LOS TESTIGOS

«¡Hay abuelas ahí abajo!»

Un vecino que vio la tragedia se torturaba ayer recordando su impotencia ante el agua

GUILLEM SÀNCHEZ / LAURA BIELA
AGRAMUNT

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Antonio Montesinos vive en Agramunt, junto a la residencia Ribera del Sió. Llegó de Lleida, donde trabaja, casi a las cuatro de la madrugada. Se topó con una cuidadora «desesperada» que pedía auxilio: «¡Por favor, hay abuelas ahí abajo!», le rogó señalando el semisótano del asilo. Montesinos trató de echar una mano. Descubrió que el pasillo que conducía hasta las habitaciones de las ancianas estaba inundado y vio al alcalde de la población, Bernat Soler, zambullirse para llegar hasta ellas. Soler trató de avanzar «con el agua helada hasta el pecho», asegura. Pero tuvo que desistir. En ese rato, unos pocos minutos, el nivel creció hasta su punto máximo, más de dos metros. Celadores, alcalde y voluntarios como Montesinos se desesperaron buscando cómo socorrerlas.

Al mediodía, horas más tarde, Montesinos merodeaba por los alrededores de la residencia, al otro lado de las cintas que aislaban a los equipos de emergencia, fumando un cigarrillo tras otro con la voz tan temblorosa como sus manos. «Lo que más me duele es pensar que quizá habríamos podido hacer algo más», confesaba. Sin haber dormido, se planteaba si hubiera sido útil usar una «puerta a modo de balsa» para ir hasta las habitaciones. Pero él mismo terminaba admitiendo lo evidente: el Sió, habitualmente «un hilo de agua», les había sorprendido y solo podían esperar a los bomberos.

Memoria de la riada de 1874

«Lo que no pasa en 100 años pasa en una noche», resumía Jordi Inglés, propietario de un bar cercano al asilo mientras servía café a los clientes, perplejos ante la tragedia. Su bisabuelo, Josep Inglés, cedió al ayuntamiento una piedra de su casa que atestigua el nivel que alcanzó el río el 23 de septiembre de 1874. Entonces también se desbordó y su crecida fue incluso superior a la de este 3 de noviembre del 2015. El Sió avisó aquel día del caudal que puede llegar a reunir.

Vecinos afectados por la riada criticaron que no se les hubiera avisado del peligro que suponían las fuertes lluvias, informó la agencia ACN. «Hace unos años se desbordó el Sió, aunque no tanto como ahora, y nos avisaron», censuró Dolors Galera. Otro vecino, Joan Manel Serrano, no entendía que no se hubiera previsto el desbordamiento del Sió en Agramunt cuando en Tàrrega la riada del Ondara empezó a las 11 de la noche. «La cabecera de ambos ríos es más o menos la misma y tuvieron cuatro horas para controlar la situación», señaló. Y añadió:  «Alguien ha fallado. Ha habido muertos y esto no tendría que haber pasado».

Las calles adyacentes a la residencia Ribera del Sió amanecieron ayer con barro y diversos objetos arrastrados por la fuerte corriente. En algunas viviendas cercanas al río se acumulaba más de un metro y medio de agua. La diferencia con el asilo es que nadie dormía en un semisótano.

A Joan Ribero, propietario de una de estas casas, le alertó su perro. Cuando llegó a la planta baja el agua superaba el metro de altura y la corriente había arrastrado más de 50 metros sus dos vehículos. Al salir a la calle, vio policías y bomberos, pero en ningún momento pudo imaginar que cerca había personas que se debatían entre la vida y la muerte. «Cuando me enteré, me quedé helado», apuntó.

En el caso de Domingo, otro de los vecinos afectados, el agua dañó la lavadora y la secadora que tenía en el almacén, además de su motocicleta. En su caso, se sentía afortunado de no tener el coche dentro de la vivienda. «Ya solo me faltaba eso», dijo. En total resultaron perjudicadas unas 40 viviendas.