INVESTIGACIÓN

20-S: El día del primer choque de trenes

Xabi Barrena

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Pocas metáforas se han repetido tanto durante el 'procés' como la del choque de trenes, entre Estado y Generalitat. Primero como posibilidad remota, después plausible, posteriormente probable y, finalmente, tras la entrada en rumbo de colisión que supuso el 6-7 de septiembre, casi inevitable. Y lo inevitable sucedió el 20 de septiembre del 2017, con la entrada de la Guardia Civil en el Departament de Vicepresidència i Economia. El 'sancta sanctorum' de Oriol Junqueras, encargado por Carles Puigdemont de organizar el 1-O. Ese día, en la 'conselleria' se palpó la gran desconfianza entre los cuerpos policiales estatales y autonómico. Y también se puso la primera piedra de la persecución judicial, no a unas papeletas, sino 'ad hominem'. A los 'Jordis'. 

“¿Dónde queda la plaza de Catalunya?”. La veintena de agentes de la Guardia Civil que a las 7.45 de la mañana habían irrumpido en Economia, la mitad uniformada, la otra de paisano, evitaron hacerse presentes en la sexta planta del edificio, la planta noble. Donde Oriol Junqueras tenía su despacho. Solo dos veces rompieron ese auto-impuesto protocolo. Para comunicar el corte del wi-fi y de los teléfonos fijos y para reunirse y tratar de situarse geográficamente.

Y es que la mayor parte de los miembros de la Benemérita ignoraban dónde se metían. Y se sorprendieron. Y se asustaron al sentirse atacados. Ni entendían qué hacía ese gentío ante la ‘conselleria’, ni entendían qué gritaban. Tampoco comprendían, en las primeras horas, quién era Jordi Sànchez y cuál era su papel. Y por qué había que hablar con él. Las explicaciones de los Mossos sobre la habitual interlocución con los organizadores, la mediación, no les convencieron.

Camino del trabajo

La noticia de las detenciones de Josep Maria Jové y Lluís Salvadó, entre otros, y la entrada de la Guardia Civil sorprendió a los trabajadores de la consejería yendo al trabajo. Ahí se encontraron con los agentes uniformados controlando el acceso. En ese momento la puerta del edificio aún era franca.

El equipo de Junqueras se sitúa en esa sexta planta, que los agentes solo pisan en dos ocasiones, y los primeros esfuerzos se dirigen a saber quién estaba detenido y quién no. Se recibió la nerviosa llamada de la chófer de Jové, al que habían parado espectacularmente en la Ronda Litoral, y lo habían sacado del coche. También la de Pere Aragonès, tranquilizando a sus compañeros porque, pese a lo que dijeran los medios, no estaba detenido. Junqueras se quedó en el Palau de la Generalitat hasta media tarde, en que se acercó a la ‘conselleria’.  

A media mañana el gentío ya se contaba por millares ante el edificio. En ese momento, la Guardia Civil pide a los Mossos que aclaren el área para poder mover los coches. La policía catalana advierte del evidente riesgo de orden público. Hay tensión. Los Mossos no entienden cómo se pretende priorizar unos vehículos a la seguridad de las personas congregadas pacíficamente, al menos a esa hora.

Las reuniones entre ambos cuerpos y Jordi Sánchez, en calidad de mediador, se fueron repitiendo. En un momento en que el presidente de la ANC se ausenta, el teniente de la Benemérita, que no se fiaba de Sànchez, explica a los Mossos que dentro de los vehículos hay armas. “No quiero que [Sànchez] lo utilice”, expresó el oficial.

La sorpresa de los Mossos es máxima. Se propone un cordón humano de máxima seguridad que retire las armas de los vehículos. A esa hora los reporteros gráficos y los cámaras de televisión ya se habían encaramado a ellos. La Guardia Civil se niega a ese cordón por una cuestión de “imagen del cuerpo”. La diferencia de criterio entre cuerpos policiales era abismal.

El registro, en el que está presente personal de la ‘conselleria’ ante la imposibilidad de acercar a los detenidos, se prolonga más de lo debido por unos fallos en la transmisión de los datos que sufren los equipos de la Guardia Civil. Y cuando acaban se plantea la salida. La secretaria judicial, del juzgado de instrucción número 13, apunta a que quiere salir por la puerta con todos los agentes de la Guardia Civil.

Sànchez y Jordi Cuixart se comprometen a trazar un cordón humano, parecido al que durante todo el día operó en la puerta de Economía, pero reforzado para conducir a la secretaria y los agentes de paisano hasta la Gran Via, donde podían esperar los coches. La respuesta es negativa. Sánchez insiste y propone ser él, junto a alguien de peso dentro del independentismo, como Lluís Llach, los que realicen el traslado. Tampoco.

En el teatro

Es entonces cuando dos ‘mossos’ y un agente de la seguridad del edificio inspeccionan las terrazas de la ‘conselleria’. En la planta segunda hallan una salida que permite, si se supera un desnivel de metro y medio, conectar con los camerinos del teatro Coliseum. La letrada se niega en primera instancia y acaba por aceptar. Aquella noche, hacia las 23 horas, la letrada sale confundida entre el público que había acudido al estreno del show de cabaret, circo y ‘burlesque’ ‘The Hole Zero’.

A medianoche llega el segundo intento de desconvocatoria de la multitud, visto el caso omiso que el gentío había hecho del primero, realizado por los ‘Jordis’ con representantes de los partidos independentistas. Es en esta segunda ocasión donde los ‘Jordis’ se suben al coche policial. Para demostrar que la protesta ya había acabado afirman que ellos también se van. Y con ellos, la mayor parte de la muchedumbre.

Quedan unos pocos centenares. “Huele a concierto”, o lo que es lo mismo, a cerveza y a cannabis. Ya de madrugada los Mossos realizan una intervención quirúrgica para liberar el espacio de los vehículos. El último de los trabajadores de la ‘conselleria' abandona el recinto a las tres de la madrugada. El último agente, pasadas las seis.