Voto particular
No hubo golpe (de mazo)
El juez Marchena dejó el juicio visto para sentencia después de que los acusados pusieran a prueba los lagrimales de los bancos de los familiares
Rafael Tapounet
Periodista
Rafael Tapounet
En las postrimerías del franquismo, el actor Cris Huerta, un rostro característico de los ‘spaghetti westerns’ de la época, se encontró una mañana con un amigo de juventud a quien el tiempo había convertido en policía nacional y, a propuesta de este, ambos se dirigieron a la cantina de la comisaría para pegar la hebra y ponerse al día. Al entrar allí y verse rodeado de tapas y pinchos de apariencia suculenta, Huerta, hombre de apetito voraz y verbo impetuoso, exclamó ufano: "¡Al régimen le van a dar por culo!". Casi de inmediato comprendió lo inconveniente de la expresión en un local repleto de miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, así que empezó a balbucear: "Al régimen alimenticio, quiero decir. Le van a dar por culo al régimen alimenticio".
La anécdota la relata el cineasta José Luis Cuerda en el libro que recoge el guion original de ‘Amanece, que no es poco’, película en la que Huerta interpretó el papel de mesonero y que, como sabemos desde la sesión del martes, es una obra de cabecera para Javier Melero, abogado de Joaquim Forn, el representante de la defensa que en el momento de los alegatos finales ha brindado quizá el relato más preciso, exculpatorio en lo penal y demoledor en lo político, de lo que hicieron los acusados en los días posteriores al referéndum del 1 de octubre. Que es, básicamente, nada. O muy poco. Gesticular y proferir amenazas para rilarse a continuación. Vituperar al régimen y aclarar, acto seguido, que todo era un malentendido. Que se referían, en realidad, al régimen alimenticio.
La Fiscalía bosteza
Los discursos de los letrados que intervinieron en la última jornada del juicio oral de la Causa Especial 20907/2017 no se apartaron demasiado de esta línea de argumentación, con la notable excepción de Marina Roig, abogada de Jordi Cuixart, que en lugar de centrarse en detallar todo aquello que no hizo su cliente a fin de descargarlo de responsabilidad jurídica, prefirió basar su alegato en la defensa del derecho de reunión como pilar esencial de la democracia participativa. "La defensa de la unidad de España no puede provocar el sacrificio de los derechos fundamentales de los ciudadanos", apuntó Roig. A juzgar por los bostezos leoninos de la fiscala Consuelo Madrigal, el Ministerio Público no quedó muy impresionado.
Todos los acusados se acogieron a su derecho a hacer un último alegato ante el tribunal
Pero el plato fuerte del día era, claro, el turno de últimas palabras de los acusados. En su fundamental ensayo sobre el juicio de Eichmann en Jerusalén, Hannah Arendt subraya que una audiencia pública se parece mucho a una representación teatral por cuanto "una y otra se inician y terminan basándose en el sujeto activo", esto es, en la persona que (supuestamente) cometió los hechos que se relatan o se juzgan. Así ha sucedido también aquí: cuatro meses después de inaugurar la vista oral con sus declaraciones, los 12 procesados se sentaron frente al tribunal para, en algunos casos, manifestar su disconformidad con los reproches de las acusaciones y, en otros, lanzar una soflama de escasa trascendencia penal pero indudable calado ideológico.
Fue, en cualquier caso, un momento cargado de emotividad que buena parte de los familiares presentes en la sala siguieron con los ojos velados y en torno al que sería tan fácil como injusto (por frívolo y por cruel) extenderse con ánimo jocoso. Hablamos, al fin y al cabo, de personas para las que la fiscalía solicita penas de cárcel de entre 25 y 7 años y a las que se les daba la última oportunidad de hablar antes de conocer la sentencia.
De Sócrates a Hannah Arendt
Destacaron por su singularidad y elocuencia las intervenciones de Jordi Sànchez y Jordi Cuixart. El primero empezó citando a Sócrates ("prefiero ser víctima de una injusticia que cometerla") y acabó echando mano de la antes mencionada Hannah Arendt y su conocido aserto de que no hay nada que pueda reemplazar a la verdad (la filósofa de Hannover lo explicaba con un ejemplo bastante contundente: podrá ser objeto de debate quién tuvo mayor culpa en la segunda guerra mundial, "pero lo que no puede decirse es que Polonia invadió Alemania"). Cuixart, por su parte, reivindicó su anhelo de ser feliz en una sociedad en las que los derechos fundamentales no se vean conculcados, proclamó explícitamente que no se arrepiente de nada y aseguró que todo lo que hizo lo volvería a hacer, declaración de intenciones quizá un tanto temeraria que, eso sí, dio pleno sentido a su afirmación inicial de que su prioridad no es salir de la cárcel.
Pasaban dos minutos de las siete de la tarde cuando el juez Manuel Marchena, con una economía de palabras muy de agradecer a esas horas, dejó el juicio visto para sentencia. Esperábamos el golpe de mazo, pero los magistrados españoles se ven inexplicablemente privados de ese recurso tan sensacional. Solo quedaba ya, por tanto, evocar la procesión de rogativas que aparece en la película ‘Amanece, que no es poco’ (ya ven que aquí, cuando nos tiran un hueso, nos resistimos a soltarlo) y poner punto final a estas crónicas pidiendo a los santos del cielo que den a los miembros del tribunal "claridad de juicio, rigor científico, mucho discernimiento, la capacidad de relativizar y una visión global bastante aproximada". Que así sea, por el bien de todos.
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