Conde del asalto

A menos de un metro de Zeleste, por Miqui Otero

Ha sido uno de los personajes clave en la historia de la música y la contracultura barcelonesa. Así recuerdan a Víctor Jou los que lo disfrutaron a menos de un metro

VICTOR jOU

VICTOR jOU / Maria Jou Sol

Miqui Otero

Miqui Otero

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Casi todo lo que importa sucede a menos de un metro.

Víctor Jou, que acaba de fallecer a los 84 años, logró ver a esa distancia a Eric Clapton en el escenario del club Marquee, en Londres, y justo ahí atrapó la idea que cambiaría la historia de la música en Barcelona: fundaría la sala Zeleste en mayo de 1973.

Se dice que luego gestó la idea en uno de los apartamentos de la legendaria Casa Fullà, ese edificio imaginado por Òscar Tusquets para una vida casi en comunidad. Allí, benvinguts, passeu passeu, que casa meva és casa vostra, si és que hi ha casa d’algú, en esa especie de piso franco especialmente agitado antes de la muerte de Franco, o de episodio piloto de la idea de libertad, murió Joan Brossa, ahí compartían francachelas Marta Pessarrodona y Ana M. Briongos, allí Pau Malvido (el hermano maldito de los Maragall) invitaba a los músicos a la azotea donde también sacaban papeles los comiqueros 'underground'. Allí, Jou se cruzaba en el ascensor con Elisa Sol, entonces una estudiante de 17 años, que lo observaba ojiplática, también, a menos de un metro de distancia y que, de algún modo, también atrapaba una fascinación. «No parecía de aquí. Esos ojos y ese pelo». 

Todos hemos visto fotos del Jou joven, uno de los personajes clave en la historia de la música y la contracultura barcelonesa: cabello en capa praliné y ojos claros. Pero, claro, no es lo mismo que encontrártelo en un ascensor en 1974: «Realmente parecía un ángel celestial. Le iba bien el nombre de Zeleste». Porque montó esa sala, meca de la ona laietana, pero también una escuela libre de música, además de estar detrás del festival Canet Rock o del Mercat de Música Viva de Vic, entre muchas otras cosas, no todas bien reconocidas. Pero todos tenemos una vida pública y luego una privada (y hasta una tercera secreta) y de la segunda solo pueden hablar los que lo disfrutaron a menos de un metro.

Como Elisa, la madre de dos de mis mejores amigos, inquilina temporal en una de las viviendas de la Casa Fullà mientras cuidaba a una sobrina y, en el futuro, cuñada de Jou: «Recuerdo los cumpleaños en esos pasillos enormes del edificio, cómo las casas estaban abiertas a todos los vecinos y también, y muy especialmente, la verbena de Sant Joan del 73 o el 74. Yo venía de Lleida, donde había que pedir permiso al obispo hasta para abrir una cafetería, y me encuentro aquello. Recuerdo las pintas, los abrazos y la música, los tambores». Las verdades del tambor, cantaba el Gato Pérez, que le debía alguna de sus siete vidas a Jou. 

"Un soñador pragmático"

De Zeleste, Elisa recuerda la cortina roja, las mesas de mármol, las lámparas. De Jou, que era la tranquilidad en persona, la contención y la elegancia casi 'british', también la socarronería. Y que después de quedarse sin Zeleste había vuelto a su trabajo. Jou era asesor del Col.legi d’Arquitectes y aparejador. Decía Zappa que «escribir sobre música es como bailar sobre arquitectura», pero Zapppa no había conocido a Jou a menos de un metro. 

Sí lo hicieron los hijos de Elisa, mis amigos, Álvaro y también Lope, que lo retrata así: «Un ingeniero del Mediterráneo, un soñador pragmático, un maestro humilde, un tipo muy guapo sin vanidad y un hombre de negocios sin avaricia. Víctor era de un azul precioso, como sus ojos y sus hijas, Maria y Julia, que son dos ángeles». Todo rima.

Su mujer y sus hijas, que le pusieron música en el hospital, canciones de Clapton, Young o Sisa, por ejemplo, hasta el último momento, cuando se abren las luces y se abandona la sala de baile. 

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