Escritor
Josep Maria Fonalleras
Escritor
Una esencia líquida
¿Volvemos a reivindicar las calles como nuestras o nos decidimos, más realistas, a pedir que estén bien asfaltadas y que se pueda transitar por ellas sin excesivas sacudidas?
En una rápida encuesta que no tiene ningún valor demoscópico, pero que me sirve para captar el sentimiento de mucha gente, al menos de la gente que propició las ansias del proceso, desde la más noble, genuina y naïf predisposición a la independencia, esa gente que formó parte de la cadena humana, que cada 11 de septiembre seguía las indicaciones de los organizadores en una especie de gincana anual, esa gente que decidió ir a los colegios el 1 de octubre y que vivió con euforia los breves segundos de la declaración y, después, el desconcierto y la rabia de todo en conjunto, en una encuesta así me encuentro antes con una pregunta que con una respuesta. ¿Y qué han hecho los demás? Y otra pregunta: ¿Podemos confiar en ellos? Al contrario, piensan que Puigdemont sí hará cosas y que el solo hecho de que se plante no en Elda, sino, por ejemplo, en Castelló d'Empúries (que también era obispado y también tiene una catedral) será un revulsivo que les hará revivir esa sueño colectivo después convertido en pesadilla.
En esta encuesta casera, el programa no importa ni un ápice. De hecho, el único programa que leerán (¿acaso los demás tienen programa?, dicen) es el que no está escrito. Que con Puigdemont volverán a ser los que fueron en el 2017. Éste es un activo político que el propio candidato (el presidente legítimo, en su argumentario) debe valorar partiendo de la base de una esencia líquida. Es decir, no tiene ninguna consistencia programática, sino sentimental. Es probable que la promesa se convierta en una especie de aglutinador de la amalgama de los desencantados que, durante este tiempo, han convertido ese deseo incumplido e incompleto en una desafección creciente hacia lo público. La efervescencia del anunciado retorno seguro que llegará a momentos de exaltación patriótica. Pero después viene la pregunta que va más allá de los gestos y que plantea la inquietud clave de los últimos tiempos. ¿Volvemos a reivindicar las calles como nuestras o nos decidimos, más realistas, a pedir que estén bien asfaltadas y que se pueda transitar por ellas sin excesivas sacudidas?
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