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'Biohackers', jugando a ser Dios

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Juan Manuel Freire

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'Biohackers' arranca, al estilo de muchas historias de J. J. Abrams, 'in medias res', es decir, en la mitad del asunto, con una escena que Netflix y los creadores de la serie consideraron demasiado perturbadora para finales de abril del 2020, en plena propagación del coronavirus.

Un tren cruza un paraje montañoso a toda velocidad. En su interior, Mia (la promesa suiza Luna Wedler, vista en 'Cerca del horizonte') y Niklas (Thomas Prenn) ven su relajo y cercanía rotos por una llamada de auxilio. Hace falta un médico para una pasajera que se ha quedado sin respiración. Mia es estudiante de medicina, de modo que quizá sirva, pero la mujer se desvanece rápidamente. Mientras nuestra heroína trata de reanimarla, va cayendo el resto de pasajeros, incluyendo Niklas.

A finales de abril del 2020, una escena sobre lo que parece un virus altamente contagioso y fulminante podría haber desatado incómodas teorías conspirativas. A mediados de agosto, cuando finalmente se ha estrenado la serie, todavía resulta perturbadora, pero al menos sabemos algo más del nuevo virus y casi hemos aprendido a vivir con la amenaza. Casi. 

La amenaza sobre la que divaga 'Biohackers', con la profundidad del thriller más playero, es otra bastante distinta. El creador de la serie, el alemán Christian Ditter, dijo haber tenido la idea tras preguntar a varios amigos científicos cuál era su peor miedo sobre el futuro. Según parece, la respuesta más común fue: la biología sintética.

La gestión de la propia biología

Nacida a principios del siglo XXI, la biología sintética comprende un buen abanico de áreas y disciplinas, pero se centra, sobre todo, en el tuneado de elementos naturales o la creación de nuevos sistemas vivientes desde cero. De ella surgió el movimiento del 'DIYbio' o 'biohacking', que aboga por la gestión de la propia biología a través de técnicas médicas, nutricionales y electrónicas no necesariamente caras. O legales: la protagonista de la serie, Mia (como dice llamarse), descubre prácticas cada vez más dudosas al introducirse en este submundo para arrojar luz sobre un trágico pasado familiar.

Tras la escena de la posible controversia, la acción se traslada dos semanas atrás en el tiempo, cuando la supuesta Mia empieza a estudiar en la Facultad de Medicina de la Universidad de Friburgo. El tono ya no es ominoso, como al principio, sino de comedia juvenil. Un 'thriller' científico como 'Biohackers' podía parecer un cambio de tercio para Christian Ritter, más conocido por comedias románticas rodadas en inglés como 'Los imprevistos del amor' y 'Mejor… solteras', pero la serie es más ligera que grave y presta menos atención a las implicaciones morales de la nueva ciencia que a los líos de amistad y amor.   

Mia encuentra esos líos bastante rápido. Sus compañeros de piso huelen a problema. Lotta (Caro Cult), de familia noble pero pocos remilgos, le abre la puerta en 'topless'. Después está el bodyhacker Ole (Sebastian Jakob Doppelbauer), quien utiliza como tarjeta de presentación el chip subcutáneo que se ha implantado para pagar en la gasolinera sin sacar la tarjeta. Y finalmente tenemos a Chen-Lu (Jing Xiang), una especie de Wikipedia andante que habla como un pódcast al doble de velocidad. A su lado, la Lorelai de 'Las chicas Gilmore' es una mujer de verbo contenido. Agricultora DIY, Chen-Lu quiere integrar "sabores de carne en el ADN de las setas; dejar obsoleta a la industria cárnica y ayudar al medioambiente". Es un encanto, claro. 

Para temas de amor, Mia se acerca al estudiante de biología Jasper (Adrian Julius Tillmann), pero en gran parte la mueve un plan secreto. Jasper es el becario de la Dra. Tanja Lorenz (Jessica Schwartz), reputada académica y bióloga en cuyo círculo necesita integrarse como sea. Si la intuición no le falla, Lorenz podría saber mucho, quizá incluso demasiado, sobre la muerte de su hermano gemelo y el accidente en el que fallecieron sus padres.

Cara y cruz de la tecnología

Sin entrar en grandes disquisiciones filosóficas, la serie nos muestra las luces y sombras de la biología sintética. Luces a veces fluorescentes: la mascota de Jasper, un escurridizo ratón, brilla en la oscuridad. Pero el proyecto más importante del joven biólogo es una terapia genética que podría librarle de una rara enfermedad degenerativa, el corea de Huntington.

Un póster de la serie en Netflix revela a otra de sus creaciones: mosquitos de ojos rojos que pueden transmitir enfermedades realmente rápido. Es un ejemplo entre muchos de hasta dónde no se debe, pero se puede llegar. De por qué la biología sintética quita el sueño a los amigos científicos de Christian Ditter. Como Lorenz afirma en una inspiradora clase, con ella se pueden "erradicar enfermedades genéticas; o erradicar a toda la humanidad, si no hacemos bien nuestro trabajo". 

El antiguo director de 'Vicky el vikingo y el martillo de Thor' (no se pierdan varias apariciones estelares del citado Vicky, en versión muñequito de plástico) sabe extraer momentos inquietantes de dichas posibilidades oscuras, como en el tenso y aéreo final del tercer capítulo. Quizá 'Biohackers' no sea la serie que abrirá los debates éticos definitivos sobre la biología sintética, pero sí podría ser la serie que ayudará, a base de gente carismática, amor juvenil, giros algo absurdos y, lo dicho, buenos pequeños sustos, a superar las últimas noches de la canícula.

En otra dimensión, 'Biohackers' podría haber sido una serie mejor, una especie de nueva y turbadora 'Línea mortal' en la que se cambiaran experiencias post mortem por artimañas con el ADN. Pero la divertida realidad tampoco es nada desdeñable.

Sorpresas alemanas

De Netflix no se celebra lo suficiente cómo ha contribuido a avivar las industrias locales y conseguir que el público internacional consuma series no solo anglosajonas, algo bastante impensable hace unos años, fenómenos aislados como ciertos títulos del 'nordic noir' a un lado.