Rincones insólitos

Barcelona singular: las sorpresas ocultas de Les Corts Velles

En esta ruta podrás encontrar desde Harleys hasta zapaterías donde jugar al ajedrez. El rastreador urbano de @Bcnsingular redescubre este casco antiguo

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Jardins2ok.JPG / Marc Piquer

Marc Piquer

Marc Piquer

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Cuando alguien sugiere quedar en la parte antigua de Les Corts suele referirse a la plaza de la Concòrdia y a sus alrededores, indudablemente la zona más bonita de este extenso barrio que flirtea con el 'upper Diagonal' y que por momentos parece una prolongación de Sants. Sin embargo, el núcleo primitivo se ubicaba más al oeste, ya cruzado el torrente de Parladé (Galileu) y justo por encima de la Travessera, que fue en su día una vía romana. Este rincón apacible y resguardado del resto del distrito está hoy repleto de sorpresas, pero te hará falta una ayudita… porque no se ven a primera vista. 

1. Deleite en el mercado

El Bisaura

El Bisaura, casa de comidas del mercado de Les Corts.

El Bisaura, casa de comidas del mercado de Les Corts. / Marc Piquer

Descubrí esta casa de comidas del mercado de Les Corts antes de la muerte prematura de la propietaria, Anna Munné. Su familia tenía una parada de pescado casi enfrente que le proporcionaba al bar productos frescos. Anna sabía deleitar a los asiduos con los entrantes de temporada: alcachofas fritas con foie, 'calçots' rebozados, 'rovellons'… y platos más contundentes como callos o morcilla con cebolla y vino blanco. A pesar de que el sitio lo lleva ahora Jaume Vilanova –cerró la taberna Los Olivares para quedárselo–, conserva el nombre original: El Bisaura, la subcomarca al norte de Osona de donde eran los suegros de la dueña. También sigue ahí el cocinero Kirian Zambrano (su paella de los jueves arrasa). Y pese a que la filosofía es la misma –el bacalao frito y los calamares a la romana son la especialidad del restaurante–, la carne y los desayunos de cuchara han ganado protagonismo, y completan la mejor oferta gastronómica del vecindario para aquellos a los que les gusta madrugar.  / Travesera de les Corts, 215.


2. Secuela en los Renoir

La Caldera

La Caldera mantiene una gran pantalla de los Renoir Les Corts.

La Caldera mantiene una gran pantalla de los Renoir Les Corts. / Marc Piquer

Hubo cines que, sin tener el prestigio de los grandes templos del celuloide, dejaron huella por su programación de altísima calidad. La historia de los Renoir Les Corts llegó a su fin hace casi una década, y todavía hoy muchos lo extrañamos. No obstante, uno puede experimentar una sensación de déjà vu acudiendo a La Caldera. Este centro de creación se trasladó en 2015 al edificio, de propiedad municipal, que en un origen había sido la fábrica Fiat. Menos comprar palomitas, uno podrá tropezarse con un sinfín de detalles que le permitirán revivir aquellos lunes 'día del espectador'. Donde se anunciaban las películas, se exponen carteles de las actividades de danza contemporánea programadas; y en las salas de proyección, se celebran funciones y talleres familiares, y artistas residentes crean coreografías que luego veremos en festivales. Si consigues meterte en la 4 comprobarás que aún la preside una gran pantalla, pero de allí ya no salen ni tiros ni escenas románticas: el adiós a los Renoir fue más que nunca un 'The end'. / Eugeni d’Ors, 12.


3. El último vestigio

Muela de molino

Una antigua muela de molino ejerce de jardinera en un vestíbulo de Les Corts.

Una antigua muela de molino ejerce de jardinera en un vestíbulo de Les Corts. / Marc Piquer

Diría que en la actual Barcelona no hubo un lugar con una mayor concentración de masías que en Les Corts Velles, ni mayor destrucción: no ha sobrevivido ninguna. Antes que la Fiat, aquí se alzaba Can Coix. Can Malacon tenía sus huertos donde se encuentra el mercado. Los edificios Trade reemplazaron a Can Grau y Can Calona. Y Can Duran dio paso a la prisión de mujeres, y posteriormente a El Corte Inglés. No me olvido de Can Farinetes, cuyo campesino ilustre, Pau Piera i Piera, tiene una escultura en bronce en la plaza de Comas, réplica de la que había en la entrada de la finca.

Escultura del campesino ilustre Pau Piera i Piera en la plaza de Comas. 

Escultura del campesino ilustre Pau Piera i Piera en la plaza de Comas.  / Marc Piquer

Hay que ser muy avispado para localizar el único vestigio que permanece de aquellos tiempos. En el vestíbulo de un bloque de viviendas moderno, en la calle de Les Corts 12-14, una jardinera de piedra, visible desde el exterior, es en realidad una muela de molino de aceite de Can Sòl de Dalt. Su 'pubilla', Dolors Masferrer, encargó en 1883 a Camil Oliveras la urbanización del terreno. Fue así como este sector 'cortsense' empezó a borrar por completo y para siempre su increíble pasado rural.    


4. Juegan blancas

Ràpid Gabi

Gabi y su ajedrez frente al escaparate de Ràpid Gabi.

Gabi y su ajedrez frente al escaparate de Ràpid Gabi. / Marc Piquer

A tu contrincante de ajedrez no le vayas con prisas, que tomar una buena decisión requiere su tiempo. Y si resulta que delante tienes como rival a Gabriel Rodríguez, pues lo mismo, aunque regente un rápido. Este reparador de calzado, de origen uruguayo e hijo de emigrantes ourensanos, exhibe en su comercio los trofeos conseguidos con el Club d’Escacs Bellvitge, y si bien lleva tiempo sin practicar, sigue poniendo a prueba a la clientela, a quien anima a observar las piezas del tablero que coloca cada día frente al escaparate, y a dar mate al rey en tres jugadas antes o después de encargar la copia de una llave o el arreglo de una suela. Gabi aprendió ajedrez con 9 años pero no fue hasta los 14 que empezó a conocer los patrones, y a saber cómo atacar una posición y sacrificar alfiles, torres y caballos con un único fin: vencer. No creas que esta pasión le distrae. Él domina el oficio de su padre desde que era chico, es diligente, y así evita de paso que algún quejicoso tire de refranero popular y le suelte: «Zapatero, a tus zapatos». / Corts, 20.


5. Gente feliz

La Maduixa

Juanito y Pilar, al frente de La Maduixa.

Juanito y Pilar, al frente de La Maduixa. / Marc Piquer

Quizás éramos ingenuos, pero felices. Los de mi generación crecimos con los marcianitos, 'E.T.', los pósters de Samantha Fox y los primeros McDonald’s, con 'Don’t worry, be happy' y 'La isla bonita'. Entonces era todo un poco naïf, también muchos de los establecimientos que abrieron, a los que parecía que un niño les hubiera puesto el nombre. Desaparecida La Nata, quedan todavía en Les Corts La Trufa, La Llimona… y La Maduixa, un restaurante que, a pesar de haber modernizado recientemente el rótulo, sigue teniendo aquel aire ochentero por el que siento cierta nostalgia. El local tuvo varios propietarios hasta que en 1986 pasó a manos de la familia Navarro al completo, originaria de Palomares (Almería), que desde el minuto 1 empezó a ganarse la confianza de vecinos, obreros y oficinistas con menús caseros y económicos. Dos de los hijos, Pilar y Juanito, llevan actualmente un negocio que podría confundirse con una reunión de amigos en la que todo el mundo se conoce y saluda, come de maravilla y paga contento. «Habla bien de ellos, se lo merecen», me pide una parroquiana. Cómo no voy a hablar bien de La Maduixa, después del sabrosísimo plato combinado que me ha preparado Juanito mientras él solo cocinaba para 50 comensales, y que me ha retrotraído a la infancia. / Dolors Masferrer, 18.


6. Una marca mítica

Espacio Harley Davidson

Jorge del Olmo posa sobre una moto en el Espacio Harley Davidson.

Jorge del Olmo posa sobre una moto en el Espacio Harley Davidson. / Marc Piquer

Probablemente no existe en el mundo un mensaje que haya calado tanto en tan distintas generaciones como el de Harley Davidson. Se sea o no aficionado a las motos, la gente empatiza con la firma por lo que representa: rebeldía, libertad, autenticidad. Cuando Jorge del Olmo presentó su proyecto, tenía claro de antemano que la segunda delegación de HD en la capital catalana no podía ser meramente un concesionario. Por eso su idea triunfó, y la plasmó en 2009 en un espacio de 2.000 m2 que se ha convertido en la filial más grande de Europa en suelo urbano de la marca, una 'flagship' antes de que hubiera en Barcelona 'flagships'. Aquí se puede adquirir una Harley de segunda mano a partir de 10.000 €, o un modelo exclusivo de una colección limitada; personalizarla al gusto del cliente, adaptándola a la ergonomía de cada uno; repararla en el taller que hay en el sótano; comprar todo tipo de complementos (ropa rockera, cascos, gorras o matrículas); comerse unas 'ribs' al estilo de Tennessee en el bar americano contiguo; y ahora también tatuarse en el estudio recién inaugurado. «No sé parar, siempre acelero», me confiesa Jorge. Es lo que tiene ser como Dennis Hopper en 'Easy Rider': un hombre libre. / Joan Güell, 207.


7. Jardines divinos

Residencia Sant Josep Oriol

El verde puede que se eche de menos en esta barriada. Pero no será porque no haya. En todo caso, está escondido, para regocijo de unos pocos. En una esquina de la plaza de Comas se halla la Residencia Sacerdotal Sant Josep Oriol, que acoge a decenas de clérigos ya jubilados, entre ellos el arzobispo emérito Lluís Martínez Sistach. Solo estos pueden disfrutar del frondoso jardín y de su abeto gigantesco, que plantó hace más de medio siglo el finado padre Francesc Raventós, quien estuvo al frente de la institución durante cuatro décadas. La polémica surgida a raíz del uso que la Iglesia quiere darle al edificio protegido de Can Capellanets –justo al lado del asilo, y antiguo Seminari Major– ha levantado recelos en el centro, y visitar hoy este remanso de paz es casi una misión imposible. Habrá que contentarse con verlo desde la ventana de alguno de los locales comerciales de la calle de Joan Güell, o desde el terrado del bloque de viviendas más cercano, si uno es capaz de camelarse al portero (muy simpático, por cierto). / Joan Güell, 198.

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