Migrar no fue una decisión, fue una exigencia

Caravana Migrante Save the Children

Caravana Migrante Save the Children / Pedro Armestre

MARÍA CIMADEVILLA. SAVE THE CHILDREN

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Yooselin estudiaba medicina en Managua y cuidaba de su hijo de 6 años. Lesbia, su madre, era abogada. Su vida transcurría con normalidad entre la casa, los estudios y el trabajo. Así lo recuerdan hoy desde un albergue cercano al río Suchiate en la frontera de Guatemala con México que acaban de cruzar en una balsa cargando con una maleta que contiene lo que queda de la vida que han dejado atrás. Escaparon de Nicaragua después de que Yooselin fuera detenida en Managua por atender a los heridos en las protestas que se estaban produciendo en la ciudad contra las medidas anunciadas por el Gobierno de Ortega. Durante varios días fue interrogada y sufrió torturas. Cuando la liberaron y pudo regresar a casa alguien avisó que venían de nuevo a detenerla y escaparon. No hubo tiempo de nada salvo esa maleta que hoy arrastran a duras penas consigo a través de Centroamérica. “Migrar no fue una decisión”, cuenta Lesbia, “fue una exigencia”.

José vivía en Guatemala con sus hermanos y sus abuelos. Desde que nació la violencia está presente en su vida. A su padre lo mataron antes de que él naciera y su madre los abandonó. Después de ver cómo dos de sus hermanas se unían a las pandillas y escuchar las historias de la gente que encontraba trabajo en Estados Unidos decidió probar suerte. José cuenta su historia sentado sobre las vías del tren en Cualicán, México. Ha llegado hasta aquí desde Tapachula subido en “La Bestia”, un tren que recorre México y que cada año utilizan miles de migrantes para llegar a la frontera con Estados Unidos. Este es un viaje sin billete, viajan en los vagones de mercancía o, literalmente, sobre ellos. Se atan con cuerdas para no caer cuando el cansancio les vence y se duermen. Pero los peligros de esta ruta no son solo el riesgo de caer, también lo es permanecer. Asaltos, robos y agresiones físicas y sexuales son un continuo en esta ruta. José lo vivió en sus propias carnes cuando cuatro hombres armados lo asaltaron y le robaron todo lo que tenía: su ropa, el poco dinero que había ganado trabajando durante el viaje y un pequeño teléfono con el que se comunicaba con su familia. Desde entonces no ha podido volver a hablar con ellos. José ha visto cómo sus sueños se borraban en el camino hacia el norte. Sus ilusiones fueron cayendo en el trayecto y las historias de todos los que triunfaron se han quedado atrás frente a la violencia que ha vivido en primera persona. Ahora solo piensa en cómo regresar a casa, pero también eso le asusta. “El sueño americano ya se me murió. Pero me preocupa llegar a casa con las manos vacías”.

Luis también salió de Guatemala siguiendo los pasos de un camino que le diese la oportunidad de estudiar. No le contó a nadie dónde iba y una noche puso rumbo a Estados Unidos. Como José, también subió a lomos de “La Bestia” para llegar a la frontera, y como él, también vivió el terror de los asaltos, de las agresiones y de la sensación de temer por tu vida. En un momento del trayecto pasó varios días viajando y el agua y la comida se acabaron. Pero el tren no espera y aguantó como pudo atado para no caer. Finalmente, el cuerpo no pudo más. Deshidratado, se desmayó y cayó a las vías. Lo siguiente que Luis recuerda es ver pasar el tren junto a él y el dolor. El tren se llevó por delante su pie y todos sus sueños. Tras varios meses hospitalizado en México después de que tuvieran que amputarle la pierna, Luis fue deportado a Guatemala. Recuerda la mezcla de sensaciones entre querer volver con los suyos y la vergüenza por regresar habiendo fracasado. Su madre lo esperaba en el aeropuerto y en su comunidad todos los arroparon. Luis pensó que regresaba sin haber conseguido nada, pero lo cierto es que regresó para cambiar la vida de muchos. Hoy intenta continuar sus estudios en Guatemala y se dedica a dar charlas a grupos de jóvenes sobre los peligros de la migración. Quién sabe cuántas vidas ha cambiado compartiendo su experiencia. Quién sabe cuántas vidas ha conseguido salvar. Hace unos meses Luis viajó hasta España para recibir en Mérida el premio Extremadura Global que concede la cooperación extremeña en representación de todos los niños, niñas y adolescentes que migran en Centroamérica. El momento más emocionante para Luis no fue la entrega del premio, que lo fue, sino la fila que se formó de chicos y chicas de un centro de secundaria que asistieron a escuchar la historia de Luis y que esperaron pacientemente su turno para darle un abrazo uno a uno y agradecerle su valentía compartiendo su historia.

Wendy era una niña cuando ella misma tuvo una niña. Fue violada en Honduras con 14 años y a los 15 sufrió un asalto en la calle y un hombre la disparó. No quería que su hija creciese en un lugar donde caminar a hacer la compra puede suponer perder la vida y con su hija en brazos decidió migrar. Llegó hasta México y ahora espera junto a otras chicas como ella, muchas también madres, en el DIF de Tapachula, un centro de detención de menores migrantes. Allí está pendiente de que llegue la resolución a su petición de refugio donde se decidirá si puede permanecer en México o si será deportada a Honduras. Deshacer el camino a estas alturas es el peor de sus temores. En el DIF las hijas y las madres se confunden. Todas son niñas, todas necesitan protección. Allí acude Herminia, trabajadora de Save the Children, para proporcionar atención psicológica a estas niñas y para hacer talleres que ayuden a mejorar su autoestima y a que cuenten con las herramientas necesarias para superar los traumas que han vivido antes y durante el camino. Si los menores que viajan solos son más vulnerables a los peligros y riesgos de la ruta, las niñas son las más expuestas a ellos. Los asaltos, las violaciones y los secuestros de las redes de trata de personas las tienen a ellas como objetivo principal. Estas son, además, niñas que vienen escapando ya muchas veces de contextos de violencia familiar, de las amenazas de las pandillas y las maras y de familias desestructuradas. A lo acumulado de sus lugares de origen se suman las cicatrices de este otro viaje.

Yooselin, José, Luis y Wendy son los protagonistas del documental “Detrás del muro” que hemos coproducido junto a Globomedia y que ha dirigido Fernando González “Gonzo”. Sus historias muestran cuáles son las razones que hoy siguen llevando a migrar a miles de personas en Centroamérica y los riesgos que enfrentan al hacerlo. Como decía Lesbia, “migrar no fue una decisión, fue una exigencia”.

 Las caravanas migrantes no son nuevas. La ruta está marcada por millones de personas que la han recorrido ya y seguirá dejando marca mientras las situaciones de pobreza y de violencia que se da en los países de origen de todos estos niños y niñas sigan sucediéndose. Mientras no haya presente ni futuro en el que crecer seguros, donde tener acceso a una educación no sea posible y donde la falta de oportunidades impida construir un proyecto de vida. No hay muro que frene la esperanza de sobrevivir cuando quedarse no es una opción.

En Save the Children tenemos abierta una petición de firmas en infanciaenpeligro.orgQue se protejan sus derechos y se atiendan sus necesidades es nuestra máxima prioridad. Nuestros equipos en terreno están trabajando en las zonas fronterizas de México con Guatemala y con Estados Unidos para asegurar que los niños y niñas que viajan solos o acompañados de sus familias cuentan con la protección a la que tienen derecho. Estamos repartiendo kits de higiene y refugio a las familias, hemos establecido espacios seguros para la infancia y estamos reforzando las labores de sensibilización sobre las medidas de protección a la infancia.