Ataque a Israel
Ignacio Álvarez-Ossorio

Ignacio Álvarez-Ossorio

Catedrático de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Complutense de Madrid.

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Doble salto mortal en Oriente Próximo

La principal incógnita por despejar es si Netanyahu conseguirá arrastrar a Estados Unidos a un choque directo con Irán o, por el contrario, los países occidentales presionarán, de una vez por todas, a Israel para que acepte un alto el fuego en Gaza

Manifestantes iraníes corean consignas durante una reunión antiisraelí frente a la embajada británica en Teherán.

Manifestantes iraníes corean consignas durante una reunión antiisraelí frente a la embajada británica en Teherán. / Vahid Salemi

Una vez más, Oriente Próximo se desliza peligrosamente hacia una nueva guerra. Con su ataque contra territorio israelí, el régimen iraní ha cruzado el Rubicón, probablemente sin valorar adecuadamente las implicaciones de su acción. El hecho de que la inmensa mayoría de los drones y los misiles hayan sido interceptados por Israel y sus aliados no resta gravedad a la situación. Tampoco que el ataque sea una represalia al bombardeo israelí al consulado de la república islámica en Damasco y, por lo tanto, pueda considerarse un acto de legítima defensa.

La respuesta iraní no ha tomado a nadie por sorpresa, ya que se ha desarrollado a cámara lenta. El régimen iraní advirtió a Estados Unidos de que el ataque se produciría en las siguientes 72 horas y tendría un carácter limitado, dando tiempo a que la mayor parte de los misiles lanzados desde Irán, Siria, Iraq y Yemen fueran interceptados. Todo apunta, por lo tanto, que el principal objetivo de Teherán es restablecer su capacidad de disuasión frente a su tradicional enemigo, una apuesta sumamente arriesgada de la que no está claro que salga del todo airoso.

El régimen iraní también intenta proyectarse a nivel regional como el principal defensor de la causa palestina frente al silencio cómplice del mundo árabe. No obstante, Irán podría no haber calculado el precio que tendrá que pagar por sobrepasar esta línea roja. Si bien es cierto que el presidente Joe Biden ha afirmado que la respuesta del G-7 debe ser exclusivamente diplomática, el primer ministro Binyamin Netanyahu pretende aprovechar la coyuntura para arrastrar a Estados Unidos hacia una guerra frontal con el régimen iraní. De hecho, su ministro de Defensa ha reclamado la formación de una alianza estratégica contra Irán y varias voces de su gabinete reclaman poner al régimen iraní de rodillas con una arrolladora demostración de fuerza que destruya por completo su programa nuclear.

Netanyahu parece emerger como el gran beneficiado del ataque, que consigue desplazar la atención de la opinión pública, romper el aislamiento internacional de Israel y restablecer su papel como víctima en lugar de agresor. El foco mediático ya no está en la destrucción de Gaza ni en la eliminación física de su población, sino en el aumento de la conflictividad regional en el Golfo y las posibles implicaciones para la economía mundial, lo que le da al primer ministro israelí un balón de oxígeno para mantenerse en el poder a pesar de la creciente contestación a su liderazgo a escala doméstica e internacional.

Israel no puede permitirse el lujo de dejar el ataque sin respuesta, ya que sentaría un peligroso precedente. Así las cosas, la principal incógnita por despejar es si Netanyahu conseguirá arrastrar a Estados Unidos a un choque directo con Irán o, por el contrario, los países occidentales presionarán, de una vez por todas, a Israel para que acepte un alto el fuego en Gaza, lo que contribuiría a que las aguas volvieran a su cauce en Oriente Próximo y desactivarían los riesgos de escalada regional. 

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