La ruptura de la fuerza hegemónica en las últimas décadas

Convergència certifica el final "sin retorno" de su federación con Unió

Turull (a la izquierda), Rull y Mas, dialogan ayer en el Parlament a escasa distancia de Ortega.

Turull (a la izquierda), Rull y Mas, dialogan ayer en el Parlament a escasa distancia de Ortega.

XABIER BARRENA / BARCELONA

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Bienvenidos al 27-S. Más que la fecha de las próximas elecciones al Parlament, un estado mental, un marco político (si se permite la palabreja de spin-doctor) que facilita, por ejemplo, que CDC deje de lado esa ambigüedad en sus mensajes que sus oponentes le han atribuido históricamente. El número 2 del partido, Josep Rull, tardó ayer apenas un par de minutos, en su comparecencia para dar cuenta de la reunión que Convergència celebró el miércoles por la noche, en pronunciar una frase para la historia: «El proyecto político de la federación de Convergència i Unió se ha acabadose ha acabado». Muy tajante y muy claro, más si se tiene en cuenta que el mensaje previo de los democristianos, vía su secretario general, Ramon Espadaler, había sido que a ellos «no les constaba» que CDC quisiera el divorcio. El lector desconfiado quizá aún piense que la ruptura es momentánea. Que ambas fuerzas se dan un tiempo. Rull, ayer, en el polo opuesto de la ambigüedad, sentenció: «La ruptura no tiene camino de retorno. No vamos a hibernar la federación para retomarla más adelante. Pase lo que pase el 27-S».

La de ayer fue, de hecho, la primera decisión estratégica de campaña de CDC cara al 27-S -el primer acto tendrá lugar el sábado en Molins de Rei-, y la demostración de que, al final, ha primado la tesis de que los 12 escaños que se perdieron en el 2012, y que se fueron, casi todos a ERC (subió 11), se debieron, sobre todo, a la ambigüedad. A no pronunciar la palabra independencia. A ir con Unió. A Josep Antoni Duran Lleida.

«La federación ha sido una valiosa herramienta en el marco autonómico, pero ahora CDC inicia otra etapa», explicó Rull. Nuevo marco mental. El archisabido no eres tú, soy yo. Aunque, evidentemente, culpan a Unió y su negativa abrazar la independencia como objetivo.

«Ruptura amistosa» fue el concepto trending topic en el día de ayer. Lo pronunció Artur Mas y, después, el propio Rull. El president, de hecho, consiguió enfundar su puño de hierro en un guante de seda. Así, por un lado, tuvo afectuosas palabras de despedida para los tres consellers de Unió -Joana Ortega, Ramon Espadaler y Josep Maria Pelegrí-, de los que alabó su trabajo. Espadaler devolvió la gentileza, también, con palabras de admiración y hasta de cariño.

Eso sí, Mas hizo hincapié en que hay rupturay que esta se produce por motivos «muy de fondo», desmintiendo así lo dicho por el propio Espadaler en cuanto a que habían sido las formas, el ultimátum, el que conducían al final. Rull también insistió en este punto. De fondo, el pulso por la imagen pública.

Confirmando la fama de implacable que a veces se le atribuye, el president dio entender que, con el inminente cambio de Gobierno —que ha pospuesto hasta el lunes, para no interferir con el trabajo parlamentario-, él dará por digerida la crisis con Unió. Y señaló que el cisma «no afectará al proceso». «Seguiremos con la hoja de ruta con normalidad», dijo.

Esta mención explícita al guion firmado con ERC y las entidades soberanistas (ANC, Òmnium y la AMI), el origen de la crisis con Unió, fue uno de los mensajes crípticos con los que Mas dio a entender, horas antes de que Rull lo dijera bien claro, que no hay vuelta atrás ni espacio para el reencuentro con los democristianos. Así, previamente, Mas había dicho que deseaba que las elecciones del 27-S sirvieran para conocer si Catalunya debe ir hacia «su soberanía y un Estado independiente». El término que ha causado la ruptura con Unió. Ni una puntada sin hilo.

El grado de amistad en que derive la relación dependerá mucho de la negociación -ya en marcha- sobre qué hacer con los grupos parlamentarios (en Madrid y Barcelona) y, en general, con los activos y pasivos de la federación. Josep Rull quiso dibujar un gran interrogante sobre todo ello y no dio nada por seguro. Ni tan solo el papel de Duran, actual líder de CiU en el Congreso.

De hecho, esta misma mañana se reúnen en Barcelona los diputados y senadores en la capital de España. «Acaba una etapa y abrimos otra. Durante 35 años hemos sido los de la tercera vía. Ya no lo somos», sentenció el número 2 de CDC. No habrá más ejecutivas conjuntas y se darán los pasos para una disolución de la unión «con seguridad jurídica».

Las quinielas sobre quién y cómo formará parte del primer Govern monocolor de la historia reciente de Catalunya están ya en marcha.

Lo único seguro es eso, que solo habrá consellers de Convergència. Tan claro lo tiene todo el mundo que incluso ERC, hastiada ya de ser rechazada por Mas, no se ha lanzado en tromba para pedir la entrada en el Ejecutivo, ahora que los convergentes están solteros. El miércoles fue su portavoz, Sergi Sabrià, quien, lejos de toda épica, afirmó que su partido estaba dispuesto a entrar en el Consell Executiu. Ayer, en la sesión de control, Junqueras hizo un elíptico y muy mecánico ofrecimiento antes de centrarse en la situación laboral de General Cable. El líder de ERC prefiere pasar, estos días, desapercibido. Y a los republicanos se les ha acabado el viejo truco de golpear dialécticamente a Mas a través de Duran. Una particularidad más de la dimensión 27-S. Sean bienvenidos.