Opinión | Gárgolas

Josep Maria Fonalleras

Más de treinta años después

Prats divaga sobre inmigración e insolidaridad, sobre el afán destructor del capitalismo, sobre la inquietud que viven los jóvenes, engullidos por un presente que les desconcierta

Modest Prats en la presentación del libro 'Engrunes i retalls' en Girona, el 21 de abril del 2009.

Modest Prats en la presentación del libro 'Engrunes i retalls' en Girona, el 21 de abril del 2009. / ALBERT LABERT / CLICK ART

En 1993, Modest Prats, sacerdote, teólogo, profesor de Historia de la Lengua, “una de las voces más poderosas y contundentes de la cultura catalana”, como dijo Xavier Folch, publicaba una correspondencia que había mantenido (o no) con su colega alsaciano, el cura Jean, de Mulhouse. No está comprobado que las enviara por correo, porque eran la excusa retórica (“he fingido una relación epistolar”) para hablar del país, de valores, de Europa, de Catalunya. Las reunió con el título de 'Cuatro cartas y una postal a la sociedad catalana. Valores y contravalores, perspectivas y tendencias'. He vuelto a ellas ahora que se cumplen 10 años de la muerte de Modest Prats, un 29 de marzo. La gran mayoría de las cosas que dice, de las reflexiones que ofrece, de las dudas que plantea, están vigentes hoy, más de 30 años después. Y lo que hiela el espíritu es que la realidad que describe, con todos los desencantos, con alguna esperanza, se asemeja mucho a la actual.

Dice, por ejemplo, que "todos estamos preocupados por el proceso imparable de homogeneización cultural y política" y aboga por una Europa acogedora que, sin embargo, "ha ahuyentado previamente nuestra cultura". Habla de la "conveniencia de repensar otras vías para nuestro futuro", en referencia a Catalunya, y piensa en una "diversidad nacional sin hegemonías". Critica a la sociedad que "se desentiende implacable de todos los que quedan al margen" y abomina de "la nueva violencia fascista y racista". Explica la anécdota de una arenga que oyó en Milán en la que “un hombre rechoncho y de mejillas ardientes” gritaba que “los auténticos parias de la sociedad somos los campesinos” y se lamentaba que “la cultura en catalán ha dejado ser hegemónica entre nosotros”. Como hoy. Prats divaga sobre inmigración e insolidaridad, sobre el afán destructor del capitalismo, sobre la inquietud que viven los jóvenes, engullidos por un presente que les desconcierta. Es una excelente lectura de Semana Santa, como también pueden serlo sus homilías contra la pena de muerte y en favor de los derechos humanos, su constante preocupación por el futuro de una lengua sitiada o el día a día, en forma de dietario, que incluye algunas páginas de un considerable aliento poético.

Hace unos días, con el título '¿Habremos sido capaces de salvar el futuro?', amigos y conocidos rindieron un homenaje a Modest Prats en la conmemoración del décimo aniversario. Estuvo el sacerdote, el intelectual, el rector, el crítico, el universitario, el historiador de la lengua, el teólogo, el viajero, el 'gourmand', el traductor de aquellos fenomenales alejandrinos de la 'Fedra' de Racine, el maestro, el sabio. En su intervención, Narcís Comadira explicó una vieja disputa amistosa entre estética y gramática. El poeta y pintor defendía una solución de orden estético frente a la intransigencia del gramático. "Ahora, con más años encima", terminó Comadira, "le doy la razón: estoy más a favor de la gramática". En el fondo, el secreto, tal vez, es que ambos hablaban el mismo lenguaje. No diferían tanto, el vuelo de la belleza del rigor de la sintaxis.

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