabras pueden ser cuidadoras y curativas. 

¿Y qué ocurre cuando no hay palabras suficientes para expresar algo?

Que, de alguna manera, la intemperie se incrementa. El ser humano está en una cierta situación de intemperie, de falta de amparo -es una situación de base, algo siempre latente-. Por eso los gestos más fundamentales tienen que ver con el amparo. 'Hacemos casa' para disminuir la intemperie, y, como te decía, 'hacemos casa' también con las palabras. Cuando no hay suficiente amparo, suficiente consuelo, se incrementa el malestar: lo inhóspito de la situación. Tal vez esto tenga relación con la aparición de lo que se suelen llamar enfermedades mentales. En muchos casos, se trata de situaciones muy difíciles de definir: personas que sienten y expresan mayor desamparo, tristeza, miedo, apatía, desesperanza... Como si el horizonte se cerrara, o como si la fuerza o el ánimo vital disminuyera de manera demasiado duradera -la depresión-. El incremento de la intemperie se traduce en malestar y este malestar a veces se manifiesta en forma de enfermedad.

¿Pero las palabras no pueden ser también destructivas?

Creo que, cuando son genuinas, no. La palabra genuina hace la función de casa: nos acompaña, nos abriga, nos hace bien. Esto se pone especialmente de manifiesto con las palabras cordiales, es decir, las que salen del corazón, de lo más profundo de ti mismo, y que están dirigidas a cuidar al otro. Son respetuosas, sinceras. Así pues, estas palabras, las más genuinas, no pueden ser violentas. Las palabras violentas solo tienen la forma superficial de la palabra, pero en el fondo son instrumentos para hacer daño. Son simulacros de palabras, movidos por la indiferencia, la frialdad o, en algunos casos, por objetivos estratégicos inconfesables.

"Cuando no hay suficiente consuelo, se incrementa el malestar: lo inhóspito de la situación"

¿Esta pandemia ha puesto aún más de manifiesto lo mal que nos sentimos?

Tanto en la vida personal como en la colectiva hay acontecimientos que son como una especie de sacudida, como un 'shock', y que provocan un punto de inflexión en la manera de relacionarnos con las cosas y con uno mismo. Puede que esta pandemia tenga algo de esto, aunque yo no soy muy buen analista de la actualidad. La pandemia ha disminuido el contacto con los otros, y eso aumenta las ganas de tener relaciones más intensas. El contacto nos hace bien. La presencia del otro, su palabra, su sensibilidad, son un regalo que nos hace bien.

¿A los médicos les haría falta más formación humanística y, en concreto, filosófica?

La medicina, que es el arte de cuidar, se beneficia de diversas disciplinas científicas -la química, la biología, la física…-. La filosofía no es exactamente una disciplina más: es un intento de pensar la situación humana y las experiencias más determinantes de nuestra existencia. El resultado de este esfuerzo puede llevar a tener una mirada más amplia y honda sobre la condición humana.

Y esta mirada puede ser beneficiosa para los médicos.

Estoy seguro de que tanto la reflexión filosófica como esta mirada más amplia y honda serían cosas muy beneficiosas para la formación de médicos, enfermeras, trabajadores sociales, psicólogos… Todos estos profesionales atienden a personas, y precisamente a personas con más dificultades de lo normal. La reflexión filosófica, bien hecha, ayuda a acompañar mejor. Ojalá hubiese una buena formación filosófica en facultades de medicina.

"Cada vez se le otorga menos peso a la filosofía en institutos y universidades. Parte de este malestar tiene que ver con ello"

Pero en los últimos años la universidad ha arrinconado la filosofía y humanidades.

Sí, eso está pasando, lo que no quiere decir que esté bien. La cultura occidental está cada vez más entregada a una superficial ideología tecnocientificista y a la huida hacia delante de un productivismo claramente excesivo y prematuro. En esta huida, que es evasiva porque es obvio que las cosas no están yendo bien -ahí tenemos la crisis ecológica, por ejemplo-, incluso en las personas que viven en la sociedad del bienestar late un malestar de fondo. Parte de este malestar tiene que ver con la fuerza vital de la cultura. Nuestra cultura es decadente y, pese a las apariencias, no tiene horizonte de futuro. Es evasiva e irresponsable. La progresiva desaparición de las humanidades en los currículums de la ESO y del bachillerato tiene que ver con esta irresponsabilidad. Y con esta falta de confianza en que la vida de las personas pueda ser orientada sapiencialmente. 

La suya se denomina filosofía de la proximidad. ¿Cómo la define?

Los libros que he escrito en los últimos años intentan articular una comprensión de lo humano, una antropología filosófica. Y, sí, me ha parecido oportuno llamarla filosofía de la proximidad. Hay varias razones. Procuro, sobre todo, dar fuerza a lo concreto y menos a lo abstracto. Las personas y las cosas; las experiencias fundamentales de la existencia y las principales acciones. Otro motivo por el que hablo de "proximidad" es porque doy prioridad al lenguaje coloquial por encima del más academicista, precisamente porque el primero está más cerca de la vida misma. Otro motivo tiene que ver con el hecho de que entiendo que pensar no consiste en dominar y digerir, sino en aproximarse un poco a lo más profundo. Este movimiento de aproximación es infinito, y pide repetirse una y otra vez. Casi igual que ocurre con el movimiento de aproximación a las personas, gracias al cual vamos consiguiendo tratar al tú como prójimo. Así, volvemos al inicio: el pensar es también un cuidado, un aproximarte a las personas y a las cuestiones de fondo: esas que nunca responderás -por ejemplo, ¿qué sentido tiene la vida?- pero cuya aproximación ya entraña un cierto efecto beneficioso.

"La nuestra es una sociedad demasiado acelerada y, a la vez, demasiado apretada. Conviene no ir tan rápido y buscar más silencios"

El concepto de resistencia íntima está ligado a esta filosofía.

Es el título que he puesto a uno de mis libros. "Resistencia" es una palabra que uso para indicar la posición ante las fuerzas nihilizadoras que nos erosionan, que nos llevan hacia la nada, como por ejemplo, el paso del tiempo, un tema clásico. Pero hay movimientos nihilizadores de carácter social, como lo está siendo ahora mismo el consumismo, que todo se lo lleva por delante, incluso a nosotros mismos. 

¿Falta silencio en esta sociedad?

La nuestra es una sociedad demasiado acelerada y, a la vez, demasiado llena, muy apretada. Esto no va bien, no es nada saludable. De la misma manera que ante la aceleración conviene hacer las cosas no tan rápidas -procurar más calma, más paciencia, más serenidad-, lo mismo se debe hacer con todo lo que está demasiado apretado. El parque por la mañana, la contemplación del horizonte, la lectura poética… nos oxigenan el alma. El silencio de la palabra amiga. Más que del camino del silencio, prefiero hablar del silencio del camino.

Suscríbete para seguir leyendo