Teatro
'Vania', Chéjov en vena
La Muntaner ofrece el último trabajo de Àlex Rigola, un finísimo ejercicio escénico despojado de toda teatralidad sobre el clásico del gran autor ruso
José Carlos Sorribes
Periodista
José Carlos Sorribes
En las lágrimas de Irene Escolar está toda la obra. Está todo el 'Tío Vania' de Anton Chéjov que Àlex Rigola ha destilado de forma magistral en 'Vania', su versión de una cumbre teatral sobre la melancolía que ha subtitulado 'Escenas de la vida'. De la vida en la hacienda del drama de Chéjov -aquí apenas un contenedor vacío de madera con el público ubicado en gradas- para el que el director ha reunido a solo cuatro personajes del original en un lijado que no le resta contenido, aunque sí pueda desconcertar a quienes no conozcan la pieza.
Son Vania (Luis Bermejo), su sobrina Sonia (Irene Escolar), el médico Astrov (Gonzalo Cunill) y Elena (Ariadna Gil), la madrastra de Sonia y segunda esposa de su padre, el profesor Serebriakov. A él se referirán los cuatro aunque nunca lo veremos, salvo en un dibujo del profesor Tornasol, el de Tintín, colgado en una pared en un juego que plantea Rigola. Es uno de los pocos elementos de ese escenario vacío en el que el público (60 espectadores) lo tiene todo a favor para vivir muy de cerca, para respirar, para empaparse de este inmenso drama.
Como ya hizo en 'Ivanov', su primera incursión en el universo del genial autor ruso, Rigola ha preferido que los actores hagan suyos los personajes en busca de una naturalidad absoluta que se concreta en que se llamen entre ellos Luis, Irene, Gonzalo y Ari. O que vistan como si vinieran de casa. Esa falta de ropaje teatral para nada ensombrece la fuerza de las palabras, de las miradas, de los silencios de un retrato existencial de ilusiones frustradas y rutina cotidiana. Días de incertidumbre que, en definitiva, nos proyectan a nuestro tiempo. La mirada de Rigola acentúa, por ejemplo, la denuncia ecologista que sale por boca de Gonzalo/Astrov. O ese manto de denuncia, política sin duda, de que la vida ha perdido el rumbo deseable.
Nada sería posible en este despojamiento de Vania sin cuatro intérpretes que acepten el juego del director: salir a un escenario vacío sin trucos ni trampas propias del oficio. Así, Gonzalo/Astrov, tan deseado por ellas como desencantado, nos proyecta que está un poco de vuelta de todo. Luis/Vania parece siempre algo ausente, pero no por ello menos consciente de su derrota vital. Como Ari/Elena, que bajo su belleza muestra un fondo igual de desolador. Y el coraje, pese a su amor no correspondido, de Sonia/Irene nos gana en todo momento. Ella es la única esperanza de este cuadro tenebroso. Escolar, de la sala Gutiérrez Caba no lo olvidemos, ratifica que es todo verdad y pureza en un escenario. Una pequeña diosa.
El contenido 'Vania' de Rigola poco tiene que ver, salvo su austeridad escenográfica, con el fragor explosivo de la aclamada versión de Daniel Veronese. Pero que haya dos maneras tan diversas y brillantes de enfrentarse a esta obra certifica la grandeza de Chéjov.
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