La sequía y el gran hartazgo del campo europeo
La emergencia reduce en un 80% el riego agrícola
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Tecleo en el ordenador con un murmullo acuático de fondo. Un aguacero de lata. Una melodía prefabricada que se titula ‘Tormenta relajante’, en la absurda esperanza de que la atmósfera se contagie por ósmosis sonora. Ya no recuerdo cuánto hace que no cae esa lluvia con ganas que lava árboles y espíritus. Las nubes nos esquivan desde hace un par de años. Barcelona, Girona y otros 200 municipios catalanes se encuentran en fase de emergencia por la más grave sequía desde hace un siglo, que ha dejado bajo mínimos los embalses del sistema Ter-Llobregat. ¿Hasta cuándo? Ni se sabe. Estremece saber que árboles, parques y jardines recibirán solo «riego de supervivencia».
En 2008, durante el anterior periodo de sequía, quedaron algunos deberes pendientes —la construcción de la planta desalinizadora de Cubelles–Cunit y la modernización de la de Tordera—, pero como llegaron lluvias intensas y sobrevino una crisis económica descomunal, los compromisos se enterraron en el olvido. Aquí no nos acordamos de Santa Bárbara hasta que truena (es un decir). Y ahora, ¿qué? En una economía súper focalizada en el monocultivo del turismo, ¿qué haremos con las piscinas vacías en cámpings y hoteles? Y esos mastodónticos transatlánticos que tanto alaban algunos, ¿dónde repostarán?
Cambio de paradigma
Salvo excepciones, como la de ese paisano de Esponellà que gastó 5 millones de litros de agua el año pasado en el riego automático de su jardín y el mantenimiento del nivel de la piscina, me atrevería a decir que la gran mayoría de los habitantes de la cuenca mediterránea somos conscientes de que el agua es oro. El problema no es tanto que el ciudadano equis se duche o ponga la lavadora, como un cambio de paradigma global. ¿Son sostenibles, por ejemplo, los grandes regadíos intensivos en España?
La fase de emergencia obliga a los agricultores catalanes a reducir el riego un 80% precisamente ahora, en época de plantío y cuando la fruta y la verdura se han puesto carísimas. Casi la mitad del regadío en Catalunya (47%) se realiza por el sistema de inundación, cuando los ingenieros agrónomos llevan años pidiendo que se modernicen las infraestructuras ante los episodios de sequía extrema.
A todo esto se suma la crisis del campo europeo, que está que trina y ha enviado sus tractores Bruselas. Se ha puesto algún parche: la derogación temporal del barbecho y la promesa de reducir las cargas burocráticas. ¿Cómo vas a llevar un registro digital de las fanegas de cebada si a la aldea no llega internet? La agricultura sostenible es antagónica con el ultraliberalismo. El otro día, Viktor Orbanse paseaba ufano entre los tractores airados; su Gobierno, decía, está del lazo «de la voz del pueblo». Cuidado.
Se nos olvida que nada somos sin el agua, sin la tierra.
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