Activista climática
Maria Serra
Activista climática
Activista climática
Los océanos, los jardines de todos
Siempre me ha fascinado la relación que tenemos en Cataluña con el mar, nuestro trocito de océano. Si preguntas a los residentes de poblaciones costeras, dirán que son gente de mar, que vivir sin él se les hace impensable, que el mar es un amigo. Si preguntas a residentes a barceloneses, te dirán que adoran el mar, pero que es la raíz de muchos de sus quebraderos de cabeza.
En Catalunya y en Barcelona hemos establecido una relación de amor-odio y hasta cierto punto tóxica, con el mar. Le debemos todo, el turismo, la economía, la cultura mediterránea... pero también es el mar el que nos trae la gentrificación, temporales, los cruceros y que se nos come las playas. El mar nos da todo lo que nos quita, y nosotros le sacamos todo lo que nos da. Nosotros nos hemos lucrado infinitamente de su biodiversidad y playas, mientras él agonizaba y se convertía en el vertedero de nuestro CO₂ y regulaba la temperatura de nuestro hogar. Todo y que su legado es invisible, el mar y los océanos son los héroes más importantes del siglo XXI, sin ellos nuestro planeta habría dejado de ser habitable hace décadas. A cambio, hemos abusado infinitamente de su generosidad.
Es casi poético como llegan por mar cruceros llenos de turistas para visitar Barcelona, emitiendo el CO₂ que hará que el mismo mar se trague la ciudad décadas más tarde. Pero todavía es más triste como la gente de nuestra casa, que es mediterránea, estima el Mediterráneo, pero que nunca jamás reduciría su consumo de pescado, ropa con poliéster, envases o votaría para salvarlo. El cierto es que mientras a la población le hacían campañas pidiendo que dejaran de consumir pajitas para salvar las tortugas, muchas empresas abocaban millones de toneladas de plástico en el mar cada día, se lucraban de contaminar nuestras aguas y destruir las bases de sus ecosistemas. Ayer eran los peces, hoy son las islas de plástico, en un santiamén tendremos minas para extraer petróleo de su fondo. Lejos, en la oscuridad e inmensidad del océano, dejamos que se haga todo lo que no querríamos hacer en nuestro jardín, sin darnos cuenta de que es el jardín de todos.
Esta semana, en el marco de la conferencia de la UNESCO sobre los océanos, se creará una hoja de ruta para los océanos a diez años vista y se hará una marea de actividades culturales para enseñar a mayores y menores su importancia. Lo aplaudo. Aplaudo el esfuerzo y el despertar cultural como sociedad global, y sobre todo costera, a la idea de que ha llegado la hora de dejar de dar la espalda a la importancia que tienen el mar y los océanos. Es hora de establecer un modelo de economía en nuestro hogar que no explote, ahogue y mate el mar; un modelo que ponga el bienestar de las personas en el centro, que esté de lado con el bienestar de los ecosistemas de los cuales dependen.
Mi generación aprenderá a adaptarse en un mundo sin turismo masificado en nuestras playas, pero no nos podremos adaptar nunca a la muerte del Mediterráneo o de los océanos. Ya no es hora de salvar el mar, es hora de resucitarlo y protegerlo.
El día que dejen de respirar, nosotros también lo haremos.
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