CRÍTICAS A UN MITO

Santa pese a Hitchens

TERESA CALCUTA

TERESA CALCUTA / periodico

CARLES COLS / BARCELONA

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Agnes Bojaxhiu de Skopia, más conocida por todos como Teresa de Calcuta, será proclamada santa de la Iglesia católica el próximo 4 de septiembre por decisión del papa Francisco. Era beata desde que así lo decidió, en octubre del 2003, Juan Pablo II. Su nombre se sumará al de los más de 10.000 santos y beatos del catolicismo, una cifra indeterminada porque el Vaticano prefiere no darla a conocer. De los supuestos milagros atribuidos a la fundadora de las Misioneras de la Caridad se hablará, y mucho, conforme se acerque septiembre. Menos, en cambio, se hablará del reverso de la nueva santa, sistemáticamente acallado, lo que invita a releer lo que de ella dijo el que fuera (y no es un simple juego de palabras) su abogado del diabloChristopher Hitchens, para quien la premio Nobel de la Paz, más que amiga de los pobres, era una entusiasta de la pobreza de los demás, que animaba a aceptar la enfermedad y el sufrimiento con alegría, como un regalo del cielo. “Cuando ella cayó enferma, voló en primera clase a una clínica privada de California”, recordaba a menudo Hitchens.

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La beatificación de la madre Teresa batió la plusmarca vaticana anterior en este tipo de procedimientos, que estaba en posesión de Josémaría Escrivá de Balaguer, fundador del ultraconservador Opus Dei. El Derecho Canónico establece que un proceso de beatificación no puede dar comienzo hasta pasados cinco años de la muerte de supuesto beato. Una dispensa papal permitió acortar a dos años esa espera en el caso de Teresa de Calcuta. Se le atribuyó de inmediato la sanación de una enferma de cáncer, Monica Besra, gracias a que una monja colocó en su pecho una fotografía de la célebre monja. Ese presunto milagro la elevó a la categoría de beata. Para ser santa había que acreditar otro milagro. El papa Francisco da por bueno ahora que en el 2008 curó a un joven brasileño cuya enfermedad estaba ya en fase terminal.

Queda claro, pues, que de nada sirvieron los argumentos que Hitchens, ateo militante, con una capacidad dialectica poderosa y, pese a ello, invitado expresamente por el Vaticano, expuso ante el padre David O’Connor, de la archidiócesis de Washington, monseñor Joseph Sadusky y el diácono Bernard Bernier. Le eligieron como 'advocatus diaboli', un tarea caída en desuso de un tiempo a esta parte en pos de que las beatificaciones avancen a velocidad de crucero, seguramente porque era autor de un libro lamentablemente no traducido al español, 'The misionary position', en el que Hitchens trata de deconstruir la imagen de bondad infinita de la madre Teresa. Es su especialidad. Hizo lo mismo años después con otro Premio Nobel, Henry Kissinger, y, más tarde, con el propio Dios. Su libro 'Dios no es bueno', se considera la biblia canónica del ateísmo.

Lo que dijo Hitchens en aquella insólita reunión lo contó pormenorizadamente en el 2001 en un extenso y apasionante artículo en la revista 'Vanity Fair'.

AMISTADES PELIGROSAS

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Puso sobre la mesa las feas amistades de la aspirante a beata, como la dinastía Duvalier de Haití. Recordó que en 1995 participó activamente al lado del frente del no en el referendo que se celebró en Irlanda sobre la legalización del divorcio. Sostenía entonces que las esposas de los maltratadores tenían que aceptar ese castigo como un regalo del cielo y, sin embargo, tiempo después, cuando su amiga la princesa Diana anunció que se iba a divorciar, la aplaudió por ello.

No obstante, su más feroz crítica a la madre Teresa era por su oposición al aborto y por su rechazo a cualquier tipo de método contraceptivo. “Cuando le concedieron el premio Nobel de la Paz anunció que la mayor amenaza para la paz mundial era el aborto, y en otras ocasiones había proclamado que el aborto y la contracepción eran moralmente equivalentes”. Lo que denunció Hitchens como abogado del diablo es que una sensata política de contracepción hubiera bastado para poner un cierto orden en las bolsas de pobreza de Calcuta, pero que a ella eso no le importaba, de hecho, le importunaba, porque había edificado su fama por acoger en sus hospicios a las víctimas de esa situación remediable. “Su famosa clínica de Calcuta no era más que un hospicio primitivo, un lugar para que la gente muriese y un lugar en el que el tratamiento médico era rudimentario o inexistente. Las grandes sumas de dinero que recaudaba se invertían sobre todo en construir conventos en su propio honor”. Eso les explicó en su labor de abogado del diablo. De nada sirvió.