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La localidad del Languedoc fue en 1213 fue el escenario de una batalla que marcaría el futuro de la Corona de Aragón y de la estirpe de los condes de Barcelona

Recreación de la batalla de Muret.

Recreación de la batalla de Muret. / Ilustración de la batalla de Muret en la que murió Pedro II. La batalla de Muret

Xavier Carmaniu Mainadé

Xavier Carmaniu Mainadé

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Desde hace algo más de un año, por culpa de la invasión rusa de Ucrania, hay nombres de lugares que han pasado a formar parte de nuestra cotidianidad y hemos aprendido a pronunciar Kiev, Járkov, Donbas... con toda naturalidad.

No sabemos ni cómo ni cuándo, pero tarde o temprano la guerra terminará, como todas las demás guerras que ha habido antes. Y con el paso de los años, las décadas y las generaciones, un episodio terriblemente traumático para los que lo han sufrido sólo existirá en las páginas de los libros de historia, para engordar la lista infinita de conflictos bélicos que, aunque hayan podido tener una enorme importancia, sólo algunos historiadores recuerdan. No hace falta ir muy lejos para encontrar ejemplos y a uno de ellos dedicamos el Tren de la Historia de esta semana: la Batalla de Muret.

Ahora Muret es una localidad de unos 20.000 habitantes, idílicamente situada a orillas del río Garona, a tan sólo unos 20 kilómetros de Tolosa de Languedoc; pero en 1213 fue el escenario de una batalla que marcaría el futuro de la Corona de Aragón y de la estirpe de los condes de Barcelona. Lo primero que debe hacerse para entender qué ocurrió es borrar las divisiones estatales actuales porque entonces los Pirineos no eran frontera de nada y los países modernos forjados a caballo de los siglos XVIII y XIX no existían. De hecho por aquel entonces, el Languedoc era un territorio que iba por libre a pesar de estar entre dos grandes potencias: Francia en el norte y la Corona de Aragón en el Sur.

El movimiento cátaro

Uno de los problemas que había es que a diferencia de estos dos reinos, que tenían un fuerte poder, en las tierras languedocianas, el conde de Toulouse no conseguía imponer su autoridad a los demás nobles de la zona. Aquel poco control territorial posibilitó la proliferación del movimiento cátaro, que en el norte había sido perseguido sin contemplaciones. Esa corriente religiosa defendía un seguimiento más riguroso de la fe en Cristo y ponía en entredicho al Papa porque sus miembros consideraban que la jerarquía eclesiástica de Roma era demasiado permisiva. De entrada el Vaticano no les hizo demasiado caso, pero al ver que cada vez tenían más adeptos, decidió ordenar una cruzada ya que los señores del Languedoc no actuaban contra aquellos que consideraban herejes. Para nosotros cuesta entender la importancia que tenía la cuestión religiosa en aquellos tiempos, pero en la Edad Media la protección de las almas era más importante que la vida terrenal.

Simón de Montfort, en representación del rey de Francia, lideró la operación. La brutalidad de sus acciones militares contra la población, cátara o no, atemorizó a los nobles que, además, fueron despojados de sus títulos que pasaban a manos de los cruzados por disposición papal. Ante esta situación los señores de Toulouse, Foix y Comenge necesitaban un aliado fuerte que pudiera socorrerles. Y entonces miraron al sur para pedir ayuda a Pedro el Católico, rey de Aragón y conde de Barcelona. De entrada el rey intentó negociar con el Papado y los cruzados para detener las hostilidades, pero no sirvió de nada. Solo quedó una salida: la guerra.

En 1213 los cruzados habían conquistado casi todo el Languedoc. Uno de los pocos reductos que no habían caído en sus manos era la zona de Muret, un lugar llamado a pasar a la historia. Parece que Pedro no escuchó los consejos del conde de Toulouse y en vez de esperar la llegada de refuerzos, quiso luchar a campo abierto contra la caballería francesa, famosa por su destreza.

Unas horas de combate

El choque duró unas horas. Para Montfort no se trataba sólo de ganar. Él quería terminar con el rey de Aragón. Pedro era consciente de ello y para luchar anónimamente y demostrar su valía como caballero cambió la armadura con uno de sus hombres. Al darse cuenta de que los enemigos habían abatido a quienes pensaban que era él, no dudó en deshacer la confusión e identificarse. Los de Montfort se abalanzaron sobre el rey, que no pudo hacer nada para detenerlos. La osadía le salió cara a él y al reino.

Al caer muerto en el campo de batalla, el pánico se extendió como el polvo entre sus tropas, que fueron derrotadas sin contemplaciones. Era el 12 de septiembre de 1213, un día que ahora sale en todos los libros de historia, y que nos deja muchas preguntas que intentamos responder en el pódcast con el profesor de historia medieval de la Universidad Complutense de Madrid, Martín Alvira que es el máximo especialista de ese episodio. Porque aunque ahora todo esto nos quede tan lejos que no sabemos ni que existió, la realidad es que marcó el futuro de la Corona de Aragón y las fronteras que tenemos ahora.