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Josep Maria Fonalleras
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Elogio de las grietas

En el caso de 'La sociedad de la nieve' era necesario que se viera una continuidad (la filmación fue acorde con la cronología de la tragedia, pero con 140 días de rodaje para los 72 días del drama) y al mismo tiempo que prácticamente no se notaran los cambios

Una imagen de 'La sociedad de la nieve'

Una imagen de 'La sociedad de la nieve'

Uno de los Oscar que más me llama la atención es el de maquillaje y peluquería. El asunto se ha debatido este año alrededor de la tradicional transformación de un actor en un personaje histórico, es decir, identificable, y la imaginación que se desborda en la recreación de unos individuos estrafalarios, es decir, sin las coerciones de la realidad. O, para hacerlo más fácil: la cosa se ha centrado en las narices (la de Golda Meir y la de Leonard Bernstein), los cromos atómicos (Oppenheimer y sus compañeros) o las pobres criaturas desamparadas y esperpénticas. Y, después, está la maravilla de 'La sociedad de la nieve', que va más allá y que consigue que el maquillaje (y la peluquería) no sean solo una filigrana técnica o una apuesta a favor de la verosimilitud. Siendo todo esto, que también lo es, el trabajo de las hermanas López-Puigcerver, de David Martí y Montse Ribé, se convierte en un decisivo elemento narrativo.

Lo explica Ana López-Puigcerver: "El cambio de aspecto no solo refleja el paso del tiempo, sino que cuenta la historia". El documental sobre cómo se hizo quizá sea más interesante incluso que la película, porque pone en evidencia las dificultades del equipo, en condiciones extremas. En el caso del maquillaje, era necesario que se viera una continuidad (la filmación fue acorde con la cronología de la tragedia, pero con 140 días de rodaje para los 72 días del drama) y al mismo tiempo que prácticamente no se notaran los cambios. Minúsculos, insistentes, demoledores: los rostros requemados; las manos poco a poco agrietadas; el proceso de degradación física y la delgadez progresiva. A pesar de la programación previa, exhaustiva, este fue un trabajo de improvisación estructurada a partir de las condiciones cambiantes de la montaña: las cremas que evolucionan de manera diferente a 3.000 metros, las barbas, que deben crecer acompasadas con los días, los hematomas, las heridas. Un ejercicio poderoso y esencial, justamente porque es artesano e imperceptible, necesariamente imperceptible.