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Uno de los escenarios instagrameables de  Els Llums de Sant Pau.

Uno de los escenarios instagrameables de Els Llums de Sant Pau. / Marta Pérez / Efe

Miqui Otero

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Un oso polar con gorro de Papá Noel saluda desde la fachada, luminosos paquetes de regalos por el jardín, bolas de árbol gigantes donde meterse y un ferrocarril de bombillas encendidas. Villancicos durante todo el trayecto. Incluso un árbol de Navidad de 16 (¡dieciséis!) metros en la entrada. Todo apunta a una cosa. Todos los indicios señalan hacia la celebración de una festividad muy concreta, que se repite cada año en estas fechas. El espíritu de la… “¡¡¡¡Frozen!!!!”, grita mi hija de tres años. 

Si decían que la Navidad contemporánea era un invento de Coca-Cola, la verdad es que la partida a día de hoy, a la mínima que aparece un poco de nieve y fantasía, la ha ganado Disney.

Estoy en Els Llums de Sant Pau, el enorme tinglado luminiscente que acoge el complejo modernista más grande de Europa. Aunque más bien pensado para los más pequeños, hoy lunes por la tarde lo usan más los abuelos. Es maravilloso ver cómo en pocos años han perfeccionado el selfie: sus autorretratos grupales son puro Caravaggio al lado de los míos, que parecen de cine experimental.

Cuando era yo el niño, la visita navideña era un escaparate comercial, el de El Corte Inglés. Ahora se piensa todo más a lo grande, tan a lo grande como las colas. Un buen ejemplo es la instalación en Casa Seat, cuya entrada parece un cruce entre las filas formadas ante los estrenos de nuevas entregas de 'La guerra de las galaxias' y el inicio de rebajas en lugares como Primark. Mi consejo navideño es recomendar que, si podéis, os ahorréis ir en fin de semana. 

Hoy sí podemos andar tranquilamente, mientras suenan 'nadales' y las pequeñas gritan 'Frozen'. La canción que ahora entonan parece una súplica porque llegue el frío y la lluvia, una especie de himno infantil contra el cambio climático: “Suéltalo, suéltalo, qué el frío reine ya / Suéltalo, suéltalo, no volveré a llorar/ Aquí estoy, aquí estaré, déjalo escapar”. 

Abducidos por las luces del árbol gigantesco de  Els Llums de Sant Pau.

Abducidos por las luces del árbol gigantesco de Els Llums de Sant Pau. / .

La enana se escapa, después de quedarse ella, su amiga y el mayor, absolutamente abducidos por el baile de luces del árbol gigantesco y por el jardín de los regalos con luces. Y luego por el de dulces rodeados de árboles (naranjos, olmos, tilos pelados) de colores. Se intentan subir (está prohibido) en el enorme tren de bombillas y también en un Tió (también prohibido) tamaño caballo. Y se vuelven a escapar en el laberinto de guirnaldas de bolas navideñas y solo paran en el árbol de los deseos, envuelto en niebla, donde cuelgan sus absolutamente razonables exigencias. Durante todo el trayecto, la pequeña lleva un brote de salvia (abundan aquí, desde su apertura hace siglos, las plantas medicinales) y le pide a quien quiera escucharla que la huela (huele muy bien).

Si a la pequeña todo esto le recuerda a 'Fronzen' es por los videomappings de copos de nieve sobre las fachadas, sí, pero también por el lugar. Convenientemente disfrazados, los pabellones de este antiguo hospital decimonónico parecen efectivamente del reino de Arendelle y de la Montaña del Norte. Yo, que soy Kristoff en la peli cargando con mochilas, los persigo y pienso en cuando este lugar acogía (y dignificaba) a mil enfermos. Azulejos florales, grandes vetanales, vegetación de todo tipo contra una ciudad industrial malsana. Domenech i Montaner, su arquitecto, era un genio bueno.

El souvenir es esa ramita lila, de salvia. Yo sé que se emplea para hacer orujo de hierbas, del que suelo dar buena cuenta en Navidad. Ella solo sabe que le recuerda a 'Frozen'. A los dos nos gusta.

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