Conde del asalto

Cómo no ser tú mismo en la cena de empresa, por Miqui Otero

Prepárate para lo inevitable. Tras el Limoncello de la cena navideña llegará la pregunta fatídica: "¿Y ahora adónde vamos?"

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Miqui Otero

Miqui Otero

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Prejubilados y becarios, fans de Nirvana y de 'El Chiringuito', pijazos con desparpajo y precarios agarrotados, con sus trencas de paño marca Gutteridge, sus fachalecos de La Roca Village o sus anoraks del Decathlon, los verás retenidos (juntos y revueltos, agitados y mezclados) en la entrada de los restaurantes hasta que se les informe de la mesa asignada.

En esos minutos terroríficos, de miradas al suelo y gaznates secos, aún con los abrigos puestos pese a la calefacción del local, se entregarán a una conversación de monosílabos, a un trueque de tópicos, con la soltura (y la sinceridad) de los futbolistas entrevistados en zona mixta: «Sí, bueno, ¿no? El cóctel de gambas no está mal, pero el solomillo a la pimienta tampoco. No se puede ganar siempre». Hasta la pregunta «¿tú eres de tinto o de blanco?» puede tener trampa (¡rosado!). Y, sin embargo, ese será el momento menos peligroso de toda la noche.

Tú eres el regalo para la empresa

Cada año, como las luces, los turrones y los estorninos, llegan antes. Ponen todo su empeño en que no se les reconozca y, sin embargo, como sucede con los secreta de la policía, se les identifica al instante: «Mira, pobrecillos, una cena de empresa». Porque muchas empresas han decidido eliminar la cesta de Navidad, pero no van a renunciar jamás a la cena de Navidad. En la primera, la empresa daba un regalo. En la segunda, tú eres el regalo para la empresa

En algunos casos, especialmente en oficios creativos, se ha decidido continuar con la tradición, pero con un leve retoque: que el trabajador pague el cubierto. Asistir a esos eventos es como cederle alegremente todos tus datos íntimos a Facebook (para que comercie con ellos). 

Escribió Enrique Jardiel Poncela que «la timidez solo se diluye en dos líquidos: alcohol y dinero». Como en fechas tan señaladas lo último que se anunciará será una subida de salario, los trabajadores suelen aferrarse al vino de mesa (gestionado por el jefe con vocación de amo ciego en El Lazarillo de Tormes) para que pase el mal trago

Pero la fase en la que ya han caído dos copas es mucho más pantanosa. Hay dos sitios donde se pide «ser uno mismo» y donde es un suicidio serlo: las entrevistas de trabajo y las cenas de Navidad. Sé tu mismo, sin ser tú mismo. O, como decía Oscar Wilde: «Ponte una máscara y dirás la verdad».

Prohibidos los chistes osados

Porque nadie penalizará que ese jefe esté ahora interesándose por el futuro (el de dentro de dos horas) de esa becaria. Y se aceptará como tonto útil a ese trepa que aprovechará que su compañero ha ido al baño para resaltar (en un tono de voz lo suficientemente alto para que lo escuche su superior) que «madre mía, no me extraña que vaya, porque ya lleva tres copas». Pero nadie perdonará al pobre tipo que explique un chiste demasiado osado (es decir, sobre dinero) o que confiese un problema familiar

A Scrooge, el avaro empresario de 'Cuento de Navidad', Charles Dickens le pidió que fuera más humano con sus trabajadores, pero jamás que organizara una cena de empresa en una franquicia de restaurantes del Eixample. 

Después de la última cucharada de mousse de limón, o de ese chupitito de Limoncello perfecto como aceite para reparar portaviones, llegará la pregunta fatídica. ¿Y ahora adónde vamos? Solo hay una respuesta válida, como bien sabían el matemático del siglo XVII Blaise Pascal y también E.T. el extraterrestre: «A mi casa».

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