El litoral de Barcelona
Y encima nos quejamos
Las playas más turísticas pueden estar repletas de molestias, en cambio, las paradisiacas son peligrosas
Xavier Bru de Sala
Escritor y periodista.
Xavier Bru de Sala
Antes de jugar a las mil diferencias entre una playa masificada y un paraíso podríamos empezar por las similitudes, que se reducen a tres: el sol, el mar, la arena. Las playas más turísticas pueden estar repletas de molestias, en cambio, las paradisiacas, como observó el autor del Robinson, son peligrosas. En vez de cocoteros que amenazan la integridad física del despistado que se apoya a su sombra, de apariencia protectora, con el lanzamiento de cocos maduros como pesados obuses que le pueden hundirle la cabeza o reventar la barriga, destacan unas vistosas torretas con un vigilante atento dispuesto a socorrer a los aventureros urbanos que se puedan encontrar en un apuro. Por si fuera poco, parejas de amables guardias pasean con calzón corto o bien en cuatro por cuatro para mantener el orden y asustar a los vendedores ambulantes, siempre menos agresivos que los tiburones o los varanos de Comodo. También abundan unas barquillas que, con aparatos ad hoc empotrados en proa, recogen la basura que unos cuantos desaprensivos lanzan a las mansas aguas.
Nuestras playas no son sino naturaleza desnaturalizada, puro artificio. También un prodigio de limpieza si las comparamos con las playas 'abandonadas', llenas de algas medio podridas y malolientes y de objetos derivados del petróleo que el mar devuelve enfurecido a caballo de los temporales. En cambio, nuestras playas aparecen a primera hora de la mañana en perfecto estado de revista, filtradas y peinadas por máquinas que no dejan ni una colilla, ni un envase, ni una simpática huella triangular de ave en el caso de que alguna se despistara y osara deambular por territorio prohibido.
Acerquémonos a Italia, donde es casi imposible encontrar un palmo de arena para extender la toalla y plantar una sombrilla. En Italia se paga por la playa en verano, tumbona y otros servicios incluidos, al igual que en todas las estaciones de esquí se paga en invierno. Nadie se queja. En cambio, el lujoso hotel Vela de la Barceloneta ha visto reducido su espacio privatizado en beneficio del ciudadano que dispone así, gracias a los 'comuns', de más espacio común.
Para cantar las excelencias de nuestras autoridades no hay que ir en busca de los procelosos océanos ni tampoco más cerca, a la orilla sur de este mismo Mare Nostrum, de apariencia tan benigna y de historia tan salvaje, donde campan mafias que abarrotan a escuálidos emigrantes en pateras. Mejor no acercarse. Más vale tomar el metro o el bus y arriesgarse a ser interpelado por un latero, un vendedor de mojitos más o menos adulterados, uno de bocadillos reblandecidos por la humedad o por la oferta de masajes poco profesionales.
Se mire como se mire, si la visión es bastante abierta y global, nuestras playas se encuentran en la parte alta, entre las más seguras y reguladas de este mundo, por no hablar del otro, ni de ningún otro, y menos aún del tercero. Aquí, el máximo peligro son los ejércitos de medusas, que a estas alturas se deben confabular, mar adentro, para multiplicarse e infligir graves urticarias a los que, encima, se quejen.
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