Coronavirus

Cómo la comunidad médica ignoró “el fantasma del aire infectado” de coronavirus

Fotoilustración covid

Fotoilustración covid / FARO

Rafa López

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Hace poco más de un año, el 28 de marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicaba un tuit que negaba la transmisión aérea del SARS-CoV-2. Seis días antes, la directora técnica de la OMS, Maria Van Kerkhove, afirmaba que solo se propagaba por contacto y gotas expulsadas al toser y estornudar, por lo que no hacían falta mascarillas, salvo en enfermos. Solo se consideraban medidas preventivas contra los aerosoles para ciertos procedimientos médicos, como la intubación. Ahora, tanto la OMS como los Centros de Control de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos resaltan la importancia de la ventilación para reducir contagios, e incluso los CDC afirman que es muy difícil contagiarse por contacto con objetos, pero siguen sin reconocer abiertamente que la aérea es la vía principal de contagio. La resistencia a admitirlo se debe a un libro de hace 111 años que se convirtió en manual para las enfermedades infecciosas. Hablaba del “fantasma del aire infectado”.

En 1910, el prestigioso investigador estadounidense Charles Value Chapin publicaba “Las fuentes y modos de infección”, que propuso el contagio por contacto: los gérmenes viven dentro de otras personas y se contagian primordialmente entre individuos, lo que es correcto. Sin embargo, en otro capítulo del libro descartó el contagio por aire, algo entonces imposible de averiguar experimentalmente. Chapin constató que el contagio era más fácil en la cercanía y consideró que la causa eran las gotas “balísticas” que caen al suelo.

Chapin interpretó los datos publicados en 1894 por Karl Flügge, bacteriólogo alemán que dio nombre a las “gotas de Flügge”. En su libro –véase el pasaje concreto en esta página–, Chapin reconoce que, si la gente pensase que el contagio se produjese de forma “fantasmagórica” por aire, nunca se protegería de la infección de contacto, ni se lavaría las manos ni seguiría otras medidas de higiene.

El científico estadounidense se refería al “fantasma del aire infectado, un fantasma que ha perseguido a la raza humana desde la época de Hipócrates”. En siglos anteriores se creía que la vía de transmisión del cólera, la peste y otras enfermedades infecciosas eran las “miasmas” infectivas. Se pensaba que podían recorrer kilómetros y cruzar océanos. “Se pensaba que la enfermedad era algo que salía de Estados Unidos y llegaba a Europa por el aire”, señala José Luis Jiménez, catedrático de Química de la Universidad de Colorado (EE UU), experto mundial en aerosoles y uno de los autores del reciente artículo en “The Lancet” que aporta 10 corrientes de evidencia científica sobre la transmisión aérea del virus SARS-CoV-2.

La teoría miasmática de la enfermedad no decayó hasta que el británico John Snow (1813-1858) demostró que el brote de cólera de Londres en 1854 procedía del agua de una fuente pública. Su teoría de los gérmenes empezó a ser aceptada hacia 1866, aunque el patógeno causante del cólera, la bacteria vibrio cholerae, no fue hallado hasta 1884. Lo hizo el alemán Robert Koch (1843-1910), más recordado por el descubrimiento de la bacteria responsable de la tuberculosis, el bacilo de Koch.

Después de Louis Pasteur (1822-1895) se sabía que los que infectan son los gérmenes, pero se seguía pensando que se acumulaban en el agua pútrida o en la basura, no que “vivían” en las personas. Chapin acertó en establecerlo, y por eso su libro tuvo tanto éxito entre la comunidad médica internacional. “Tenemos la mala suerte que alguien que se convirtió en el dogma en este campo dijese que el contagio por aerosoles es casi imposible. Es esta pandemia la que ha destapado el pastel”, explica José Luis Jiménez, quien lamenta que “los de la OMS son todos fundamentalistas chapinistas”.

La teoría de que un patógeno se transmitiese por el aire pasó, por tanto, de ser la dominante durante siglos a totalmente desacreditada, aunque el contagio por aerosoles nada tenga que ver con la transmisión “fantasmagórica” a través de kilómetros en la que se creía antes de John Snow.

“La facilidad de transmisión en proximidad cercana, junto a casos de no contagio al compartir aire, se usó durante 5 décadas para negar la transmisión por aire de tuberculosis, y durante 7 décadas para el sarampión”, explica Jiménez, que añade que “la transmisión por gotas se convirtió en un dogma médico, pese a la falta de evidencia”. También la distinción entre gotas y aerosoles, fijada en 5 micras, cuando puede haber aerosoles –partículas que flotan durante horas en el aire– de hasta 100 micras.

“Es muy difícil demostrar cómo se contagian las enfermedades, incluso esta –admite Jiménez–. Llevamos trabajando en ella todos los científicos del mundo varios meses, y sigue siendo muy confuso. Nos está costando muchísimo, a pesar de que la evidencia es muy obvia”. Otro ejemplo: la transmisión aérea de la viruela solo se pudo probar en 1971, cuando un pakistaní infectado llegó a Alemania, donde no había ningún caso de esa enfermedad.

“Hay que luchar de forma inteligente, si no vamos a estar en un yoyó de confinamientos”

Una de las evidencias a las que se refiere Jiménez es el contagio de COVID-19 entre personas que no mantuvieron contacto pero que se alojaban en un mismo hotel en cuarentena. Se ha verificado en hoteles de Nueva Zelanda y Australia, donde la ausencia de transmisión comunitaria hace mucho más fácil atribuir los contagios. Además, en el reciente caso de la planta 12 del hotel Adina Apartments en Town Hall, Sídney, se ha probado mediante secuenciación genética que las partículas víricas de los contagiados tenían el mismo genoma viral. Esta transmisión a larga distancia del virus –a través de conductos de aire que comunican habitaciones contiguas– es otra evidencia más, destaca José Luis Jiménez, de la transmisión aérea del SARS-CoV-2. No son fantasmas, es ciencia.

{"textblockEmbed":{"textblock":"<h2>As\u00ed se estableci\u00f3 el dogma m\u00e9dico contrario a la transmisi\u00f3n a\u00e9rea hace 111 a\u00f1os<\/h2><p>En este pasaje de su libro \u201cLas fuentes y modos de infecci\u00f3n\u201d (1910), el investigador estadounidense Charles V. Chapin explica que si se admite la infecci\u00f3n por el aire ser\u00e1 casi imposible que la gente evite la de contacto, por cercan\u00eda. Por ello opta por negar la transmisi\u00f3n a\u00e9rea, aunque reconoce que entonces era imposible descartarlo emp\u00edricamente. Extractos:<\/p><p><em>\u201cSi la habitaci\u00f3n del enfermo est\u00e1 llena de contagio flotante, \u00bfde qu\u00e9 sirve hacer un gran esfuerzo para protegerse contra la infecci\u00f3n por contacto?\u201d.<\/em><\/p><p><em>\u201cEs imposible, como s\u00e9 por experiencia, ense\u00f1ar a las personas a evitar las infecciones por contacto mientras est\u00e1n firmemente convencidas de que el aire es el principal veh\u00edculo de infecci\u00f3n\u201d.<\/em><\/p><p><em>\u201cSer\u00e1 un gran alivio para la mayor\u00eda de las personas liberarse del fantasma del aire infectado, un fantasma que ha perseguido a la raza humana desde la \u00e9poca de Hip\u00f3crates, y podemos estar seguros de que si, como consecuencia, se puede ense\u00f1ar mejor a las personas a practicar un estricto aseo personal, se ver\u00e1n inducidos a hacer lo que, m\u00e1s que cualquier otra cosa, tambi\u00e9n evitar\u00e1 la infecci\u00f3n a\u00e9rea, si finalmente se demuestra que es m\u00e1s importante de lo que ahora parece\u201d.<\/em><\/p>"}}

Suscríbete para seguir leyendo