Conde del asalto

La obsesión de Barcelona por los pechos grandes

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Tienda de souvenirs.

Tienda de souvenirs.

Miqui Otero

Miqui Otero

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Imaginemos por un momento que Barcelona es un adolescente y los escaparates de sus comercios, la carpeta del Instituto. Una pista: jamás querrías tener algo que ver con ese adolescente (incluso te aconsejo que huyas de él) y, por tanto, como barcelonés, algo parecido sucede con tu ciudad.

Por lo pronto, sería Barcelona un adolescente atolondrado que tiende preocupantemente a la borrachera que se estampa con el coma etílico y obsesionado de una forma alarmante (casi como de caso clínico) con los pechos de talla XXXL. En absolutamente todas las tiendas de souvenirs de las Ramblas (y de todas las calles a su alrededor) manda la típica camiseta del diseño de I Love New York pero con la leyenda: “I Love Big Boobs”. Toda esa zona está llena de camisetas que proclaman el gusto por las mamas poderosas. Pero no solo por eso. También abundan otras fijaciones. Un paseo por la zona es un safari por la cabeza de un teenager acalorado y con trazas perturbadas.

Zoco del placer grueso

Porque con ese mismo diseño, la ciudad, el adolescente, nos dice sin tregua que también le gustan las mujeres maduras (I Love Milfs), las latinas (I Love Latins) o, cuidado, las prostitutas (I Love Sluts). Obviamente, también las hay de I Love Barcelona, pero ahí el nombre de la ciudad ya se lee como una suerte de zoco del placer grueso, cuando no racista, clasista u homófobo.

Porque también hay la típica camiseta con chistecito, como esa en la que leemos “Creo que mi amigo es gay” con una flechita que señala a quien va con su portador. O esa otra (el adolescente ya como bully de patio de colegio) donde aparece una pareja desnuda y de perfil que enfrenta sus barrigas con la leyenda: “Misión imposible”. O el logotipo de dos novios en su día de boda con la frase: “Game Over”.

No faltan los tangas con I Love 69 o los calzoncillos con una serpiente (una Wild Snake) que te avisa de que la acaricies “bajo tu propia responsabilidad”. Tampoco una filia rarísima (acaso nacida de las series sobre sus principales capos) hacia todo lo relacionado con el narcopop, principalmente con la figura de Pablo Escolar, que no era precisamente Antoni Gaudí.

Retrato poco favorecedor de Barcelona

No tengo vocación de puritano, ni ánimo para lanzar una cruzada por la decencia, pero es cierto que todos esos escaparates, de tiendas, además, de dudosa viabilidad (y, por tanto, de oscuros intereses), son una agresión constante, dan verdadero asco y espero que no sean el termómetro moral y estético de mi ciudad.

Es fácil asumir que están destinadas a los turistas (y, en concreto, a los turistas borrachos de despedidas de soltero y de fin de semana), pero en una ciudad con un PIB tan alto dependiente de ese sector en realidad parecen un retrato de Barcelona. Uno muy poco favorecedor. Y no escondido, precisamente, sino en las calles más céntricas y visibles de la ciudad.

La ciudad barata

Así que aparten los poemas de las Ramblas sobre el paso de las estaciones a través de sus flores estacionales, porque esto es otra cosa. Es una visión de la ciudad barata, cuando no ofensiva para muchos colectivos, muy desoladora. Así que o bien ese tipo de comercio ubicuo se calma, o bien la propia ciudad debería cambiar.

Es decir, o el adolescente madura un poco y se vuelve más persona o al menos que no alardee de su carpeta, que él cree ingeniosa pero que en realidad da un poco de grima y muchísima lástima.

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