CRÍTICA DE SERIE

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'Black mirror (temporada 6)'

'Black mirror (temporada 6)' / Netflix

Juan Manuel Freire

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Charlie Brooker ha logrado lo que todos los creadores ansían: convertir una obra suya en parte del vocabulario colectivo. Hoy en día, en cuanto vivimos una situación extraña por culpa de la tecnología, el primer instinto es pensar: "¿estoy dentro de un episodio de 'Black mirror'?" La serie antológica (en más de un sentido) es una actualización de 'La dimensión desconocida' especialmente animada por la clase de tecnofobia que ya movió a Rod Serling en los sesenta, cuando los horrores virtuales actuales eran una pesadilla lejana. 

La primera temporada de 'Black mirror' en cuatro largos años (según Brooker, con la pandemia ya tuvimos distopía para un tiempo) arranca como sátira de un paisaje audiovisual saturado. Se trata, en principio, de reventar el sistema desde dentro: los parecidos son razonables entre Netflix y la aquí presentada plataforma de 'streaming' ficticia Streamberry, en la que todo el mundo confía ciegamente para su entretenimiento y en la que todo parece apto para la adaptación en formato de serie.

'Joan es horrible', primera de las cinco nuevas historias, explica el calvario de una mujer corriente (la gran Annie Murphy, de 'Schitt's Creek') convertida sin querer en referencia de una serie 'prestige' protagonizada por Salma Hayek Pinault. Todo lo que hace y dice acaba pronto en pantalla, convenientemente exagerado con fines dramáticos. Los giros ingeniosos se suceden sin descanso en una matrioshka narrativa que seguramente hará gracia a Charlie Kaufman, guionista de 'Cómo ser John Malkovich' o 'Adaptation (El ladrón de orquídeas)'.

En la todavía superior 'Loch Henry', Brooker dinamita nuestra insana atracción por la violencia, como hizo en 'Oso blanco', y más en concreto la casi preocupante proliferación de producciones de todo tipo, también en Streamberry, sobre cada crimen real imaginable. Una joven pareja (My'hala Herrold de 'Industry' y Samuel Blenkin) se traslada a una localidad escocesa para rodar un documental de naturaleza, pero acaba cocinando un 'true crime' sobre el caso que vacío el lugar de turistas, una historia entre 'Los crímenes de Essex' y 'La Serpiente'. Sam Miller (aliado de Michaela Coel en 'Podría destruirte') dirige con brillantez un episodio tan divertido como amargo y terrorífico, capaz de crear tanta desazón como el clásico 'Playtesting' de 2016.

El tercer capítulo, el extralargo 'Beyond the sea', certifica el retorno de Brooker al pesimismo tras espejismos luminosos del estilo de 'San Junipero' o el grueso de la anterior temporada. En un 1969 alternativo, dos astronautas (Aaron Paul y Josh Hartnett) lidian con las consecuencias de un terrible suceso acaecido aquí abajo, donde réplicas exactas de sí mismos les sirven para seguir experimentando ocasionalmente la Tierra. El episodio es mejor cuanto más previsible; el giro final elegido resulta algo inorgánico. 

Desde esa tercera historia situada, como las dos restantes, en un tiempo pretérito, es fácil empezar a hacerse la pregunta: ¿qué es exactamente 'Black mirror' en 2023? Brooker lo ha definido en 'Financial Times' como "una visión del mundo amarga, oscura, ligeramente irónica pero bastante escalofriante". Pero los mitos más perdurables de la serie han llegado a través de una misión más específica: el intento de elucubrar sobre qué pasaría si una tecnología ya presente en nuestras vidas empeorara solo un grado más. 'Beyond the sea' no va en esa dirección. Tampoco la posterior 'Mazey Day', en la que se utiliza un arquetipo fantástico para reflexionar vanamente sobre la voracidad mediática

Para el final queda 'Demonio 79', otro episodio extralargo, pero menos llevadero que 'Beyond the sea'. Como poseído por los Tarantino y Rodriguez de 'Grindhouse', Brooker propone un simulacro (aquí no demasiado esforzado) de mitad de viejo programa doble, pero no esperen los placeres incorrectos de una producción Amicus. Es la historia de una tímida dependienta de zapatería (Anjana Vasan) obligada a cometer actos terribles para prevenir el Apocalipsis, pero nadie parece divertirse realmente contándola. Dejando atrás las reglas de su propio juego, Brooker no sale ganando, al menos por el momento.

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