una figura excepcional

Neus Català, que nadie banalice tu recuerdo

Pequeñita, con una personalidad magnética y ojos vivarachos, le bastaban un par de segundos para escanear a su interlocutor

Fallece Neus Català, superviviente de los campos nazis

Fallece Neus Català, superviviente de los campos nazis. En la foto, en el 2012, Català sostiene un ejemplar del libro ‘Un cel de plom’. / periodico

Olga Merino

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Sábado por la tarde. Una llamada a su buena amiga, la escritora Carme Martí, confirma la noticia, no por inevitable menos dolorosa: Neus Català, luchadora irredenta, acaba de apagarseen el geriátrico de Els Guiamets, su pueblo natal, donde ha vivido los últimos años. Un par de semanas atrás, un resfriado inoportuno hizo que su estado de salud empeorase, hasta el punto de que, como el desenlace se perfilaba inmediato, sus dos hijos, Margarida y Ludi, se desplazaron enseguida desde Francia para asistirla. Pero parecía que remontaba; sucede a veces con los ancianos. Recuperó el apetito, y el mismo jueves tenía ganas de escuchar música… Demasiada vida, demasiadas fatigas. Neus ha muerto en paz y sin sufrimiento.

Nunca le agradeceré lo suficiente a Carme Martí que me la presentara: "Te va a impresionar, ya lo verás", y no estaba exagerando. Todavía le carburaba muy bien la memoria, y confesó que estaba leyendo a Engels. Pequeñita, con una personalidad magnética, los ojos tan vivarachos detrás de las gafas de gruesa montura negra, a Neus le bastaban un par de segundos para hacerle un escáner completo al interlocutor. Han pasado seis años. Por aquel entonces, Carme acababa de publicar ‘Un cel de plom’ / ‘Cenizas en el cielo’, su novela sobre la trágica vida de la superviviente de Ravensbrück, y la escritora se brindó a acompañarme para entrevistarla en el Priorat, no porque la protagonista necesitara ayuda de cámara alguna —¡menuda era ella!—, sino porque a buen seguro iba a sentirse más cómoda y parlanchina con alguien cercano, como así fue. Un cielo gris, sí, un aire irrespirable por el humo de los hornos crematorios que trabajaban a destajo, día y noche.

Voz enérgica, segura, franca

Hay dos entrevistas que no me he atrevido a borrar en la vida por un respeto que me sobrepasa. Una corre por un cajón de casa en una vieja cinta de casete, sin reproductor donde acomodarse: la señora, octogenaria entonces, se llamaba Zoya Marchenko, y había sobrevivido al gulag de Stalin en un campo situado en el hielo eterno de Kolimá, en las lindes del Ártico. La otra, claro está, es la de Neus Català, registrada en una grabadora digital. Le doy al clic y vuelve a sonar su voz, enérgica a pesar de la edad, segura, franca. Resuena en su garganta el eco del espanto: la amiga muerta, con el torso abierto en cruz, arrojada a un recodo; los perros adiestrados para matar; las inyecciones que inhibían la menstruación; la chica que se suicidó estampándose contra una valla electrificada.

El día de su liberación, el 5 de mayo de 1945, Neus se prometió a sí misma que no olvidaría jamás, mientras permaneciera con vida. Salió del campo con el uniforme de rayas y el número 50.446 cosido en el pecho. Un buen día, después de la guerra y el exterminio, ya en Francia, se lo puso y acudió a casa del fotógrafo. Una copia de aquel retrato, orlado por la bandera republicana, colgaba en el asilo de Els Guiamets, en su habitación luminosa,  que ella llamaba con ironía "'la gàbia del moixonet'".

Gracias, Neus, por tanto. El compromiso pasa ahora por perpetuar vuestro recuerdo. Que nadie lo banalice.