NOVEDAD EDITORIAL

Alfons Quintà: el lado perverso de la Catalunya moderna

Alfons Quintà, primer director de TV-3.

Alfons Quintà, primer director de TV-3. / periodico

Daniel G. Sastre

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Hay algunas personas que parecen destinadas a cruzarse constantemente en el camino de la historia. Gente que siempre está en el meollo, que se topa en cada esquina con un acontecimiento que muchos años después analizarán los historiadores. Zelig o Forrest Gump son los ejemplos cinematográficos inofensivos. Alfons Quintà es su reverso real y perverso: si ellos eran inocuos espectadores de los acontecimientos, este periodista fundamental en la Catalunya de la Transición –fue una de las primeras plumas de 'El País', y el primer director de TV-3- encarna al villano perfecto. Hasta que, en diciembre del 2016 y con 73 años, mató a su mujer con una escopeta de caza y luego se pegó también un tiro.

El escritor Jordi Amat publica estos días en castellano y catalán  'El hijo del chófer' (Tusquets y Edicions 62), que es a la vez un trepidante relato biográfico sobre el periodista Quintà y una crónica política y periodística que abarca desde los años 50 del siglo pasado hasta nuestros días. Los nombres célebres no se terminan nunca: Quintà se cruza con Josep Pla, con Jaume Vicens Vives, con Josep Tarradellas, con Jordi Pujol, con muchos otros, y nunca en un papel secundario. Hasta que llega su decadencia, tras fracasar en los 90 a la hora de poner en marcha el efímero diario 'El Observador', había estado en el centro de casi todo.

Amat compone la historia de Quintà en torno a la tesis de que nunca superó la mala relación con su padre, que fue chófer de Pla y, por ese motivo, estuvo a la vez dentro y fuera del círculo íntimo del escritor. En torno a ese círculo se articuló la contribución catalana a la modernización del franquismo, y también una cierta oposición al régimen. Todo ello lo vio Quintà de niño, y le sirvió para tener "una conciencia muy clara de lo que es el poder, a diferencia de lo que suele pasarles a los catalanes", y para establecer unos vínculos de los que echaría mano durante toda su vida.

Un "psicópata" que chantajeó a Pla

Tras decenas de entrevistas, el autor describe a Quintà como un periodista inteligente y culto, con un "ángulo muerto" que lo convertía en un "psicópata", un "acosador" y un "amoral" obsesionado con matar al padre. Unas veces esa figura paterna toma la forma de Pujol, otras del primer periodista que confió en él, Manuel Ibáñez Escofet. El lado perverso del protagonista queda claro muy pronto: cuando, con 16 años, escribe a Pla una carta en la que lo intenta chantajear. Si no habla con su padre para que le permita obtener el pasaporte, le dice, denunciará ante el policía torturador Juan Vicente Creix, jefe de la Brigada Política Social de Barcelona, sus encuentros en Francia con Tarradellas o con otros líderes de la oposición en el exilio.

"Es evidente que parte del carácter de Quintà responde a ese trauma no resuelto. En ningún artículo menciona a su padre", recuerda Amat. Ese fantasma recorre toda la trayectoria de Quintà, que sin embargo, durante muchos años, es capaz de convertirse en un personaje central de las esferas del poder catalán sin que nadie denunciara su vesania.

Prosa "cocainómana"

El maltrato continuado hacia sus compañeros de trabajo, y el hecho de que su carácter ciclotímico diera a su prosa un tono "frenético y cocainómano", no impidió que Quintà se convirtiera en uno de los periodistas más importantes de la Transición. Implicado en la 'operación retorno' de Tarradellas, Juan Luis Cebrián confió en él para poner en marcha 'El País' en Catalunya; le correspondió desvelando la crisis de Banca Catalana, que le costó una querella a Pujol y, según el 'expresident', fue determinante en la muerte de su padre Florenci.

Pero Pujol no pareció guardarle rencor, porque en 1983 confió en él para erigir TV-3. Lo hizo con la voluntad de hacer una televisión de calidad, alejada del talante "antropológico" y folclórico que el Gobierno socialista de entonces quería para los canales autonómicos. Pese a que, como siempre, acabó siendo despedido por su naturaleza intratable –sobre todo con las mujeres, a las que echaba por motivos arbitrarios o preparaba encerronas sexuales en su barco-, fue el último hito periodístico de Quintà.

Los ángulos muertos de la Transición

"No me gusta la imagen que doy de mi país", dice Amat para justificar que no le haya sido fácil publicar 'El hijo del chófer'. Con un estilo deudor del gusto por el detalle psicológico de Carrère o Zweig, el autor reconoce que sin el asesinato de su esposa y su suicidio, que sobrecogieron a Barcelona y a toda España hace cuatro años, no habría escrito el libro. Sin embargo, cree que reconstruir la historia de Quintà era "moralmente discutible, pero al mismo tiempo socialmente necesario". Por si alguien todavía dudaba de que la construcción de la Catalunya moderna también tiene ángulos muertos.

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