Quim, salvado de milagro en la tragedia de Caldes
GUILLEM SÀNCHEZ / CALDES DE MALAVELLA
Posiblemente la historia de Francesc y Quim sea el único milagro que se coló entre todas las desgracias personales que acontecieron en Caldes de Malavella el pasado domingo por la tarde, cuando un castillo hinchable lanzó por los aires a siete críos y Aran, una niña de 6 años, falleció al chocar contra el suelo de cemento del restaurante Mas Oller, muy cerca de la mesa donde comían sus padres.
“Llegamos a la una del mediodía y de las tres horas que pasaron hasta que sucedió lo del castillo, Quim estuvo jugando en el infable todo el rato”, dice su padre Francesc este lunes. El azar -o quizá el destino- quiso que su hijo, de 4 años, abandonara la atracción segundos antes de que esta enfureciera. Se presentó en la mesa de su padre descalzo, con las zapatillas en la mano y sudado. Había venido solo un instante, para beber agua y para pedirle a Quim que regresara con él. Porque iba a volver de inmediato al castillo.
LA PARTIDA DE MICAELA
La madre de Quim, Micaela, falleció al dar a luz en el hospital de Santa Caterina de Salt (Girona). Desde entonces, Francesc no deja de atormentarse con lo que le pasó a su mujer. Se habían conocido en Santo Domingo (República Dominicana) y llevaban 12 años juntos. Cuando se quedó embarazada de Quim, regresaron a Caldes de Malavella. Querían tenerlo en España. Algo salió mal durante el parto y ella murió "de una hemorragia", repite ahora Francesc sin llegar a creérselo, porque está convencido de que hubo una "negligencia médica". Él lo denunció y, según cuenta, el proceso judicial quedó empantanado en un callejón sin salida del que no ha tenido más noticias. Todo eso pasó hace 4 años, los mismos que tiene Quim.
UNA HISTORIA DE DOS
"Soy lo único que tiene y todo el rato necesita que esté por él", explica Francisco, con voz quebrada. Cada vez que empieza a hablar del infierno que vivió hace apenas 24 horas en el Mas Oller, termina hablando de su mujer. Ayer tuvo que estar con Quim junto al castillo durante casi todo el rato. "Quería que lo estirara de la pierna, que lo ayudara a subir… lo que quieren los niños, que juegues con ellos". Pararon solo para "darle la comida" y después el pequeño regresó solo al castillo.
El domingo era el Día de la Madre y en la terraza había cuatro grupos distintos. En una mesa, ubicada junto a la entrada, estaban Francesc y Quim. Al lado de ellos, en una mesa larga, había casi 20 personas. Cuatro o cinco parejas con críos que habían quedado para comer. Aran, la niña malograda, vino con una de estas familias, de Tordera.
Poco después de las 15.30 horas, sobre la atracción de aire había ocho niños. Solo Quim, de pelo rizado y mulato de piel, igual que su madre, se bajó de un castillo a punto de estallar y se fue hasta la mesa de su padre. Porque tenía sed o porque quería arrastrar a Francesc para que jugara con él. Fue fruto del azar, o del mismo destino que, cuatro años antes, se había llevado a Micaela.
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