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La igualdad efectiva en la política

Aunque el balance es claramente positivo, cabe preguntarse si lo hubiera sido sin la presión de la ley

D’esquerra a dreta, els candidats Carlos Carrizosa, de Cs; Laia Estrada, de la CUP; Josep Rull, número tres de la llista de Junts; Salvador Illa, del PSC; Pere Aragonès, d’ERC; Ignacio  Garriga, de Vox; Jéssica Albiach, dels Comuns, i Alejandro Fernández, del PP, en el debat televisiu d’ahir a la nit. | ALEJANDRO GARCÍA / EFE

D’esquerra a dreta, els candidats Carlos Carrizosa, de Cs; Laia Estrada, de la CUP; Josep Rull, número tres de la llista de Junts; Salvador Illa, del PSC; Pere Aragonès, d’ERC; Ignacio Garriga, de Vox; Jéssica Albiach, dels Comuns, i Alejandro Fernández, del PP, en el debat televisiu d’ahir a la nit. | ALEJANDRO GARCÍA / EFE / Carlota Camps

Por primera vez en la historia de la institución, en la pasada legislatura hubo más mujeres que hombres en el Parlament de Catalunya. Porque aunque al constituirse la cámara el número de mujeres era de 65 del total de 135 diputados, lo que suponía el 48%, las altas y bajas que se han producido a lo largo de la legislatura permitieron que antes de la disolución el número de mujeres se elevase a 70, superando así el umbral del 50%. Este aumento ha sido lento y progresivo desde el año 1980, cuando solo había 7 mujeres, el 5,2% del total, pero el verdadero salto se produjo a partir de 2007 con la aprobación de la ley de igualdad efectiva entre hombres y mujeres que obligaba a la paridad a partir del establecimiento de una proporción mínima del 40% reservada a uno de los dos sexos. Esta medida en el ámbito específicamente político se tradujo en la incorporación de un nuevo artículo en la ley del régimen electoral general que obliga no solo a respetar esa proporción en las listas electorales, sino a hacerlo en cada tramo de cinco candidatos como mecanismo para evitar que las mujeres quedasen relegadas a los últimos lugares de la lista aunque se cumpliese la paridad en el conjunto de la candidatura, algo que no resulta infrecuente si no se introducen estas directrices adicionales. 

A partir de entonces el porcentaje de parlamentarias ha ido en aumento, aunque no en todos los partidos por igual, ya que en la última legislatura el PP y VOX escasamente superaban el 30% de las electas. También su presencia cualitativa se ha incrementado, aunque no en la misma proporción. Porque si bien es cierto que ha habido diversas presidentas del Parlament, 5 de un total de 12 desde 1980, el número de diputadas presidentas de comisiones sigue siendo inferior al de hombres. Y lo mismo sucede con el número de presidentas de grupos parlamentarios o de portavoces, mientras que solo una mujer ha sido jefa de la oposición, Inés Arrimadas. Y ello se explica, en parte, porque sigue habiendo más hombres que mujeres encabezando las listas electorales, al menos en calidad de presidenciables. Sin ir más lejos, en las elecciones del 12 de mayo solo dos de los ocho partidos con representación parlamentaria presentan a una candidata a la presidencia, y sin posibilidades reales: En Comú Podem con Jéssica Albiach al frente y la CUP con Laia Estrada. Pero además, más allá del mantenimiento de esta brecha vertical todavía persiste una brecha de tipo horizontal, la referida al predominio o la especialización de las mujeres en unos ámbitos considerados de naturaleza más femenina como Cultura, Salud, Educación o Derechos Sociales. 

Por todo ello, y aunque el balance es claramente positivo en términos absolutos, los resultados se corresponden directamente a la aplicación de cuotas establecidas por ley. Una constatación que permite dudar de hasta qué punto la igualdad ha penetrado suficientemente en la cultura política de los partidos, y si sin esta cobertura legal, que muchos consideran de forma anticipada como innecesaria, habría sido posible este avance en términos cuantitativos. Más aún cuando todavía persisten algunas sombras desde el punto de vista cualitativo y los datos demuestran que la igualdad efectiva entre hombres y mujeres en política todavía no es una realidad, con presiones, exigencias y prejuicios que muy a menudo se aplican de forma desigual en función del género.