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Josep Maria Fonalleras
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Con perfume de impostura

Quizás es que desconozco el ímpetu y la profundidad de las maniobras soterradas de la derecha en pro de la insurrección, pero sigo pensando que el espectáculo simbólico de estos días es desproporcionado y extemporáneo

Pedro Sánchez y Begona Gomez en una imagen de archivo

Pedro Sánchez y Begona Gomez en una imagen de archivo / REUTERS/Remo Casilli/File Photo

Confieso que al saber la decisión de Pedro Sánchez (la reflexión íntima, familiar, introspectiva, que acaba este lunes) dudé entre las dos opciones más evidentes. La valentía de quien está harto de las maniobras de baja estofa de las derechas y que decide anteponer la dignidad personal ante el éxtasis de barro de quienes viven dispuestos a convertir la política en un estercolero; y el cinismo de una táctica, de raíz populista, que juega con los sentimientos, los hace explícitos, y trata de conseguir robustecer la imagen del líder, con notables derivadas electorales.

Todo podía ser. Una de las opciones o ambas a la vez, porque no era necesariamente contrarias: un pronto pasional con un trasfondo de cálculo político. Hemos visto estos días, como todo el mundo ha optado por una razón o por otra, a la espera de la gran decisión, cuyas consecuencias creo que ni el propio Sánchez, al escribir esa carta, podía sospechar.

Confieso, también, que me han sorprendido estos días las reacciones viscerales del PSOE. No tanto las de María Jesús Montero, que se excede siempre, a la hora de celebrar los triunfos y de llorar las penas, sino de toda la estructura del partido, con un revoltijo de antiguas memorias progresistas y nuevas reivindicaciones de izquierdas, en la raya de la vergüenza ajena, con un tono que se ha acercado más al de las concentraciones peronistas que a una sosegada reflexión sobre la profunda crisis institucional.

Quizás es que desconozco el ímpetu y la profundidad de las maniobras soterradas de la derecha en pro de la insurrección, pero sigo pensando que el espectáculo simbólico de estos días es, primero, desproporcionado, y, segundo, extemporáneo. La combinación de exaltación popular discotequera, de las proclamas y los himnos revolucionarios, y de los llantos institucionales, en Ferraz, me pareció un ejercicio sentimental fuera de tono. No digo que el momento no sea delicado, que lo es. Solo quiero decir que la forma interviene en el fondo. Y que hemos visto una forma antigua y primitiva, con perfume de impostura.

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