Menú del día: Bodega Josefa, arroz de Cuaresma

Tras la introducción de la primera entrega (Menú del día: Can Massana, fricandó con patatas fritas), cuya acogida se agradece, toca ahora proseguir con una nueva que esté a la altura. Y se me ocurrió que era oportuno volver al lugar con el que comencé mi personal andadura 'menusística-espialidosa'. Este año se cumplirán nada menos que 10 años desde que la primera vez que escribí sobre la Bodega Josefa (Pepeta’s). Así que, sin rechistar, cogí rumbo a este lugar único en el barri del Putxet i el Farró y desembarqué en la barra, ya teniendo que esperar a pesar de llegar pronto (pronto para servidor es antes de las 14.00 horas, por aclararnos). Y es que estamos ante un centro de peregrinación y hábitat de la gente del barrio de valor incalculable.

Es un tópico manido hasta la extenuación -tanto como escribir “hasta la extenuación”- pero lo que es, es; y resulta que, si pienso en una bodega-bar-restaurante 'familiar', el primero (o de los primeros) que se me viene a la cabeza es siempre este lugar. Familiar dentro y fuera. Tanto que apenas se diferencia la familia de sala y cocina, que prosigue con un 'flow' tremendo un legado importantísimo, de la familia que acude a las mesas (hay una mesa corrida presidiendo el comedor que menuda es la función de pegamento social que cumple).

Pues bien, tras admirar el local en la breve espera en barra (el centímetros cuadrado de pared sin detalles va cotizado), siéntate y pide. El vino de la casa viene servido en la que otrora fuera botella de whisky, una magnífica segunda vida para el recipiente. Y a elegir. Era jueves, día de comer que no será infrecuente en este rincón, porque un arroz de jueves es un arroz de jueves. Y las tradiciones así pues son de honrar con frecuencia suficiente.

Tal y como hace casi diez años, había arroz de bacalao, que ni pintado para la época. Guardaba un gran recuerdo de él y el recuerdo se mantiene intacto: meloso pero no mucho (no soy yo muy de arroz caldoso), bien sabroso pero no salado y con bien de chicha (bacalao). Y, sí, nostalgia y demás, pero qué alegría que ocurra de vez en cuando esto de seguirse con el listón tan alto como estaba. Que tampoco está la cosa como para andar renegando tanto de la nostalgia, que luego vienen los lloros y nos damos cuenta tarde.

El segundo es otro de mis predilectos en este lugar cuando lo he pisado en jueves (a pesar de que puede haber cigala fresca a la plancha y alguna otra delicia). Algo ya menos 'cuaresmático', pero tremendamente irresistible para quien suscribe: el bistec de buey. Punto menos en mi caso, que te preguntan antes cómo lo prefieres y eso es muy de agradecer. Gastan una carne estupenda (sí, estupenda es el adjetivo), que recomiendo abordarlo a bocados pequeños, que hay que disfrutarlo y felicitarse por ello. Esto último siempre que se pueda.

No quisiera alargarme más de la cuenta, pero las patatas fritas del Pepeta’s se merecen pequeño aparte. Si me tuviera que hacer talibán de algo (que ni loco, pero yo ya me entiendo), sería muy probablemente de la patata frita. Y es que aquí las hacen como espero que no deje de hacer nadie nunca, porque cada bocado es de celebrar. Y no me extiendo más. Por hoy.

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De postre, debo decir que siempre que se me pone a tiro un flan, pues no voy a decir que no (ya procuraré tener variedad para estas crónicas, prometo intentarlo). De huevo, sin más florituras. Justo y necesario.

Total, que con cuatro opciones de primero y segundo, postre y bebida por 13 €, te plantas frente a un menú del día que me no atrevería a bajar de mi podio personal. En una casa en la que no te dan las llaves (ni falta que hace), pero sí en la que estás casi igual de a gusto que en la tuya. Un lugar como este, en el que la gente se desea buen provecho cuando se sienta a la mesa, no puede ser de otra manera. Y qué suerte la nuestra.