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20 JULIO 2023;VALENCIA;MAZÓN;FEIJÓO;ELECCIONES;PP;23J / Rober Solsona

Alberto López

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Las campañas electorales tienen fases emocionales. Pueden identificarse, en un contexto de bloques, haciendo estas sencillas preguntas. ¿Tiene el electorado de derechas la sensación de que va a ganar? ¿Teme esto la izquierda? ¿Siente que puede darle la vuelta a la tortilla? ¿O el sentimiento generalizado es de desánimo? Estas emociones importan. Las expectativas sobre el grado de competitividad, los efectos remontada, lo holgada que es una victoria o una derrota en buena medida determinan que los votantes de un partido aguanten la cola en Correos o se vuelvan antes de la playa para depositar su voto.

Según los datos de Predilect, la emoción que se vive desde hace una semana es de desmotivación en la derecha. Del 36% que rozaban a finales de la semana pasada, los populares han retrocedido un punto, cayendo por debajo del 35% de los votos esperados. Vox crece levemente, del 13% al 13,3%, pero queda lejos de su máximo durante la campaña (más del 14%). Esta suma de votos otorga a ambos 173 escaños, según nuestras estimaciones. Tres menos de los necesarios para formar gobierno. Es decir, una cifra muy ajustada que en el mejor de los casos para los derechistas otorgaría un Gobierno por la mínima con aliados periféricos como CC, UPN o Teruel Existe, y en el resto de casos supondría un escenario de bloqueo electoral.

Si PP y Vox no concitan una mayoría, lo más probable como ya avanzamos a comienzos de campaña es un escenario de bloqueo. Con los escaños que suman hoy PSOE y Sumar según nuestras estimaciones, 141, la mayoría quedaría demasiado lejos. Necesitarían el apoyo de fuerzas que ya han avisado de que no darán el apoyo a Sánchez como Junts o CUP

La emoción primordial del votante de izquierda no se encauza a revalidar el Gobierno de Pedro Sánchez, sino en evitar el de Vox. El miedo. Esa emoción política clásica y denostada. En este caso, el electorado de izquierdas lo siente por dos motivos. Primero, por los acuerdos de gobierno de PP-Vox que amenazan valores centrales en la izquierda, como la lucha contra la violencia de género o lgbtifóbica. Segundo, porque Santiago Abascal ha vuelto a la campaña electoral en la última semana.

Cierto es que Alberto Núñez Feijóo tenía poco que ganar, o al menos mucho menos de lo que tenía que perder, yendo al debate a cuatro (bueno, a tres), pero con su ausencia ha regalado la representación del bloque de derechas a Vox. Esto tiene pocas posibilidades de mover votantes entre PP y Vox, que en su gran mayoría han tomado ya una decisión, pero es el mejor movilizador para el votante de izquierdas. El miedo agita mucho más que la pena y el cabreo, pero también mucho más el entusiasmo, la esperanza, el orgullo y la ilusión.

Si no hay nada más potente que la preocupación para impulsar el voto, ¿por qué las estimaciones sitúan la participación en torno al 70%, una cifra ligeramente debajo de la media? Lo primero que hay que decir al respecto es que la participación es de los elementos que más nos cuesta predecir a los que nos dedicamos a las estimaciones electorales. En las encuestas, la gente miente muy poco sobre qué partido va a votar, o si duda entre varios. No obstante, es reticente a confesar la verdad sobre su probabilidad de ir a votar.

Una gran mayoría de votantes, por deseabilidad social, es decir, por quedar bien ante el entrevistador, asegura categoricamente que irá a votar. Así que los analistas de datos nos las tenemos que arreglar con varias preguntas y métodos de estimación complejos para pronosticar una cifra razonable de abstención. Emitida esta advertencia, repasemos los datos por lo que la participación podría ser del 70%, por qué podrían ser mayores y qué implicaciones podría tener esto.

Un 70% de los votos es una cifra razonable porque conjuga la extraordinaria importancia asignada por los electores a estas elecciones con un hecho palmario: las elecciones discurren en un periodo vacacional para muchos ciudadanos, en una temporada de temperaturas muy altas. Condiciones meteorológicas y de agenda que tienen siempre un efecto depresor sobre la participación. A esto hay que sumar un Gobierno con una reputación deteriorada para partes importantes de su electorado (como los centristas que votaron al PSOE descontentos con sus acuerdos con EH Bildu o muchos de los exvotantes de Podemos desencantados con Sumar), o la falta de ilusión entorno a la candidatura de Feijóo, que representa un liderazgo plano y poco ilusionante.

Pero ya hemos dicho antes, sobre la ilusión, que el miedo es una emoción que gana por goleada. Una posibilidad es que estemos fallando en la predicción de participación electoral y que esta se sitúe hasta cinco puntos más alta. Esto implicaría que todos esos votantes desafectos, de un lado y de otro, votarían con más ganas de echar a Sánchez y sus socios o de evitar un Gobierno de Feijóo con Abascal como vicepresidente que pensando en lo buena que es la alternativa por la que están votando. Lo que en ciencia política llamamos el voto negativo estaría detrás de esa mayor participación. ¿Cuál sería la consecuencia de esto? La respuesta es difícil, pero una opción muy probable es que cierto voto de la izquierda, que se ha demostrado mucho menos expresivo tras la derrota de las municipales, estuviese oculto y que por lo tanto la victoria de la derecha quedase algo más lejos. 

Hasta el domingo vamos a tener los datos diarios tanto de la encuesta australiana prohibida y como de las predicciones de Predilect, y en torno a todas estas estimaciones habrá altas dosis de especulación sobre cuál será el resultado definitivo. Faltan apenas dos días para que las urnas hablen, den su confianza al actual Gobierno o a uno nuevo, y dejen claro qué estimadores se acercaron más a las cifras finales. Un consejo si quieren reducir la incertidumbre sobre el futuro en su país: si no lo han hecho ya, voten.

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