La espiral de la libreta
Olga Merino

Olga Merino

Periodista y escritora

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En la casa de Truman Capote en Palamós (2)

Apuntes desde Cala Sanià, la residencia de escritores de Finestres

Finestres abre una residencia de escritores en la casa de Palamós donde Truman Capote escribió 'A sangre fría'

'A sangre fría', de Truman Capote, el libro terrible con el que su autor tuvo que vivir

La nueva residencia de escritores de Finestres, donde residió Truman Capote.

La nueva residencia de escritores de Finestres, donde residió Truman Capote. / EPC

Desciendo las escaleras esculpidas en la roca que conducen desde la casa hasta la cala más próxima, la Sanià, pensando en Truman Capote, sintiendo en la nuca su respiración desconfiada. El fantasma de Capote está inquieto. Los espíritus no soportan que anden molestándolos con pavadas ni que intenten sonsacarles secretos ni que pretendan husmear en sus soledades. Debo proceder con más tiento.

Imagino que el autor de ‘A sangre fría’, mientras permaneció en esta casa de Palamós, nadó con frecuencia en el mar, si no en Sanià, en las calas aledañas, en la Canyers o en la Estreta, pero me apostaría un dedo a que se zambulló en el agua casi a diario. También se escribe con el cuerpo, y cuando se gripa, necesita algo de movimiento, distender muelles, aceitar bisagras. Presupongo en Capote un muy buen nadador.

La mañana en que falleció, el 25 de agosto de 1984, vestía precisamente un bañador de cuadros, de colores verde, amarillo, rosa y sobre todo azul. Era sábado. Se encontraba en Los Ángeles, en el barrio residencial de Bel–Air, en casa de Joanne Carson, una de sus amigas ‘celebrities’, a las que solía llamar “mis cisnes”. Habían quedado a las doce en punto del mediodía para nadar juntos en la piscina, y a Joanne le extrañó que tardase tanto en asomar: lo encontró en la habitación, pálido, ya sin vida. El bañador de cuadros y el polo beige que llevaba puestos se vendieron en una subasta por 6.400 dólares cada pieza. También llegaron a pujar por sus cenizas –fueron sustraídas en dos ocasiones–, pero esa es otra historia. Si te roban las cenizas, a la fuerza te conviertes en un fantasma hiperactivo.

EL MOLINILLO DE SAL

Avanzo sobre las piedras hasta un recodo de la cala al que llamo “la bañera”: tres rocas de enormidad prehistórica circundan una herradura de agua azul verde, del mismo color que la aguamarina de Rodoreda, el anillo que a veces lucía en la mano derecha.

El agua está demasiado fría. Me mojo los pies y la cara. Chupo la sal de los labios. De niña me fascinaba la leyenda del capitán bacaladero que había robado, a un brujo o al mismo demonio, un molinillo capaz de triturar cualquier cosa que se le pidiera. El marinero se dispuso a moler sal para su pesca, pero como desconocía las palabras mágicas para detener el artefacto, el navío se fue a pique, lleno hasta los topes, y desde entonces el molinillo luciferino continúa salando el mar sin cesar.

Tal vez Capote se secó al sol como una iguana en la roca más grande del trío, observando el horizonte y la variedad de azules que moltura el Mediterráneo. Pensó quizá en Henry James, en el don de la vocación y en el látigo. Su fantasma susurra ahora que también es el diablo quien mueve el molinillo de la escritura. Muélete que te muele, muélete que te muele, muélete que te muele. Trabajo y ambición.

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