PEQUEÑOS FORMATOS
'Paisajes para no colorear': una revolución a ritmo de reguetón
Nueve chicas de entre 13 y 17 años plasman la violencia familiar y social en Chile
Un grito de atención, un 'aquí estamos y no nos vamos a callar'. Esto es 'Paisajes para no colorear', un crudo retrato de la adolescencia en Chile interpretado por nueve chicas de entre 13 y 17 años. Durante más de 90 minutos, estas adolescentes nos explican su visión del mundo, la violencia de su día a día, que están hartas de tener miedo, hartas de no ser escuchadas, hartas de no poder vivir con libertad. Hartas de una sociedad patriarcal y adultocéntrica. Hartas, hartísimas de Sebastián Piñera.
Quieren romper el silencio, dar voz a sus compañeras, explicar su historia. Recordar, por ejemplo, la historia de Lissette Villa, que murió asfixiada con tan solo 11 años porque una de las cuidadoras del centro de menores donde residía se le sentó encima durante unos cuantos minutos. O el de Tania Águila, que tenía 14 años cuando su pareja le lanzó una piedra en la cabeza y la mató. Estos son, de hecho, algunos de los casos que impulsaron a Marco Layera, miembro de la compañía La Re-Sentida –de la que pudimos ver la fantástica La imaginación del futuro hace cuatro años–, a crear 'Paisajes para no colorear'. Ante la violencia estructural, teatro político.
Con el objetivo de acercarse al biodrama y alejarse de la mera representación, Layera y su equipo realizaron talleres con más de 100 adolescentes chilenas e, incluso, integró a un par en el equipo de dramaturgia. Después, hizo audiciones y seleccionó a las protagonistas. El resultado es un retrato completo, completísimo, de la adolescencia en Chile. Hablan, sin tabúes, de sexo, de (no) maternidad, de binarismo, de feminismos, de 'bullying', de violencia familiar y social. Cantan, bailan reguetón, graban vídeos con el móvil. Contestan a las preguntas y respuestas negativas de los adultos, a ese mantra de "esto es así, porque lo digo yo". Se desahogan a su manera.
'Bullying' y maltratadores
Aquí no importa tanto el qué, cómo el quién y el cómo. De hecho, lo revolucionario de 'Paisajes para no colorear' no es el retrato, crudo y sincero, de la adolescencia chilena, sino que durante más de 90 minutos los adultos callamos y son ellas, las eternas silenciadas, las que hablan. Como la escena en que una de ellas cuenta, ante la cámara, el atroz caso de 'bullying' que padeció. O la confesión de Daniela, que vio como su padre escupía a su madre y decide enfrentarse a él y decirle, cara a cara, que es un maltratador.
Y las tornas se giran. Y son ellas, las adolescentes, las que consideramos que "están en vías de convertirse en personas", las que no son niñas ni adultas, que nos obligan a reflexionar y tomar consciencia. A ritmo de Daddy Yankee y lenguaje inclusivo, proclamando la soberanía de sus cuerpos. Convirtiendo este 'Paisajes para no colorear' en un manifiesto profundamente político, pero no panfletario, en contra del gobierno de Sebastián Piñera. Transformando la rabia en arte y recordando, al final de cada función, que en Chile se violan los derechos humanos.
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