EL DRAMA DE LA VIOLENCIA MACHISTA

Muñeca de ganchillo

Andrea fue asesinada el lunes en Nou Barris por su marido, al que solo denunció una vez Tras 17 años de matrimonio y con tres hijos, la víctima estaba decidida a separarse de su maltratador

En recuerdo de Andrea 8 Una joven enciende una vela en la puerta de la casa en la que se produjo el asesinato.

En recuerdo de Andrea 8 Una joven enciende una vela en la puerta de la casa en la que se produjo el asesinato.

MAYKA NAVARRO / BARCELONA

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En una tienda de Badalona está expuesta para la venta una muñeca de ganchillo que Andrea confeccionó con sus manos en los días en que el pulso no le temblaba por culpa del miedo. El pasado lunes por la mañana, el que durante 18 años fue su marido, Miquel, la golpeó hasta matarla, sin que le temblaran las manos. A sus 46 años, Andrea se convirtió en la víctima número 11 de la violencia machista en Catalunya en lo que va de año. Para los suyos, que la despidieron el viernes en el tanatorio de Sancho de Ávila, Miquel mató a una mujer valiente y luchadora que tiró demasiadas veces en solitario del carro para sacar adelante a sus tres hijos, de 10, 11 y 14 años.

Miquel y Andrea se hubieran visto el martes en los juzgados de violencia doméstica de Barcelona. Ambos tenían un juicio por una agresión del 3 de marzo, la única que Andrea denunció aunque los investigadores sospechan por las palabras del entorno de la víctima que no fue la única que sufrió.

«Los problemas empezaron cuando Miquel se quedó sin trabajo…» Así comenzó su relató Andrea el día que acudió a la comisaría de los Mossos d'Esquadra de Nou Barris a denunciar la agresión. El matrimonio vivía con sus tres hijos, un niño y dos niñas, en una casa unifamiliar de aspecto precioso, que ocupaba parte de un chaflán de la calle de los Amics. La mujer relató cómo aquel día, durante una nueva discusión, el hombre la empujó y ella se golpeó al caer. En lugar de ayudarla, le arrojó el bolso y le escupió los insultos que en los últimos tiempos se habían convertido en habituales cuando el hombre bebía: «Puta, guarra, no sirves para nada».

Aislamiento creciente

Andrea le vomitó a la mossa que le tomó declaración lo que por miedo, vergüenza y pudor tapó mucho tiempo a amigos y familiares. Seguramente para que no sufrieran y por si las cosas cambiaban a mejor, en los últimos tiempos Andrea se fue separando de sus amigos, su hermana y sus padres. Es una estrategia común en los maltratadores. Separar a la víctima de su entorno para que no hayan testigos de la violencia. Andrea tampoco tenía ya relación con la familia de su marido, ni con sus cuñadas, ni con su suegra, propietaria de todos los inmuebles de la manzana en la que vivía la pareja. Así lo contó el único día que se atrevió a denunciar. "Siempre he sido una mujer fuerte y segura. Pero hasta eso me arrebató. Me alejó de mi familia, mis amigos... No lo puede evitar".Andrea contó que tenía miedo, cada vez más miedo de Miquel, que tras perder el trabajo se había transformado en un desconocido «egoísta, posesivo y agresivo». Aun así, cuando la mossa le comunicó que tenía derecho a unas medidas de protección y a pedir una orden de alejamiento, Andrea dijo que no. Decidió que las cosas siguieran como estaban, porque confiaba en que fueran a mejor y que quizás él cambiara.

Pero las cosas solo empeoraron. En los últimos tiempos Andrea ya no confiaba en la reconciliación. Quería separarse y empezar de nuevo, sola con sus hijos, pero libre de ese hombre del que poco a poco se empezaba a desprender. Se lo contó a sus compañeras del supermercado Bon Àrea, en el que había conseguido trabajar por horas cuando necesitaban un refuerzo. «Estaba muy decidida a separarse. Era una mujer llena de vida», explica emocionada la que era su jefa.

Nadie en el barrio es capaz de concretar cuándo dejaron de vivir juntos. Miquel seguía viniendo a menudo a la casa para estar con sus hijos. Se había trasladado con su madre a Tarragona, pero se lamentaba de que estaba demasiado lejos. Por eso, de vez en cuando dormía en el bar La Columna, propiedad de su madre y que la Guardia Urbana clausuró por la escandalera de sus últimos inquilinos. Estaba en la puerta de al lado de su casa.

Miquel no tenía buena relación con su familia. El matrimonio discutía cada vez que Andrea le intentaba explicar que necesitaban dejarse ayudar. Que tenían tres hijos y que no llegaban a final de mes.

Nadie escuchó nada

Orgulloso, Miquel solo se atrevía a pedir dinero a Joan, el dueño del bar Donatto, la última persona con la que estuvo la mañana que asesinó a Andrea. El viernes anterior, Miquel estuvo en el bar, como otras muchas mañanas. Pero terriblemente abatido y hundido.  «Lo vi peor que nunca, triste y superado por la situación. Me contó que volvía a estar sin trabajo. Y que ya no vivía con Andrea. Me pidió 20 euros y prometió devolvérmelos el lunes».

Miquel regresó el lunes al Donatto. Llegó muy temprano, con tiempo para tomarse tres chupitos de whisky, pagar la cuenta y devolver los 20 euros. «Estaba bien, tranquilo, le aseguro que no hacía olor a alcohol…» El hombre esperó la hora en la que sus tres hijos ya habían salido hacia el colegio, se despidió de su amigo y se dirigió a su casa.

Nadie escuchó nada. Frente a la casa encalada y con macetas en las ventanas hay un enorme patio de colegio en el que el griterío de los menores silenció gritos y golpes.

Al salir de casa, Miquel bloqueó la puerta dejando la llave en la cerradura interior. Con el gesto retrasó el dolor a su hija. Sobre la una, la niña se acercó a su casa para comer, no pudo abrir y leyó el papel enganchado con celo que tras su nombre escrito a mano decía: «Llama a la policía». La niña arrancó la nota y corrió hasta el Donatto. «Joan, mira lo que me ha dejado mamá». La niña esperó jugando en una mesa. «Se la llevaron unos agentes y al rato llegaron dos de homicidios para hablar conmigo. Andrea había sido asesinada y buscaban a Miquel». Dos horas después le encontraron en el bar en el que de vez en cuando dormía. Murió desangrado, con cortes por todo el cuerpo.