Conde del asalto

Las fotocopias de 'Bola de Drac' cambiaron Barcelona para siempre

Así es el clon viral del Monstruo Buu de ‘Dragon Ball’ .

Ruta exprés por cinco bares extraordinarios de Barcelona

Una de las fotocopias de 'Dragon Ball' que aún circula por Wallapop.

Una de las fotocopias de 'Dragon Ball' que aún circula por Wallapop. / Wallapop

Miqui Otero

Miqui Otero

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Habrá quien haga listas de grupos, conciertos míticos y antros legendarios, pero el punk de Barcelona se forjó y consolidó en dos momentos que nada tienen que ver con eso. Uno: cuando el 19 de marzo de 1967 llevaron a Copito de Nieve, que entonces tenía solo dos años, al despacho del alcalde franquista Porcioles y el gorila albino defecó en la poltrona consistorial. Dos: las fotocopias de 'Bola de drac', a principios de los 90, en los patios de los colegios.

Acercaos a mí, jóvenes: esto sucedía cuando aún no existía internet, no se celebraba un enorme Saló del Manga, no habían abierto las mil tiendas de inspiración japo, no podías comprar, con un clic o en un Zara, el merchandising oficial de todo.

Hasta entonces, habíamos descubierto gracias a los cromos Panini que una cosa era el valor de las cosas y otra, su precio: al fin y al cabo, un cromo de Amunike costaba el mismo dinero que uno de Laudrup. Pero, de repente, llegó una fiebre del Do It Yourself que arrasó con todo. En lugar de cromos industriales, empezamos a comerciar con fotocopias de la serie. 

Ahora que ha fallecido el creador de Son Goku, Akira Toriyama, me gustaría saber si estaba al tanto del asunto. Algunos de los niños que intercambiábamos copias en blanco y negro haríamos fanzines musicales, grapados y fotocopiados, seis años después. Otros, me temo, acabaron de CEOs de alguna empresa: recuerdo a un negociador implacable que llegó a cobrar por adelantado para ceder una copia en VHS de 'Los Goonies II' (una película que no existe).

Primera experiencia underground

La moda fue mi primera experiencia underground y prefiguró muchísimas cosas. La piratería y la obsesión por el manga de la ciudad, pero no solo eso. Viajamos en el tiempo (y descubrimos el concepto de spoiler cuando no existía la palabra), ya que las fotocopias a menudo eran de momentos de la serie posteriores a lo que estaba emitiendo TV3: visionábamos el futuro en flashes, como pequeños Tiresias. En un entorno en el que solo cierta gente hablaba inglés, poco antes de la burbuja de academias privadas, aquí intentábamos leer rótulos en ese idioma o en francés (donde se publicaba el manga original). Incluso catamos a una edad tierna (mi colegio era salesiano, así que imaginad las redadas) algunas desviaciones eróticas de fan art: Son Goku diciendo “alárgate bastón” (y, ¡magia!, lo que se alargaba no era un bastón de madera) o Bulma (la Emmanuelle de mi generación) saliendo de una bañera espumosa (los dibujos soeces del Follet Tortuga, ese anciano tan entrañable entonces como cancelable hoy, los dejamos para otro día).

Además este estallido cultural era profundamente democrático. Hasta entonces, los juguetes más chulos o las revistas de importación estaban en manos de quien pudiera pagar. Esto eran fotocopias, así que ganaba el pícaro. Y el hijo de una secretaria de una gestoría, con buen acceso a fotocopiadora gratuita, tenía más poder que un zar (o que el pijo de la clase).

Yo, al ser de Sant Antoni, tenía buen acceso a material en el mercadillo dominical, meca hasta entonces del trueque de cromos del cuerpo humano o de futbolistas. También se compartían pipas para cerrar importantes traspasos en todos esos portales clónicos de las fincas de Núñez y Navarro. Creo firmemente que ese comercio artístico y popular fue culturalmente muy relevante para esta ciudad. Siempre es sano que una fotocopia de una fotocopia de una fotocopia pueda ser más valiosa que unas Reebok the Pump o una sonrisa de la Mona Lisa.

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