el debate soberanista

La alargada sombra del 9-N

Representantes de los partidos del Parlament reflexionan sobre lo qué supuso la consulta alternativa del 2014

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RAFA JULVE / XABI BARRENA / BARCELONA

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Dos imágenes triunfaron mediáticamente el 9 de noviembre del 2014: los ríos de gente yendo a votar y el abrazo entre Artur Mas y David FernàndezArtur MasDavid Fernàndez como símbolo de comunión independentista tras otra jornada que volvió a llevar el calificativo de histórica para el soberanismo. Aunque el objetivo primigenio quedó descafeinado y la consulta pasó a bautizarse oficialmente como "proceso participativo", las consecuencias de aquella iniciativa siguen prolongándose en el tiempo y, Gobierno central mediante, han traspasado lo político para adentrarse también en lo judicial.

Más de 2,3 millones de personas votaron aquel domingo, de los que 1,8 millones (el 80%) apostaron por el ‘sí-sí’, 232.000 se decantaron por el ‘sí-no’ y 104.000 se quedaron en el ‘no’. Aquella considerable afluencia dio bríos al entonces president para volver a reclamar al Ejecutivo de Mariano Rajoy un referéndum de verdadMariano Rajoy. El líder del PP no movió un dedo en esa línea, pero sí lo hizo su Gabinete para que se actuara judicialmente contra el Govern por, en su opinión, haber desoído el veto del Tribunal Constitucional.  El mes pasado, el Tribunal Superior de Justícia de Catalunya dictó la apertura de juicio oral contra Mas y las entonces ‘conselleres’ Joana Ortega e Irene Rigau por desobediencia y prevaricación. El primero se enfrenta a 10 años de inhabilitación y las segundas, a nueve, y a ellos hay que sumar al ahora líder del PDC en el Congreso, Francesc Homs, que en su calidad de aforado debe responder ante el Tribunal Supremo.

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Precisamente, Homs es el único de los cuatro que sigue en primera línea. Tras aquel 9-N la política catalana sufrió un movimiento telúrico ocho sobre 12 en la escala Richter. Tras una pasa de conferencias, el independentismo acabó dirigiendo sus naves hacia unas elecciones plebiscitarias el 27 de septiembre del 2015.

Antes de ello la histórica federación de CiU saltó por los aires y CDC y ERC sumaron fuerzas en Junts pel Sí. No fue lo único. ICV acabó uniéndose a los ‘comuns’, Albert Rivera dejó el liderazgo de Ciutadans en el Parlament a Inés Arrimadas para irse al Congreso, Alicia Sánchez-Camacho hizo lo propio con Xavier García Albiol y David Fernàndez pasó el relevo a Antonio Baños, que acabó dimitiendo tras el 27-S por otro episodio clave del ‘procés’: los ‘cupaires’ pasaron de abrazar a Mas a enviarlo a "la papelera de la historia". 

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De nada le había servido tratar de seducir a los anticapitalistas mediante la negociación y pacto para aprobar en el Parlament la declaración de inicio de la desconexión. Que, para más inri, tuvo lugar otro 9-N, el del año pasado. La resolución llamaba Ejecutivo (en aquel momento en funciones, es decir, a la espera de que hubiera uno de JXSí) a acatar solo las normas que emanen de la Cámara catalana y hacer caso omiso del Gabinete central y de las sentencias del TC. La declaración tuvo una vida de 72 horas. En concreto, hasta que el propio TC la suspendió.

El empujón que forzó a Mas a dar "un paso al lado", a su vez, tampoco garantizó la aprobación de los presupuestos para este 2016. El ‘procés’ llegó al filo del abismo porque la reacción del flamante ‘president’ Carles Puigdemont fue la de someterse a una cuestión de confianza que, de haber perdido, habría conducido a unas nuevas elecciones. Pero la superó. Y lo hizo prometiendo un referéndum [pactado ] o referéndum [unilateral]. Y la pregunta surge de inmediato: ¿Será otro 9-N?