El laberinto catalán

Catalunya, 10 años entre el Dragon Khan y el Shambhala

Las quintas elecciones catalanas en una década culminan la etapa más convulsa de un país que fulminó el espejismo del antiguo oasis

Montana rusa

Montana rusa / Ramon Curto

Jose Rico / Departamento de Infografía

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“Si hemos demostrado que no nos da miedo ni el Dragon Khan, ¿de qué vamos a tener miedo?” Tan ufano como siempre, Jordi Pujol pronunció esta frase al bajarse del viaje inaugural de la emblemática atracción de Port Aventura, en 1995. A los pocos meses perdería para siempre la mayoría absoluta y el espejismo de su oasis político comenzó a desvanecerse, pero aún le quedarían ocho años de poderío antes de que el tripartito se adueñase de la montaña rusa como metáfora de una forma de hacer política en constante convulsión. De Pujol y los añicos de su espejo volveremos a hablar más adelante.

“Espero salir vivo de esta. Si no, tendréis que convocar elecciones”. Entre bromas probó Artur Mas en 2012 los primeros ‘loopings’ del Shambhala, que desbordaba en vértigo y descargas de adrenalina a su atracción contigua. Más vivo salió de aquella acongojante experiencia que de las elecciones que se atrevió a convocar a los pocos meses, tras patentar la marca ‘procés’. Erró el cálculo, pero marcadas a fuego en el tablero político catalán quedaron, y ahí siguen, las entrelazadas sombras del Dragon Khan y el Shambhala.

MÁS 'PRESIDENTS' QUE NUNCA

Este martes se convocarán las quintas elecciones autonómicas en una década, de las que saldrá el cuarto presidente de la Generalitat en ese lapso. Uno más ya de todos los que hubo en los 30 años anteriores. Solo dos de los seis ‘molt honorables’, Pasqual Maragall y José Montilla, permanecen hoy sin mácula judicial. Los tres de esta década vertiginosa, Artur Mas, Carles Puigdemont y Quim Torra, han acabado engullidos por el círculo vicioso que han formado el órdago independentista y el afán judicializador. Y un Pujol ya sin honores camina también hacia el banquillo por culpa de ese otro hámster que no ha dejado de rodar estos 10 años en medio de tanta guerra de banderas: la corrupción.

El miércoles, el mismo día que arrancará oficialmente la precampaña del 14-F, se cumplirá un decenio de la primera investidura de Mas. O lo que es lo mismo, del epitafio del tripartito tras el recorte del Estatut. El relato procesista sitúa en ese 2010 la espita que llevó a muchos catalanes a desempolvar la 'estelada', obviando el detalle de que el llamado 'procés' no nació hasta un par de años más tarde, tras una legislatura de recortes sociales y pactos de Mas con el PP.

LÍDERES ENGULLIDOS, PARTIDOS TRITURADOS

¿Recuerdan los líderes parlamentarios de aquella legislatura? Mas, Joaquim Nadal, Alicia Sánchez-Camacho, Joan Puigcercós, Joan Herrera y Albert Rivera. Ni uno queda hoy en la política activa. Pero tampoco hace falta remontarse tanto. Lo mismo ocurre si se echa un vistazo a algunos candidatos a las tres siguientes elecciones: Oriol Junqueras, Pere Navarro, Lluís Rabell, Xavier García Albiol, Inés Arrimadas, Xavier Domènech… La excepción que confirma la regla es el socialista Miquel Iceta, que concurre a sus terceros comicios y es el único de los presidenciables de 2021 que repite cartel respecto a hace tres años. Los demás son todos nuevos.

Si el shambhaliano ‘procés’ ha devorado liderazgos a diestra y siniestra, no menos condescendiente ha sido con algunos partidos. Dos históricas siglas de aquel Parlament ya no existen. Por efecto del ‘procés’, pero también de la corrupción, aquella CiU a la que pocos rechistaban quedó reducida a tantos cascotes que su herencia se la han disputado hasta seis marcas distintas desde 2015, año de su implosión: CDC (condenada en 2016 por financiación ilegal), Junts pel Sí (la extinta coalición de CDC y ERC), Unió (desaparecida en 2017) y, en la actualidad, JxCat, PDECat y PNC.

La otra gran marca cuarteada ha sido ICV se disolvió en 2019 tras verse arrollada por las marcas surgidas al calor de Podemos. Catalunya Sí que es Pot primero y Catalunya en Comú-Podem después han recogido el testigo, sin grandes alharacas electorales, del antiguo referente catalán de la izquierda alternativa al socialismo.

EL SUEÑO ¿IMPOSIBLE?

Siglas que han aparecido, otras que han desaparecido, votos que vienen y van, y noches electorales en las que todos cogen la calculadora para hacer una suma impensable hasta hace una década. El veredicto de las urnas demuestra que las opciones independentistas han crecido en el último decenio hasta situarse en el epicentro del tablero político. Pero también han emergido en paralelo dos realidades: el secesionismo no ha alcanzado por ahora el cénit del 50% de los votos en ninguna convocatoria electoral y sus apoyos son enormemente volátiles en función de la coyuntura y de los vericuetos del ‘procés’.

El independentismo logra ganar en las urnas, pero no crece en adeptos. La suma de JxCat y ERC en las europeas de 2019 llegó al 49,7%, el porcentaje más alto de voto independentista obtenido durante el ‘procés’. Pero, el mismo día, en las municipales, las fuerzas secesionistas (JxCat, Esquerra, CUP y Primàries) sumaron el el 46,1% de las papeletas.

EL TECHO DE CRISTAL

Más allá del porcentaje de votos, el número de papeletas favorables a la independencia suele toparse con un techo de cristal. En las europeas del año pasado hubo 1.720.550 sufragios secesionistas; en las generales de noviembre (la última cita con las urnas), 1.642.063; y en las municipales, 1.583.469. Son registros similares a los que ha ido recabando en cada convocatoria un independentismo que se anotó su mejor marca en las últimas autonómicas, en diciembre del 2017: 2.079.764 votos.

La demoscopia también se ha apuntado a su particular montaña rusa. Desde junio del 2011, el Centre d'Estudis d'Opinió de la Generalitat (CEO) pregunta a los catalanes qué votarían en caso de celebrarse un referéndum sobre la independencia. El 'sí' comenzó siendo la respuesta mayoritaria y llegó a superar el 50% entre los años 2012 (justo antes la primera Diada masiva) y 2014 (pasada la consulta del 9-N). A partir del 2015, el porcentaje ha ido basculando entre el 41% y el 48%, pero el 'no' se ha impuesto en numerosas ocasiones, sobre todo en los momentos de 'impasse' del 'procés'. En el último sondeo, del pasado viernes, el 'no' se quedaba a una décima de la mayoría (49,9%) y aventajaba en casi cinco puntos al ‘sí’ (45,1%).

Grafico independencia CEO diciembre

Grafico independencia CEO diciembre / Infografía El Periódico

DIADA DE MÁS A MENOS

El otro gran termómetro procesista han sido, claro, los Onze de Setembre. Y también en este caso el calor de las primeras demostraciones de fuerza se ha ido enfriando con cada ‘impasse’ del ‘procés’. Goleadas en la calle en forma de mareas humanas, cadenas, letras, vías, cruces… El millón y medio de la primera vez, en 2012, fue creciendo hasta 1.800.000, el récord en el 2014. En 600.000 se habían quedado cinco años después, siempre según los organizadores.

8 diades, 8 diferencias

Directamente proporcional ha sido la pérdida de fulgor de la sigla que el independentismo alumbró para sacar del armario la 'estelada' y que escribió, al menos durante algunos años, el cuaderno de bitácora de la travesía a Ítaca: la Assemblea Nacional Catalana (ANC).

EL OTOÑO DE INFLEXIÓN

2017 fue el punto de inflexión. Nada volvió a ser igual. Aquel otoño en que se rompió Catalunya y los años posteriores dejaron fogonazos imborrables.

Nueve políticos condenados a severas penas de prisión. Otros siete fugados de la justicia española en un ‘autoexilio’ capitaneado por el 130º presidente de la Generalitat. Imágenes de brutalidad policial contra votantes impregnadas en la retina del mundo. Un autogobierno sometido primero a las directrices de Madrid y luego a las de Waterloo. Un Parlament violentado, disuelto y bloqueado durante meses. Y un ambiente de fractura social soflamada en la calle con peligrosos chispazos por uno y otro extremo.

En la actualidad, 87 personas están o han sido encarceladas, procesadas, enjuiciadas o investigadas en causas relacionadas con el ‘procés’, sobre todo a partir del otoño de 2017. He aquí el listado completo:

Tanto se han multiplicado y fragmentado las investigaciones judiciales que los relatos de lo que sucedió en aquellos meses en Catalunya se han dado de bruces unos con otros. En el Supremo, los líderes del ‘procés’; en la Audiencia Nacional, la cúpula de los Mossos; en el TSJC, la Mesa del Parlament; y en un juzgado de Barcelona, el resto de altos cargos del Govern. Los mismos episodios interpretados por tribunales diversos. El resultado: políticos encarcelados por sedición y mandos policiales absueltos por los mismos hechos, y sentencias que se contradicen en sus argumentos. Al Shambhala judicial aún le quedan muchas vueltas de campana.

UNA LACRA ENTRE BANDERAS

Lo dicho, volvamos a Pujol. El ‘president’ que inauguró el Dragon Khan, el de verdad, zarandeó el tablero procesista a mitad de década con una confesión que liquidó lustros y lustros de lecciones éticas. 2021 puede ser el año del juicio a una familia, pero también a un modo de entender la política. El mismo que en estos 10 años ha dejado sentencias como las del Palau de la Música, Pretoria, Mercuri e ITV, pactos oscuros como el del espionaje de Método 3 y un porcentaje que persigue a todos los que quisieron ignorarlo: el 3%.

Según datos de 2019, Catalunya es la segunda comunidad con más encausados por delitos de corrupción, solo por detrás de Murcia. Pero llegó a liderar este ‘ranking’ de más que dudoso honor en 2016.

El siguiente viaje de la montaña rusa catalana, pandemia mediante, será el 14 de febrero.

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