Conde del asalto

Esta cerveza son 3 eurazos y 20 minutitos, por Miqui Otero

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Miqui Otero

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"Esta cerveza serán –el camarero mira la libreta–: 2,90 euros y 20 minutos». Ese parece ser el nuevo sistema métrico en algunas terrazas barcelonesas, la versión mema de cuando nos dimos cuenta de que las coordenadas siderales tenían que darse en el espacio-tiempo.

Cada vez más bares de esta ciudad lo emplean (avisan del tiempo de consumición con un cartelito). El asunto me preocupa aunque no me incumba: yo, y más desde que la paternidad me brinda pequeñas ventanas temporales para ir a tomar algo, no tardo nunca tanto en apurar el vaso. Podría decirle al camarero: «Ten, en 8 minutos, quédate con los 12 de cambio». Y, sin embargo, el asunto me concierne como lo hace el convenio laboral hasta de los faquires o la salvación de las ballenas. 

Grandes misterios

Esto se suma a otros fenómenos paranormales. Recuerdo de forma nítida la primera vez que descubrí una cola de gente al lado de las mesas de una terraza de Gràcia. Un gran misterio. Dice el inglés George Mikes en 'How to be a brit' que «hacer cola es nuestro deporte nacional, por encima del fútbol», pero aquí nunca habíamos sido muy amigos de respetarlas. Tardé un buen rato en percatarme de que formaban, como en un ejército, para que se les concediera la ocasión de poder sentarse para pagar más de 2 euros por un café. Estas largas filas son especialmente largas en locales de 'brunch' (por alguna razón, el huevo Benedict es capaz de generar colas como de cartillas de racionamiento). Y me recuerdan tanto a las del INEM como a la que forman los borrachos del pueblo de 'Amanece que no es poco': la guardia civil les va dando paso para que muy ordenadamente se jinquen un chupito de anís

También es habitual ver esas mesas que están ahí, más vacías que la superficie lunar, pero que tú no puedes ocupar. La forma en que nos lo hacen saber es cubriéndolas de manteles y cubiertos y vasos del revés (a veces, gracias a los biorritmos guiris, desde las seis de la tarde). Son terrazas que, pese a ser de bares y no de restaurantes, consideran que ahí, a cierta hora, se puede cenar pero no beber.

Así que quedar en una terraza empieza a ser más complicado que fijar un enclave espaciotemporal para una cita en los anillos de Saturno. Y una vez logrado, claro, puede que pretendan que tu cita se convierta en una de esas partidas de ajedrez con temporizador

El origen de beber rápido

Uno intenta verle ventajas. Por ejemplo, la última quedada para una ruptura sentimental: quien deja al otro lo cita en uno de estos sitios, para no alargar la despedida: «No eres tú, soy yo y no tengo tiempo de explicarte qué soy yo [¿un cabrón?, piensa la interlocutora]: ¡mira, nos traen la cuenta! ¡Adiós!». O para reencuentros de compromiso y citas de Tinder que salen mal.

Lo de beber rápido no es nuevo, pero su origen podría estar en épocas bélicas y no de presunta paz como la nuestra. Se dice, por ejemplo, que en Francia se llama bistró a los bares donde se puede tomar y beber algo porque eso es lo que decían los soldados del zar en la Francia de 1814. Como estaban de servicio, y podían matarlos en cualquier momento, entraban en la cantina al grito de «bistro, bistro» (que quiere decir «rápido, rápido»). Sabemos que esa Gran Batalla de París acabó un 31 de marzo con los rusos exigiendo el exilio de Napoleón. Pero somos vecinos, no soldados, aunque a mí me gustaría enviar a la isla de Elba a determinados empresarios de la hostelería, a tomar vasos de agua de mar con todo el tiempo del mundo por delante.

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