Conde del asalto

La única bodega catalana/saloon del Oeste, por Miqui Otero

Es la meca sureña y blaugrana: un templo del Barça y del country

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Fenómenos paranormales de Barcelona

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Miqui Otero

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Hemos quedado para la transacción en la puerta del Bingo de Gran Via con Nàpols y entretengo el tiempo escuchando 'I’m waiting for the man', de la Velvet Underground: «Feel sick and dirty / more dead than alive» (sudo a 35 grados a la sombra). Aparece en la moto, se acerca con el casco en la mano y me tiende el paquetito. Todo es rápido.

Stop. Aquí es cuando, como los amantes en la cama o los tesoreros de partido en sede judicial, tengo que exclamar: «¡No es lo que parece!». En realidad, lo que acaba de serme entregado son mis gafas de sol graduadas. Y el ángel motorizado que me las ha devuelto es el dueño de la bodega donde las olvidé ayer. Dijo Peter Hook, bajista de Joy Division y socio del The Haçienda, que «si recuerdas algo de mi club es que no estuviste allí». Pues bien, si no descuido algún objeto de valor tras un rato en un bar es que no lo pasé tan bien. 

Y lo pasé muy bien. Así que hablemos de la bodega en cuestión, situada en la calle Saragossa, 86, en el Farró, allá en la mesosfera de la ciudad, por Sant Gervasi. Marc y Jordi, los amigos que me llevaron, me avisaron: «Es un templo del Barça y del country». ¿Cómo? La premisa ya es atractiva: como los Rápidos, esos comercios donde remiendan zapatos y duplican llaves, o como esa disciplina rara de boxeo y ajedrez (dan guantazos y mueven alfiles por turnos). 

Paredes con historia

La meca sureña y blaugrana es, vaya por delante, la octava (en honor a Hristo Stoichkov) maravilla del mundo. Uno de esos bares con capas de historia en sus paredes abigarradas de fotos personales y obsesiones de sus dueños. 

La bodega tiene un nombre oficial: Bodega Josefa, de la matriarca que la abrió, con sus vinos y vermús a granel, antes de la Guerra Civil. Y otro de guerra: Jerónimo. No, en realidad: Pepeta’s Bar, rebautizada de forma más informal y yanki por sus geniales herederos. A mí un bar con nombre propio ya me tiene ganado, como me sucede con las canciones así tituladas, de Pedro Navaja a Sweet Caroline (por cierto, uno de los himnos del lugar cuando hay gol). 

Toros mecánicos

Estamos ante un museo de la doble obsesión, una mezcla de cantina de peli del Oeste (de esas con sillas que se rompen con el primer trastazo de la pelea) y de 'penya' del Barça instalada en bodega catalana. Seitons y Colts 45. ¿Conocen la peli aquella de 'París, Texas'? Pues aquí sería 'Texas, El Farró'. Por un lado, infinidad de escudos, banderas y fotos de Laporta dando buena cuenta de los manjares caseros. Por el otro, todo tipo de memorabilia del rock sureño, los rodeos, los sombreros y los jaeces y las tachuelas. La 'penya', de hecho, se llama Buffalo Cowboys, a veces en fiestas cierra la calle con toros mecánicos y coreografías de country and western y los goles no solo se celebran con el himno culer, sino también con rock confederado (show y disfraces y vídeos de los parroquianos de fiesta). Algo así como el videclip de 'Harvest Moon' de Neil Young con Jordi Culer y el 'avi' del Barça dándole a la 'garnatxa' con los pulgares en la hebilla.

Estamos ante una bodega-saloon, la única del planeta Tierra. Nunca se cantó tan bien «Sweet Caroline / Good times never seemed so good». Un lugar único, con, entre otras cosas, un dueño que lo es aún más, que te acerca las gafas al día siguiente, atravesando con la moto una ciudad llena de bares basura, sin alma, donde no te miran ni a la cara. Procedo a pintarme en el bíceps un corazón donde ponga: Amor de Pepeta o Pepeta de oro.

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