Desastre hídrico

El volcán corta el grifo de los acuíferos dulces del oeste de La Palma

El 90% del agua de consumo es subterránea y de propiedad privada

Los palmeros sospechan que las fumarolas blancas que salen del cráter son fruto del contacto del magma con el agua que almacenan en las entrañas de la isla

Caldera

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Es una isla con el corazón de lava y agua dulce subterránea en el océano Atlántico. Es La Palma, un territorio de 2.400 metros de altitud y poco más de 700 kilómetros cuadrados surcados por manantiales naturales que se nutren del agua de la lluvia y de la nieve junto a pozos y galerías hechas a mano desde la época de la Conquista, en el siglo XV. Cauces cristalinos ahora amenazados por el volcán Tajogaite --montaña quebrada en benahoarita, la lengua de los aborígenes palmeros-- que ha sepultado con toneladas de piedra negra toda la riqueza del oeste de la Isla.

Uno de los principales depósitos de agua dulce se encuentra cerca del macizo de Cumbre Vieja, a cinco kilómetros del volcán, que expulsa lava desde el pasado 19 de septiembre convirtiendo en ceniza el modo de vida de los palmeros. Su ingente caudal de titularidad pública, drenado por dos galerías en la cordillera dorsal de la isla, no está contaminado por los gases volcánicos, según las mediciones del Consejo Insular de Agua, pero los mayores del lugar desconfían. Curtidos por la experiencia de otras erupciones, sospechan que las fumarolas blancas que salen del cráter son fruto del contacto del ardiente magma con el agua fresca que almacenan en las entrañas de la Isla. Otro desastre a la vista, auguran apesadumbrados.

El volcán de La Palma, en El Paso.

El volcán de La Palma, en El Paso. / REUTERS / JON NAZCA

La Palma, la isla más verde de Canarias, contiene la respiración desde que la voracidad del magma de Cumbre Vieja comenzó a sepultar casas, fincas y cultivos mientras trata de evaluar cuántas conducciones de agua de los municipios de Tazacorte, Los Llanos de Aridane y El Paso han quedado selladas para siempre por la lava que ya ha llegado al mar. Más ruina para los palmeros que con esfuerzo y el dinero ganado durante la emigración a Venezuela horadaron esta tierra volcánica, porosa y árida en busca del agua dulce del interior para llevarla a sus casas y huertos. Plataneras y viñedos han sucumbido al ímpetu destructor del volcán y los que se han salvado en el sur de la isla agonizan ahora por falta de riego tras los destrozos en la red de distribución del caudal que ha provocado la lava.

“Siempre se han hecho las galerías lejos del volcán porque en cuanto empiezas a picar cerca de él enseguida salen gases”, explica José María Medina, ingeniero jubilado de la Dirección General de Aguas del Gobierno de Canarias y uno de los mejores conocedores del plan hídrico de La Palma.

De propiedad privada

El 90% del agua de consumo de La Palma es subterránea y de propiedad privada. Centenares de galerías, pozos y balsas salpican el paisaje isleño desde que los emigrantes regresaron a su tierra y decidieron constituir comunidades de aguas y de regantes. Todavía hoy venden o arriendan a los ayuntamientos sus caudales, amparados por la Ley de Aguas de Canarias, para garantizar el abastecimiento y saneamiento de los 14 municipios palmeros. Algunas de las canalizaciones proceden de la época de la Conquista, cuando los castellanos vislumbraron el potencial de los acuíferos palmeros repletos de agua cristalina potable en un terreno aislado en el subtrópico del Atlántico.

Mantener la propiedad de esa agua ha sido una obsesión para los aguatenientes isleños.

Solo la escorrentía de La Laguna de Barlovento, una balsa en el norte a 600 metros de altitud que aprovecha el agua de ocho barrancos, es de titularidad pública y la gestiona el Consejo Insular de Aguas. Los caudales de los manantiales de Los Tilos, con el emblemático Marcos y Cordero, en el noroeste de la isla, están cedidos por esta administración a las comunidades privadas de Los Sauces.

El riego de las fincas

Las comunidades de regantes tienen prohibida la venta de sus caudales que utilizan exclusivamente para el riego de sus fincas.

El resto de los depósitos de agua dulce, incluido el del manantial del Parque Nacional de la Caldera de Taburiente, es de propiedad privada junto a los centenares de galerías y pozos que se han ido excavando a lo largo de los siglos. La Palma carece de desaladoras o depuradoras para tratar las aguas residuales que tira al mar una vez depuradas.

Es en época de sequía cuando los palmeros echan mano de esos pozos, muchos de ellos vacíos y abandonados, para paliar la merma del agua de los manantiales y galerías que almacenan reservorios de agua dulce procedente de la lluvia y que se distribuyen por unas conducciones pagadas también por el bolsillo de los isleños. Muchas de ellas han sido arrasadas por el magma del Tajogaite.

Las galerías se han ido construyendo en la cordillera de la isla, mientras que los pozos, a ras de mar, llevan un agua menos dulce por la salobridad del océano que se filtra en una tierra porosa y fértil, cuya vertiente oeste se ha llevado por delante las coladas del volcán.