Platillos sagrados

Las tapas icónicas de Barcelona que no puedes perderte

Estas son apuestas fijas: pide aquí bravas, tortillas, bombas y croquetas que no olvidarás

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La Bomba Bombay de Casa Masala.

La Bomba Bombay de Casa Masala. / Manu Mitru

Òscar Broc

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Cuando uno sale de tapeo por Barcelona, en la quiniela siempre hay algunas apuestas fijas. Tapas que son sagradas y nunca pueden faltar en una tarde-noche de concupiscencia. Sin ellas, la ciudad y el planeta en general sería un lugar muy sombrío. 

¿Acaso alguien puede concebir un mundo sin patatas bravas? Aunque en Madrid se empeñen en adjudicarse su paternidad, los barceloneses hemos llevado la receta a niveles de creatividad dignos del Mago Pop en plena terapia con psilocibina. En esta ciudad se han visto bravas experimentales que provocarían anginas de pecho entre los puristas; nos gusta jugar con el formato, como hace el magnífico restaurante Café de París (Mestre Nicolau, 16). Las bravas de la casa son fantasía pura y se muestran en finas láminas ensambladas en forma de acordeón. Un formato “hojaldrado” y seductor, con un baño blanco y rojo de salsas de alto voltaje. Imperiales. 

La bomba es una de las tapas más adoradas por los barceloneses, no en balde nació en la legendaria Cova Fumada, en la Barceloneta, y para muchos, servidor incluido, supera en estatus a la mismísima Virgen de Montserrat. Podría invocar su encarnación más clásica, pero me decanto por un twist exótico, una bomba que esquiva tópicos y se encuentra en la carta de Casa Masala (Muntaner, 152), restaurante indio con alma barcelonesa que lleva esta piedra angular del tapeo local a su terreno. El resultado es la bomba Bombay con patata, garbanzos y guisantes, y salsa brava y mahonesa de curry. A dos carrillos.

La bomba es una intocable de toda la vida, y la tortilla de patatas, tan de moda actualmente, también. Podría ir a los Tortíllez (Consell de Cent, 299), restaurante especializado y 100% recomendable, pero esta vez busco una versión lujosa, me quiero gastar los reales. Y la encuentro en el suntuoso restaurante Jacqueline (Enric Granados, 66). En su carta de día, hay una tortilla de patata deluxe jugosísima, con una cecina de wagyu que le da un sabor tremendo. Y para colmo, la rematan con trufa para que alcances el extasis amarillo. 

Y donde hay tortillas, hay croquetas. Que nunca falte en la mesa este bocado, cuyo tamaño es inversamente proporcional a la cantidad de felicidad que inyecta en nuestras almas. En El Mercader de l’Eixample (Mallorca, 239) se fraguan croquetas en mayúsculas, de tiro clásico, cercanas a las que hacía la yaya. Las de pollo son la joya de la casa. Las preparan con harina y leche ecológica, y llevan pollo eco de La Torre d’Erbull. Cremosidad y sabor a raudales. Y mucho tiento con las croquetas de jamón de bellota y de bacalao: también hacen pupa. 

Por cierto, nos quedamos en El Mercader de l’Eixample para rematar la faena con el postre barcelonés por antonomasia: la crema catalana. En este restaurante con terracita la presentan en forma de emulsión, como si fuera una caricia espumosa. La costra quemada está perfecta y, además, te caen de propina unos carquinyolis para mojar. Como decía Andrés Montes: la vida puede ser maravillosa.