LA MEMORIA HISTÓRICA
La otra oposición a Franco
Parte del catolicismo abogó en los años 60 por desvincular a la Iglesia de la dictadura franquista y llamar a la reconciliación
"España aún se encuentra dividida en dos bandos. Los vencedores, entre ellos la Iglesia, no han hecho nada para poner fin a esta división entre vencedores y vencidos: este es uno de los fracasos más lamentables de un régimen que se dice cristiano, pero que no obedece los principios básicos del cristianismo". Tras pronunciar estas palabras en 1963, Aureli M. Escarré, abad de Montserrat, se vio obligado a tomar el camino del exilio.
Por primera vez se erigían dentro de la jerarquía católica voces críticas con el régimen franquista. Esta disonancia "empezó a gestarse años antes, en 1954, con el colectivo CC (Cristians Catalans), formado por jóvenes de familias cristianas que no habían vivido la guerra civil", explica la doctora en sociología Mariona Lladonosa. "Este espacio, con personajes como Raimon Galí o Jordi Pujol, planteaba una revisión del papel que la Iglesia había tenido durante la guerra y los primeros años de dictadura", afirma.
A finales de los 50 se empezó a dar "un distanciamiento entre la Iglesia franquista y la catalana" a raíz principalmente, de "la cuestión nacional", apunta.
"Un poco de aire fresco"
No fue hasta la década de los 60 cuando se incluyó la vertiente social en la lucha de parte del catolicismo contra el franquismo. Los postulados del Concilio Vaticano II (1962-1965) que pretendían dejar entrar "un poco de aire fresco" en la institución, "dotaron a la Iglesia de una doctrina social y ofrecieron argumentos para tensionar las tesis franquistas", argumenta la socióloga. La nueva corriente abogaba por desligar a la Iglesia de la dictadura y llamaba a la reconciliación.
A lo largo de los 60 y sobretodo los 70, dice, "se empezó a tejer una red de católicos que se integraron en partidos y sindicatos y dentro del ambiente obrero y cultural". La Iglesia, que gozaba de "cierta independencia respecto al régimen", jugó un papel muy importante ofreciendo "cobertura y espacios de reunión y refugio", explica Lladonosa. La socióloga apunta que Montserrat, la iglesia de San Agustín o el convento de los Capuchinos de Sarrià –donde tuvo lugar "la Capuchinada"– fueron algunos de estos espacios.
A finales de los 70, "el proceso de secularización europea y la prioridad de la recuperación democrática hacen que el catolicismo quede difuminado", comenta. Y señala que tras la muerte de Franco, "los más comprometidos con las luchas sociales se integran en el PSUC y otros grupos socialistas" y "la corriente catalanista", mientras, "en Convergència".
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