Dagas voladoras entre ERC y CDC

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Rafa Julve

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Resulta difícil aventurar quién y cuándo golpeó primero, si ERC o la entonces Convergència Democràtica de Catalunya, pero una recopilación de todos los ataques y jugarretas entre ambos partidos dejaría pequeño el escenario de 'La casa de la dagas voladoras'. El 'procés' ha unido durante más de cinco años a dos enemigos íntimos y ha soterrado muchos resquemores entre convergentes y republicanos, aunque de tanto en tanto acaba erupcionando algún desencuentro que evidencia lo que la 'estelada' esconde.

Si bien es cierto que un sector posconvergente aplaudió en privado que Roger Torrent congelara la investidura de Carles Puigdemont, los nacionalistas más afines al jefe del Govern destituido vieron en la decisión del presidente del Parlament un ejemplo más de que no se pueden fiar de Esquerra; un recelo que nunca ha acabado de irse desde la tempestuosa relación entre Josep Tarradellas y Jordi Pujol, o incluso antes.

El ‘pater’ convergente accedió al Govern de la Generalitat en 1980 gracias al apoyo de la ERC de Heribert Barrera, quien prefirió respaldar a la derecha nacionalista antes que a socialistas y comunistas y a cambio obtuvo la presidencia del Parlament. No agradó aquella alianza en absoluto a gran parte de las bases republicanas (en 1984 caería de 14 a 5 escaños) ni tampoco a Tarradellas, quien en una carta al director de 'La Vanguardia' en abril de 1981 tiró por los suelos la gestión de Pujol: acusó a los convergentes de emplear "propagandas tendenciosas" para "convertirse en víctimas de una situación que ellos mismos habían creado" y les reprochó que provocaran "la desunión de Catalunya y el enfrentamiento con España". Ahí es nada, pese a que el remate llegó en 1985, tras estallar el escándalo del 'caso Banca Catalana'. "En Catalunya hay una dictadura blanca muy peligrosa, que no fusila, que no mata, pero que dejará un lastre muy fuerte", se despachó entonces Tarradellas.

Del poder absoluto al tripartito

Pero Pujol salió ileso y hasta reforzado de aquella polémica y, mayoría absoluta mediante, disfrutó unos años de un poder omnímodo que le permitió despreciar a Esquerra y estrechar lazos con otros partidos. Hasta que ERC, liderada por Josep Lluís Carod-Rovira, le devolvió el ninguneo en el 2003 al optar por formar tripartito con el PSC e Iniciativa en lugar de 'hacer un Barrera’ y aupar a Artur Mas.

La oposición de la entonces CiU fue inclemente contra los republicanos, que se vengaron en el 2010. Nadie lo hubiera dicho hace unas semanas, cuando ERC reaccionó con sordina a la sentencia del ‘caso Palau’ que condena a CDC por el cobro de 6,6 millones de euros en comisiones ilegales, pero hace siete años Esquerra fue el partido más vehemente contra Convergència en la comisión de investigación del Parlament sobre el expolio de la institución musical. Los republicanos editaron hasta un vídeo de aquellos trabajos y lanzaron frases como esta de Joan Ridao, entonces número dos de ERC y ahora letrado del Parlament: "Mas está a punto de perder la ética si no da explicaciones. Nadie recibe dinero a cambio de nada".

Aquel mismo año salió la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut, norma por la que ambos partidos se enfrentaron, especialmente después de que Mas pactara ciertos puntos clave con el socialista José Luis Rodríguez Zapatero. De todo menos bonitos, se dijeron unos a otros. Y así siguieron hasta que Mas pulsó el botón del ‘procés’ en el 2012 y se convirtieron en socios.

'President, posi les urnes'

Pero ni por esas las aguas se mantuvieron siempre mansas. Cuando en la Diada del 2014 Carme Forcadell, entonces al frente de la ANC, dijo aquello de 'president, posi les urnes', en las filas convergentes saltaron chispas al entenderlo como un exceso de presión a Mas. Posteriormente fueron los republicanos quienes abominaron del líder de CDC por descafeinar el 9-N y convertirlo en un "proceso participativo" en lugar de un referéndum, aunque después volvieron a ponerse a su lado.

Sin embargo, Mas no se olvidó de aquello y meses después puso todas las herramientas de presión para que el presidente de ERC, Oriol Junqueras, aceptara concurrir a las elecciones plebiscitarias en coalición, bajo las siglas de JxSí. Explica el periodista Guillem Martínez en su libro ‘La gran ilusión’ que el dirigente republicano acabó llorando en una de las entonces recurrentes cumbres soberanistas al ver que no podía escabullirse de la envolvente de CDC.

La papelera de la historia y el 1-O

Más tarde la CUP envió a Mas a la papelera de la historia y parte de Convergència acusó a ERC de haberlo aplaudido, pero todo quedó acallado bajo la presidencia de Carles Puigdemont. Unos y otros acordaron volver a la pantalla del referéndum al ver imposible declarar la independencia en 18 meses y lograron esconder al público cualquier desavenencia para salir triunfantes con el 1-O. El Gobierno de Mariano Rajoy y las cargas policiales les unieron como nunca, pero el 26 de noviembre se abrieron unas cuantas cicatrices cuando Puigdemont puso sobre la mesa la convocatoria de elecciones: la número dos de Esquerra, Marta Rovira, avisó con que saldrían del Govern si el ‘president’ seguía adelante, y el diputado a Cortes Gabriel Rufián tuiteó aquello de "155 monedas de plata" que a Puigdemont se le quedó grabado a fuego.

Cohibido Puigdemont por la presión y convocados los comicios desde la Moncloa, ERC sí consiguió esta vez zafarse de una nueva coalición electoral con los convergentes. Hicieron una campaña bastante limpia entre ambos, aunque algunos dirigentes republicanos afearon en privado que Puigdemont se fuera a Bruselas sin avisar a su vicepresidente, después encarcelado, y criticaron que la neonata JxCat prometiera la vuelta de su líder al Palau de la Generalitat si vencía en los comicios. Ya entonces atribuían ese plan a una mera falta de "realismo", otra palabra que ha vuelto a enfrentar a Esquerra y a un 'expresident' antaño convergente y ahora más proclive a impulsar un partido a su imagen y semejanza que aglutine al electorado de las dos principales fuerzas independentistas.