Rutas insólitas
Barcelona singular: los secretos de la sede histórica de la UB
El Edifici Històric de la Universidad de Barcelona cumple 150 años y aún esconde recovecos con los que sorprender a los barceloneses. Los descubre aquí Marc Piquer, el explorador urbano de la cuenta de Twitter @Bcnsingular
Marc Piquer
Periodista
Soy periodista desde 3º de EGB, vecino de Can Macians, en les Corts y visitante habitual del resto de barrios de Barcelona, unos 150 según mis cálculos. Me gustan todos, y me gusta casi todo. Quizás un día me veis desayunando un plato de cuchara en el Carmel o en Sarrià, y al siguiente, zampándome unos 'pancakes' en el Raval o la Vila de Gràcia. Ando mucho y, a veces, descubro cosas. No sé guardar secretos. Si quieres que te hable de mis hallazgos, sígueme y te los cuento.
Está de aniversario (150 años no se cumplen cada día), y pese a su edad, goza de una eterna juventud en sus clases, pasillos y patios. Sin duda, ayuda que cada dos por tres se llene de chavales acampados que pernoctan a cielo descubierto con motivo de alguna reivindicación. O que en una de sus 11 aulas históricas, la 113, la profesora Bolaño (María Pujalte) haya impartido recientemente lecciones de Ética a Pol Rubio (Carlos Cuevas) en el 'spin off' de la serie 'Merlí'. La efeméride ha vuelto a poner el foco de atención en el Edifici Històric de la UB, la primera construcción pública del Eixample después del derribo de las murallas. Inaugurado en 1872 pero completado dos décadas más tarde, este recinto inmenso obra de Elies Rogent evoca los palacios medievales, y esconde recovecos que sorprenderán, seguro, al barcelonés que no haya entrado nunca.
1. Vestigio real
El escudo del Estudi General
Para empezar, la cosa va de escudos. Pero antes de llegar al más preciado, sortearemos medio centenar, por lo menos. La mayoría se encuentran en el majestuoso vestíbulo, adornando los capiteles de las columnas. Representan las provincias del reino, y apenas se ven. Ese toque tan hispánico no resulta para nada casual, ya que el terreno, al lado del demolido Baluard de Tallers, era propiedad del Estado y en algo se tenía que notar quién asumió todos los gastos. En la Galeria del Paranimf de la primera planta está la verdadera joya: el emblema de Carlos I –protegido por un cristal– que presidió en el siglo XVI l’Estudi General de la Rambla, germen de la actual universidad. Es el único vestigio que se ha conservado de la aquella institución que se cargó Felipe V y que además de impartir enseñanzas, atraía muchedumbres en el patio, debido a un surtidor de agua muy fresca: la primitiva Font de Canaletes.
2. Personajes siniestros
La peculiar Galeria dels Retrats
Están como sardinas en lata, pero saben mantener el tipo: los han pintado con la toga negra, las puñetas rosas y una medalla colgada en el cuello. Algunos, además, lucen distinciones y broches en el pecho. Son una cuarentena de rectores: desde el primero, Albert Pujol i Gurena, hasta el penúltimo, Joan Elias. Solo Mariano Antonio Collado sigue ausente porque el cuadro se perdió y ya no se repuso. En cambio, tienen su hueco personajes que me chirrían. Por ejemplo, Emilio Jimeno Gil, el primer rector del franquismo, quien lideró una purga contra los anteriores mandatarios, unos «ilusos» que cometieron «el crimen de desgarrar las entrañas de su patria». O el filonazi Francisco Gómez del Campillo, que mandó organizar en el Paranimf una exposición de libros y propaganda hitleriana, e hizo poner un busto de Mein Führer y una esvástica gigante. Los dos alardean de su cargo en la Galeria dels Retrats, sin que se haya planteado por ahora que sigan los pasos del tal Collado, y se extravíen.
3. Tesoros escondidos
Un fondo antiguo único
No cabe duda de que, en la monumental Sala Torres Amat, todos estos armarios de madera de cedro repletos de libros infunden respeto. Tanto que no sé yo si son muchos los estudiantes dispuestos a consultarlos. Los ejemplares que están a la vista tienen valor, naturalmente, pero es en las Salas de Reserva y de los Manuscritos donde se hallan grandes tesoros. Aunque quizás no los más grandes. Nadie parece conocer el paradero de la caja fuerte, la que cobija obras como 'Crònica de Jaume I' o el 'Llibre dels àngels' de Francesc Eiximenis. La consigna entre los bibliotecarios es no decir ni mu si se les pregunta por ello en las visitas que se organizan y en las que se muestra alguno de los 2.000 manuscritos, casi 1.000 incunables y 900 pergaminos que la universidad –junto a unos 150.000 libros anteriores a 1820– custodia en siete depósitos diferentes. Pasarán siglos antes de que se consiga digitalizar todo.
4. Rogent vs Gaudí
El asombroso Paranimf
No hay que darle demasiadas vueltas al coco tratando de describir cómo es el Paranimf o Saló de Graus. En resumidas cuentas, quita el hipo. Elies Rogent quiso maravillar con tanta exuberancia, y a fe que lo consiguió: vean si no el artesonado, las paredes de yeso policromado, los elementos de estilo mudéjar y plateresco o los vitrales. Hasta Antoni Gaudí habría podido cantar sus virtudes, pero prefirió desafiar a Rogent, su profesor en la Escuela Superior de Arquitectura. El proyecto final de carrera fue una versión libre y mucho más atrevida del Paranimf, que por entonces estaba todavía a medio hacer. Puedo llegar a entender que a Rogent esta osadía le tocase el orgullo (de él salió la frase: «Hemos dado el título a un loco o a un genio, el tiempo lo dirá»). Años después, Gaudí se haría un nombre, pero el autor de la Sagrada Família no tuvo otro remedio que convivir para siempre con el aprobado justito que le puso su maestro fruto de su insolencia.
5. Vis(i)ta inédita
Abre la Torre del Reloj
Mi relación con la torre de Letras se remonta a los orígenes de Twitter, cuando logré meterme detrás de la esfera del reloj para crear mi avatar. No os preguntéis cómo pude hacer realidad esta pequeña hazaña, preguntaros –en todo caso– si ver la hora del revés y hacerse un selfi al lado de las agujas está a vuestro alcance. La respuesta es sí. Desde principios de otoño se permite acceder con reserva previa a este insólito cuarto rehabilitado, y tener a un palmo de la nariz el mecanismo que antaño hacía mover las manecillas; un artilugio que si bien no es el original, porque se restituyó al terminar la guerra, estuvo en funcionamiento hasta 1995. No solo esto: la visita incluye, en la planta superior, el antiguo observatorio, y unas vistas de 360º todavía mejores, las del terrado, al que se llega a través de una escalera de caracol. Allí nos espera uno de los primeros campanarios civiles de la ciudad, y también un sonido ensordecedor si coincide con las doce en punto del mediodía.
6. Rezando por un bar
La capilla desconocida
El bar del Edifici Històric lleva tiempo cerrado. Quienes hemos pasado más ratos en la cafetería de la facultad que en clase, comprendemos la magnitud del drama. Al menos, los alrededores están llenos de propuestas gastronómicas, y alguna, como el Tot 1 € Bar, seguro que a los alumnos veinteañeros no les pasa inadvertida. Es una universidad sin bar… pero con capilla, justo enfrente. Se trata de una de las pocas estancias que no ideó Rogent, sino Gómez del Campillo –el rector malo malísimo–, quién decidió transformar unos laboratorios de la planta baja en este oratorio consagrado en 1945, de manera que se pueden celebrar misas. Josep Domènech Mansana dirigió las obras y la verdad es que el espacio, con columnas, techo abovedado y su repertorio de santos, va a tono con el conjunto. Hoy la capilla se utiliza como una clase más, y acoge también algún que otro acto. De hecho, se alquila… por 2.656 € al día.
7. La casa de la artista
Entre futuros matemáticos
Hubo una chica que se pasó 25 años aquí dentro, sin iniciar ni acabar ninguna carrera, pero que terminó siendo aclamada en todo el mundo. La soprano Victoria de los Ángeles, nacida hace 100 años, vivió en el sobreclaustro de Ciencias con sus progenitores y su hermana. Su padre, un andaluz muy bajito apodado Rompetechos, trabajaba de bedel. Su madre –de Puebla de Sanabria– realizaba todo tipo de tareas y mientras limpiaba o cocinaba, cantaba zarzuela. Victoria heredó esta afición; se la escuchaba canturrear a todas horas; y solía escaparse al Paranimf, un sitio idóneo por su buena acústica. A pesar de cosechar éxitos por doquier, nunca tuvo aires de diva, y siempre declaró que sus años universitarios fueron los mejores de su vida. Investida en 1987 doctora Honoris Causa por la UB, su modesta residencia es actualmente la sede del Institut de Matemàtica. Que yo sepa, solo queda en pie un elemento que nos recuerda que aquello fue una casa, su casa: una diminuta chimenea.
8. Oasis estudiantil
Un jardín idílico
En Barcelona coexisten incomprensiblemente dos jardines dedicados a la misma persona, el historiador y archivero Ferran Soldevila. El que figura en el nomenclátor es en realidad un anodino pasadizo en el distrito de les Corts; una ridiculez comparado con uno de los lugares más idílicos del Eixample. Este oasis verde, con un bucólico estanque e incluso un invernáculo, se creó como espacio de reflexión y exhibición de árboles exóticos y plantas medicinales para su estudio. Reúne más de 200 especies distintas, y muchas de ellas, introducidas por primera vez aquí, han acabado embelleciendo los parques públicos de la ciudad. Destaco dos: el tejo, extremadamente venenoso pero que contiene una sustancia en la corteza, el taxol, que se usa en el tratamiento del cáncer de mama y el de ovarios; y el ginkgo o nogal japonés, alto y longevo, que puede vivir más de 1.000 años y que ya existía en la era de los dinosaurios.
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