EL TESTIMONIO

"Muero cuando entrego a mi hija a su padre maltratador"

Verónica, víctima de violencia machista, está siempre localizada por un GPS y su agresor lleva una pulsera telemática

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J. G. Albalat

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Vive en una urbanización con vigilantes de seguridad. El miedo continúa metido en su cuerpo. Desde hace unas dos semanas lleva siempre encima un teléfono con GPS. La policía la tiene localizada en todo momento, pero lo que es más importante, los agentes controlan los pasos, a través de una pulsera telemática, de su expareja, condenado a dos años y nueve meses de prisión por maltrato habitual. Por ahora, él no ha pisado la cárcel. A pesar de la pena impuesta, una jueza le suspendió el ingreso a cambio de participar en un curso contra la violencia sobre la mujer. Este auto ha sido anulado y Verónica, la víctima, no sabe qué pasará al final. Teme por su integridad, pero, sobre todo, por su hija, a la que tiene la obligación de entregar al padre dado el régimen de visitas fijado. “Muero cada día que entrego a mi hija a la persona que me maltrató durante años”, explica a este diario.

Verónica es ingeniera industrial. Conoció al que fue su pareja durante tres años y medio y padre de su segunda hija en el gimnasio. Acababa de separarse de su primer marido. “Me engatusó y se aprovechó de mi vulnerabilidad”, relata. Al poco tiempo de convivencia, el que era su amor sacó su lado oculto. Comenzó a controlarla, a apartarla de sus amigas (“me decía que eran unas putas”) y vigilaba su forma de vestir (“me decía que iba provocativa y me obligaba a ir recatada, con pantalones y sin blusas con escote”). No soportaba que nadie la mirara o un desconocido hablara con ella. Celos enfermizos.

"Me menospreciaba y me denigraba delante de mi familia"

Verónica

— Víctima de violencia machista

De repente, apareció la violencia: “Cuando se enfadaba daba golpes en las puertas y en los armarios”. El maltrato psicológico se hizo más despiadado: “Me menospreciaba y me denigraba delante de su familia”. Hasta que llegó la primera vez, esa que, según esta víctima, “nunca se olvida, se te queda grabada”. Estaba embarazada de tres meses. Su pareja le lanzó un sillón de mimbre. Le impactó en el brazo. “Me encerré en el coche”, recuerda. Verónica acudió al hospital, pero mintió y explicó que se había caído. “Yo no quería denunciar, estaba abducida por él. Al día siguiente le perdoné”, admite. “Él me decía que si le dejaba se iba a suicidar. Yo idiota mí, le creí. Una vez, se cortó una mano con un vaso”, afirma.

Los empujones y zarandeos no cesaron. “Hasta el día en que nació su hija fue horrible. Yo quería hacerme una ligadura de trompas y cuando se enteró empezó a insultarme en el mismo paritorio. A pesar de que firmé el papel de consentimiento, le supliqué al doctor que no me lo hiciera”, recuerda.

Vergüenza de reconocerlo

El agresor tampoco soportaba que se reuniera con su exmarido, con el que fundó una empresa conjunta. “Tuve que malvender las acciones y acabé trabajando en casa”, subraya. Su pareja ya la tenía controlada y dominada, hasta tal punto que le hacía de secretaria pare recoger los encargos de su trabajo. Así, una ingeniera, acabó siendo la telefonista de su agresor. “Me daba vergüenza reconocer a mi familia y amistades que me pegaba la persona que me tenía que querer”, insiste.

"Me tiró al suelo e intentó estrangularme. Su mirada era terrorífica. Pensé que me mataba"

La violencia verbal era continua. Pero en abril del 2014, tras años de insultos, amenazas y menosprecios, dijo basta. No podía más. “Estaba mi hija enferma y yo agotada. Le dije a mi pareja si podía ayudarme a recoger la cocina y se puso como un energúmeno. Cogió una caña de bambú y me golpeó por todo el cuerpo. Le dije: se acabó, vete de casa. Dame las llaves, sino llamo a la policía. Me tiró al suelo e intentó estrangularme. Su mirada era terrorífica. Pensé que me mataba, pero encontré la caña de bambú e intenté defenderme. Le di a su coche nuevo y se levantó. Yo me refugié en la vivienda y él huyó”, rememora.

“Todavía me resistía a denunciar, pero al final lo hice. Sin embargo, la pesadilla siguió en otros niveles. La jueza no me creyó a pesar de mis heridas. Mi pareja utilizó la estrategia de la contradenuncia y acabamos los dos imputados y con una orden de alejamiento mutua. Pero esa misma tarde, tuve que entregar a mi bebé al padre por las medidas cautelares establecidas por la jueza. Fue horroroso. Era como un castigo. No paré de llorar”.

Dos semanas con el matratador

A los dos días, la abuela paterna le envió un mensaje comunicándole que la pequeña estaba ingresada en un hospital. “No podía ir porque estaba el padre y teníamos una orden de alejamiento mutua. Supliqué a la jueza ver a mi niña y esta anuló la medida. Lo peor fue que esas dos semana que pasé en una habitación de hospital junto a mi maltratador”, señala Verónica. Cuando la pequeña mejoró, se volvió a activar el alejamiento.

En la sentencia condenatoria se describe el clima de dominación que sufrió

En abril del 2017 se celebró el juicio y después se dictó la sentencia condenatoria contra la pareja de Verónica. En ella se recogen las agresiones que sufrió y los insultos y amenazas que recibió. “Eres una desgraciada”, “aguafiestas, no sirves para nada”, “tú vas a amenazarme a mí, te cojo y te mato”, “sin mí vas a ser una muerta de hambre”, entre otros improperios.

Era un “clima de dominación” y “una situación de violencia permanente”, según la resolución, después confirmada. La mujer fue exculpada. El que había sido su pareja está, por ahora, libre. “Recibo amenazas anónimas, aunque lo que me parte el alma es que la niña tenga que estar con su padre maltratador y dudar si me la devolverá sana y salva. Ahora, quiere hasta quitarme la custodia. Es una nueva forma de maltrato”, sentencia.