Décima avenida
Joan Cañete Bayle

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Subdirector de EL PERIÓDICO.

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Palabras arrojadizas

Sin vocablos que signifiquen lo mismo, no hay conversación política. Y donde no se conversa, se grita, se gesticula, se posturea y se degrada la convivencia y la salud democrática

Otxandiano pide perdón a las víctimas, pero sigue sin llamar "grupo terrorista" a ETA

El PP, tras las palabras de Otxandiano: “A nadie le sorprende. El ejercicio de hipocresía es del PSOE”

El candidato a lehendakari, Pello Otxandiano, a 4 de abril de 2024, en Vitoria-Gasteiz, Álava, País Vasco (España).

El candidato a lehendakari, Pello Otxandiano, a 4 de abril de 2024, en Vitoria-Gasteiz, Álava, País Vasco (España). / Iñaki Berasaluce - Europa Press

La resistencia del candidato de EH Bildu a lehendakari, Pello Otxandiano, a calificar de banda terrorista a ETA ha agitado las aguas de una campaña electoral en el País Vasco que transcurría tranquila, sin altisonancias, como corresponde al hecho de que salvo sorpresa mayúscula se conozca de antemano qué dos partidos formarán la coalición de Gobierno, si bien la pugna por ser el partido más votado sigue abierta entre el PNV y la izquierda abertzale. Otxandiano prefiere referirse a ETA como “grupo armado”, lo cual ha abierto las puertas a que sus adversarios, del PP al PNV, pasando por el PSE y el Gobierno, hayan cargado contra EH Bildu, donde conserva un peso importante Sortu, heredera de la antigua Batasuna que hizo del metalenguaje del conflicto una de sus señales de identidad durante los años de terror de ETA.  

Dice mucho de la situación de la democracia española que la discusión sobre qué es y no es terrorismo siga siendo motivo de contienda electoral y de lucha política. Coincide que, a estas alturas, en el País Vasco el candidato de EH Bildu no considere terrorista a ETA con que en Madrid el Tribunal Supremo haya abierto causa penal contra los que considera cabecillas de Tsunami Democràtic bajo la acusación de terrorismo. En ambos casos, alrededor del uso (o no) de la palabra terrorismo se escenifica una danza de ideología, visión del mundo e intencionalidad política. Y mucha propaganda con objetivos cortoplacistas.

“Terrorismo” es una palabra cuya definición, uso, abuso y manipulación genera grandes discusiones en todo el mundo, no solo en España. Pero en la vida política española hay un plus, es una más de las palabras que se usan para dividir y azotar, dado que en los años transcurridos desde la transición no se ha logrado construir un marco de convivencia dentro del cual disentir y discutir tanto como sea necesario sin romper la baraja. Al contrario, la lista de palabras marcadas por la discordia aumenta, y al hacerlo limita y contamina la conversación política a medida que la polarización se agudiza.

Víctima, memoria, feminismo, libertad, violencia machista, dictadura, fascista, golpe de Estado o emergencia climática son algunas de ellas. Remiten a algunos de los asuntos sin resolver en décadas y a otros que han caído en las turbias aguas de las guerras culturales. España no ha construido un relato común de sus grandes cicatrices, desde la guerra civil (Esperanza Aguirre volvía a la carga recientemente sobre lo que ella llama el “golpe de Estado” de la izquierda previo al de Franco) hasta el 11-M. De la misma forma, las crónicas electorales de estas elecciones vascas describen una sociedad en la que los jóvenes desconocen qué fue, qué hizo y qué supuso el terrorismo de ETA, y en Catalunya donde unos ven un golpe de Estado otros ven a ciudadanos apaleados por antidisturbios.

Así, se banalizan los conceptos, todo es terrorismo y nada lo es, todo el mundo se apropia de las víctimas, hay fachas por doquier, la libertad sirve para un roto y un descosido y la violencia machista se desacredita como ideología de género y se sustituye por violencia intrafamiliar. Es una forma de evitar aportar argumentos a las discusiones fundamentales de la sociedad española, algunas muy antiguas, otras consecuencia de los tiempos que vivimos.

¿Cómo se articula la pluralidad de España? ¿La nación, se defina como se defina, sea cual sea, está por encima de los ciudadanos que la forman? ¿Cuáles fueron las causas de la guerra civil? ¿Cómo se afronta la reconciliación, cuáles son los pasos que hay que dar? ¿Cómo se cuenta el franquismo? ¿Cuál es el peso que la memoria debe tener hoy? ¿Cuál es la actitud de higiene democrática innegociable ante el terrorismo? ¿Y ante ideologías racistas que niegan derechos y libertades?

Preguntas como estas, y otras también importantes, no forman parte en realidad de la conversación política. Los argumentos se acumulan como munición y las palabras se lanzan contra los adversarios, según como vayan las encuestas, con argumentos que deben caber en un tuit.

 Sin palabras que signifiquen lo mismo, no hay conversación política. Y donde no se conversa, se grita, se gesticula, se posturea y se degrada la convivencia y la salud democrática.

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