Opinión | Política forestal

Carol Álvarez

Carol Álvarez

Subdirectora de El Periódico

30 años de la resurrección de un bosque jurásico

En 1994 un explorador descubrió un puñado de pinos Wollemi, una especie que se creía extinguida y que convivió con los dinosaurios, en un recóndito desfiladero en Australia, y algunas de sus semillas han llegado en forma de árboles hasta nosotros

El pino Wollemi del Jardín Botánico de Madrid

El pino Wollemi del Jardín Botánico de Madrid / EPC

Cerca de mi casa se levantan un puñado de tipuanas en un pequeño espacio verde demasiado a la intemperie. Los temporales y los fuertes vientos han tumbado varias de ellas, y el Ayuntamiento se ve obligado a retirar alguna que otra vez un ejemplar muy dañado y a plantar nuevos árboles. Una de esas tipuanas es tan joven que sus hojas son del color de la lima y resplandecen en los cielos nublados. La sequía y los vendavales no van a ponérselo fácil. Peor suerte corrió el pequeño pino Wollemi que habitaba otros jardines de la ciudad, los de la Tamarita. No logro entender qué fue lo que llevó al arbolito de apenas un metro de altura a una zona ajardinada junto al parque de juegos infantiles; la pequeña red de protección que la apartaba del campo donde rodaba la pelota que divertía a los niños no fue suficiente para salvarlo. A los pinos Wollemi se los llama también Lázaro: su especie se remonta a la época jurásica, los primeros convivieron con dinosaurios, y aunque se creían extinguidos, fueron redescubiertos hace ahora 30 años en un recóndito desfiladero rodeado de eucaliptos, en las Montañas Azules de Australia. Volvieron de entre los muertos. El bosque de un centenar de árboles jurásicos está desde entonces altamente vigilado, su localización exacta es secreta, y apenas puede adentrarse en su entorno personal autorizado y con vestimenta especial para no colar patógenos que extiendan alguna enfermedad que acabe con ellos. 

   Proteger el bosque es una cosa, proteger la especie para garantizar su futuro es otra, y así es como un proyecto en red ha llevado semillas de Wollemi a varias partes del mundo para que se propague. En Barcelona fracasó el intento, en el Jardín Botánico de Madrid se alza un ejemplar escuálido y la UNED de Madrid y un parque metropolitano también en la ciudad acogieron dos ejemplares más.

   La vida de los árboles discurre pareja a la nuestra, y nos sabemos íntimamente ligados a su presente y a lo que está por venir. Las zonas verdes crecen exponencialmente como receta contra la crisis climática y para contrarrestar el impacto del sol, pero especies autóctonas ya no responden igual ante la sequía y el calor, y plátanos y palmeras requieren revisiones. El plan 'renove' del arbolado de las ciudades es más urgente que nunca, mientras los últimos estudios llaman a talar árboles en los entornos de los ríos, para asegurar los caudales mínimos, y a reducir también la densidad de algunos bosques, que obligan a los árboles a competir entre ellos por el agua de los acuíferos. Plantar y talar son las dos caras de una misma moneda, la supervivencia de árboles y personas.  

   Con las primeras lluvias de la primavera los imbornales de los árboles urbanos han empezado a reverdecer, qué rápido puede extenderse la naturaleza con un poco de agua. El verde también asoma otra vez en las especies de hoja caduca, y los parques urbanos, en estos días de Semana Santa, son el mejor oasis donde perderse un rato en que las ciudades se vacían de vecinos que la abandonan y los turistas se ocupan de monumentos, terrazas y tiendas. No hay mejor ocasión en el año, probablemente, para contemplar a esos otros vecinos callados de los que tanto dependemos para mantener la finca en orden, esa comunidad de la que nos acordamos más cuando llega la derrama y todos hemos de poner algo de nuestro bolsillo. 

   Reforestar, plantar nuevos árboles, talar los dañados o los que son insostenibles. La crisis climática y las nuevas tecnologías permiten aproximaciones quirúrgicas a los problemas de hoy y mañana, y los árboles de nuestro entorno están en la trinchera de la guerra contra el calentamiento global. El pino Wollemi de Barcelona puede haber caído, pero no la esperanza para la especie. 

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